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El Hombre Como Busqueda

vale_vi9214 de Septiembre de 2014

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A. SITUACIÓN DEL HOMBRE EN EL MUNDO

Siguiendo los pasos metodológicos que señalé al principio, voy a empezar con un análisis descriptivo de la situación del hombre. Esta situación planteará una incógnita que nos obligará a interpretarla para buscar la solución más adecuada.

Al hablar de descripción de la situación del hombre, no me refiero a una especie de encuesta para detectar "cómo lo está pasando" el ser humano. Me refiero al análisis fenomenológico de la vivencia básica del hombre.

¿Y cuál es esa vivencia básica que determina nuestra situación en el mundo? Es la que surge de la triple coordenada con la cual se teje nuestra existencia: muerte, vida y convivencia.

Veámoslo con más atención.

Nacemos y nos encontramos en la vida llevados constantemente por un deseo. La vida se sustenta espontáneamente en un puro deseo de satisfacción egocéntrica. La "guagua" no puede soportar que su deseo no sea cumplido. Confunde la realidad con su propio deseo; esa realidad debe someterse siempre a un impulso egocéntrico de satisfacción. Esa estructura espontánea del ser humano recibe, en psicología profunda, el nombre de narcisismo.

Ahora bien, el tiempo en que podemos mantener con cierta tranquilidad nuestro narcisismo es corto: el período intrauterino o fetal -que constituye el sueño paradisíaco del deseo narcisista-, y quizás los dos primeros años de vida. Pero, en seguida, la realidad ajena a nuestro deseo espontáneo

comienza a hacerse sentir con fuerza. Ya el mismo acto de nacer constituye la primera gran frustración del deseo. Debemos renunciar a la pura pasividad "fetal" y afrontar el mundo, con su oposición a nuestro deseo narcisista. Por eso el ser humano nace llorando.

La lucha entre el deseo espontáneo de satisfacción egocéntrica y la realidad frustrante irá tomando mayor vehemencia. Los estudios actuales psicoanalíticos atribuyen a los primeros años de vida una importancia decisiva en esa lucha, que constituye la cuna de los síntomas neuróticos ulteriores.

Nuestra vivencia primera nos lleva, pues, a constatar la experiencia humana, en primer lugar como existencia morti-ficadora: el deseo de vivir según el principio espontáneo de satisfacción choca con el obstáculo de la realidad que no corresponde a aquel deseo, sino que lo mortifica.

Así, esta experiencia del inicio de la vida, que no por ser inconsciente es menos real y cruda -sólo basta recordar que a ese período corresponde la incubación de las neurosis-, pone al hombre inmediatamente frente al problema fundamental de su existencia: la muerte.

1. Problema de la muerte

El deseo egocéntrico de satisfacción es, antes que nada, deseo de vivir. Ahora bien, la existencia nos impone un límite absolutamente insuperable y frustrante del deseo: la muerte.

El obstáculo de la muerte se nos hace más patente en determinadas circunstancias (muerte de los seres más queridos, peligros graves de la propia muerte...). En esas situaciones la vida llega a achicarse

tanto, que nos parece como si todo se muriese a nuestro alrededor. Todo se ensombrece y parece inconsistente. Cuántas veces hemos oído hablar de enamorados que, al separarlos la muerte, se suicidan o se sienten absolutamente incapaces de seguir viviendo, puesto que todo se ha muerto para ellos. Esta sensación puede parecemos irreal y debida a los "nervios"; sin embargo, en el fondo nos hace experimentar el problema radical de la muerte. ¿En qué consiste esa radicalidad del problema? En lo siguiente: el hombre se encuentra en la existencia como el único consciente. Esa conciencia lo hace precisamente hombre. Vive y sabe que vive. Este privilegio lo convierte en el único viviente capaz de dar sentido a todo lo demás. La existencia necesita absolutamente de una conciencia para tener sentido y ése es el hombre;

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