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El Secreto De La Encarnación O Sea Dios Como Ser Sentimental

ranaveet19 de Enero de 2012

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Es por la conciencia del amor por la cual el hombre se reconcilia con Dios o más bien consigo mismo, o sea con su ser que se le enfrenta en la ley, como si fuera otro ser. La conciencia del amor divino o lo que es lo mismo, la contemplación de Dios como un ser humano, es el secreto de la encarnación, del Dios que se ha hecho sangre, o que se ha convertido en hombre. La encarnación no es otra cosa sino la aparición perceptible y efectiva de la naturaleza humana de Dios. Dios no se ha hecho hombre a causa de sí mismo; es la angustia, la necesidad del hombre -una necesidad que por lo demás hoy todavía reside en un alma religiosa- la causa de la encarnación. Dios se ha hecho hombre por misericordia, luego ya en sí mismo era un Dios humano antes de que se convirtiera en un hombre real; porque afectó a su corazón la necesidad humana, la miseria humana. La encarnación era una lágrima de la misericordia divina, luego es solamente la manifestación de un ser de sentimientos humanos y por eso de sentimientos esencialmente sensitivos.

Cuando uno, en la encarnación, sólo contempla al Dios hecho hombre; por lo tanto dicha encarnación aparece como un acontecimiento sorprendente, inexplicable y maravilloso. Pero el Dios hecho hombre sólo es la aparición del hombre hecho Dios; por eso a la condescendencia del Dios hacia el hombre, preside necesariamente la elevación del hombre a Dios (1). El hombre ya existía en Dios, ya era Dios mismo, antes de que Dios se convirtiera en un hombre, es decir, se manifestara como hombre. De lo contrario, ¿cómo podría Dios haberse hecho hombre? El viejo principio de nada, nada se hace vale también en este caso. Un rey que no se preocupa de la salud de sus súbditos; que desde su trono no vive con su espíritu en los hogares de aquéllos que en su modo de pensar no habla como el hombre común, tal rey tampoco corporalmente descenderá de su trono para hacer feliz a su pueblo con su presencia personal. ¿Acaso no ha ascendido el súbdito hacia el rey antes de que el rey ascienda al súbdito? Y si el súbdito se siente enterado y feliz por la presencia de su rey, acaso este sentimiento sólo se refiere a esta presencia visible como tal o más bien a la presencia del espíritu de aquel rey humano que es la causa de esta presencia. Pero lo que en realidad para la religión es la causa, esto se convierte en la conciencia de la religión, en una consecuencia. Así, la elevación del hombre a Dios se ha convertido en una consecuencia de la condescendencia de Dios hacia el hombre. Dios, dice la religión, se humanizó para divinizar al hombre (2).

Lo profundo e inconcebible, es decir, lo contradictorio que se encuentra en la frase Dios es o se hace hombre, sólo proviene del hecho de que se confunda el concepto o las determinaciones del ser general ilimitado metafísico con el concepto o las determinaciones del Dios religioso, o sea las determinaciones de la inteligencia con las determinaciones del corazón -una confusión que es el mayor obstáculo del conocimiento verdadero de la religión. Pero en realidad trátase sólo de la forma humana de Dios, que ya en su esencia, en lo más profundo de su alma, es un Dios misericordioso, humano.

En la doctrina eclesiástica esto se expresa de tal manera que no se encarna la primera persona de la divinidad, sino la segunda, que representa al hombre en y delante de Dios. Pero esta segunda persona es, en realidad, como se verá más adelante, la verdadera, total y primera persona de la religión. La encarnación sólo sin este concepto de medición, que representa su punto de partida, parece ser misteriosa, inconcebible, especulativa; mientras que considerada en unión con ese concepto de medición, que representa su punto de partida, ese concepto de medición, es necesaria y lógica. De ahí que asegurar que la encarnación sea un hecho puramente empírico o histórico que sólo puede conocerse mediante una revelación teológica, es la manifestación de un materialismo religioso absolutamente estúpido; pues la encarnación es una consecuencia que descansa en una premisa muy fácil de comprender, pero asimismo es erróneo si se quiere deducir a la encarnación de razones puramente especulativas, es decir, metafísicas y abstractas; porque la metafísica sólo pertenece a la primera persona que no encarna y que no es una persona dramática. Semejante deducción a lo sumo podría justificarse en el caso de que se quisiera deducir conscientemente de la metafísica la negación de ella misma.

De este ejemplo vemos cómo se distingue la antropología de la filosofía especulativa. La antropología no considera a la encarnación como un misterio especial y estupendo tal como lo es la especulación seguida por la apariencia mística; ella más bien destruye la ilusión de que después de la encarnación hubiera un secreto especial y sobrenatural; ella critica el dogma y lo reduce a sus elementos naturales innatos al hombre, a su origen intrínseco y su punto central o sea al amor.

El dogma nos da dos objetos: Dios y el amor. Dios es el amor; pero ¿qué significa esto? ¿Es Dios todavía algo fuera del amor; un ser diferente del amor? ¿Es eso lo mismo que cuando el yo, de una persona humana exclama conafecto: ella es el amor mismo? Por cierto es lo contrario: debería yo renunciar al nombre Dios, que expresa un ser especial y personal, un sujeto diferente del predicado. De este modo se hace del amor algo especial: Dios ha enviado su Hijo Unigénito por amor. De tal manera el amor es rebajado debido a su fondo oscuro. Dios, el amor, se convierte en una cualidad personal aunque sea esencial; pero en el espíritu y en el alma, objetiva y subjetivamente, sólo tiene el rango de un predicado o de un sujeto, no de la esencia; se convierte en una cosa secundaria y se esfuma de la vista como algo accidental. Dios se me presenta bajo otra forma que la del amor, se me presenta en forma de la omnipotencia, de una fuerza sombría no ligada por el amor, de una fuerza en la cual participan, aunque sea en grado menor, hasta los demonios, los diablos.

Mientras que el amor no sea elevado al rango de una substancia y de una esencia, existirá en el fondo del amor un sujeto que, también sin el amor, puede ser un monstruo, un ser demoníaco cuya personalidad difiere del amor y es realmente del mismo y que goza con la sangre de los herejes e infieles -es el fantasma del fanatismo religioso-. Pero sin embargo, el amor es lo esencial en la encarnación, aunque esté ligado todavía a cierta oscuridad de la conciencia religiosa. El amor determina a Dios a despojarse de su divinidad (3). Pero no por su divinidad como tal, y según la cual es él el sujeto en la frase: Dios es el amor, sino por el amor, o sea el predicado llegó a negar su divinidad; luego es el amor una potencia y una verdad superior a la divinidad. El amor vence a Díos. Era al amor al cual Dios sacrificaba su majestad divina y ¿qué clase de amor era? ¿Acaso era otro que el amor nuestro, al cual nosotros sacrificamos nuestros bienes y nuestra sangre? ¿Era acaso el amor a sí mismo, a sí mismo como a Dios? No, era el amor hacia el hombre, ¿pero no es el amor al hombre un amor humano? ¿Puedo yo amar al hombre sin amarlo humanamente, sin amarlo así como él mismo ama si es que ama en verdad? ¿De lo contrario no sería el amor acaso un amor diabólico? Pues hasta el diablo ama al hombre, pero no por amor al hombre, sino por amor a sí mismo, es decir, por egoísmo, para aumentar y extender su poder. Pero Dios, al amar al hombre, lo ama por amor al hombre mismo, para hacerlo bueno, feliz y santo. ¿Acaso no ama entonces al hombre de tal manera como el hombre verdadero ama al hombre? ¿Y tiene el amor en general pluralidad? ¿No es acaso siempre idéntico consigo mismo, no es el texto genuino y no falsificado de la encarnación, simplemente el texto del amor, sin ningún agregado, sin diferencia entre el amor divino y humano? Porque aunque exista un amor egoísta entre los hombres, el amor verdadero, humano, que sólo es digno de este hombre, es aquel que sacrifica lo que tiene por amor hacia el prójimo. ¿Quién es por lo tanto nuestro redentor y reconciliador? ¿Dios o el amor? Es el amor, porque no Dios como Dios nos ha redimido, sino el amor, que está por encima de la diferencia entre la personalidad divina y la humana. Así como Dios ha renunciado a sí mismo por amor, así también nosotros por amor deberíamos renunciar a Dios; porque si no sacrificamos a Dios el amor, sacrificamos el amor a Dios, y tendríamos, a pesar del predicado del amor, aquel Dios que es el mdigno del fanatismo religioso.

Ahora bien; habiendo sacado este texto de la encarnación hemos al mismo tiempo documentado la mentira del dogma y hemos reducido el ministerio aparentemente sobrenatural y sobreintelectual a una verdad sencilla y natural para el hombre, a una verdad que no es exclusiva de la religión cristiana, sino que se encuentra en forma más o menos desarrollada en cualquier religión como religión. Pues toda religión que reclama para sí este nombre, supone que Dios no es indiferente frente a los seres que lo adoran, que por lo tanto lo humano no le es ajeno, que él, como objeto de la veneración humana, es un Dios humano. Cada oración descubre el secreto de la encarnación; en efecto, cada oración es una encarnación de Dios. En la oración yo hago descender a Dios a la miseria humana, lo hago participar de mis sufrimientos y necesidades. Dios no es sordo a mis quejas; él se apiada de mí, luego deniega su majestad divina, su sublimidad que está por encima de todo lo finito y todo lo humano; se convierte en un hombre compañero de los hombres; pues me oye, se apiada de mí, es afectado por mis sufrimientos. Dios ama al hombre -esto quiere decir: Dios sufre por el hombre. El amor no es concebible sin sentimiento, sin compasión; ¿tengo yo

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