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Gatos Y Mas Gatos


Enviado por   •  15 de Septiembre de 2013  •  1.049 Palabras (5 Páginas)  •  264 Visitas

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II. EDÉN, EDÉN

Durante más de dos siglos, las sociedades democráticas han

hecho resplandecer la palabra imperiosa del «tú debes», han celebrado

solemnemente el obstáculo moral y la áspera exigencia de

superarse, han sacralizado las virtudes privadas y públicas, han

exaltado los valores de abnegación y de interés puro. Esa etapa

heroica, austera, perentoria de las sociedades modernas ya ha acabado.

Después del tiempo de la glorificación enfática de la obligación

moral rigorista, he aquí el de su eufemización y su descrédito.

Desde mediados de nuestro siglo, ha aparecido una nueva

regulación social de los valores morales que ya no se apoya en lo

que constituía el resorte mayor del ciclo anterior: el culto del

deber. ¿Dónde se encuentran todavía panegíricos a la gloria de

los deberes hacia uno mismo? ¿Dónde se inciensan los valores

de sacrificio supremo y de entrega de sí mismo? Mientras que el

propio término deber tiende a no ser utilizado más que en

circunstancias excepcionales, ya nadie se anima a comparar la

«ley moral en mí» con la grandeza del «cielo estrellado por

encima de mí». El deber se escribía con mayúsculas, nosotros lo

miniaturizamos; era sobrio, nosotros organizamos shows recreativos;

ordenaba la sumisión incondicional del deseo a la ley,

nosotros lo reconciliamos con el placer y el seif-interest. El «es

necesario» cede paso al hechizo de la felicidad, la obligación

categórica al estímulo de los sentidos, lo prohibido irrefragable a

las regulaciones a la carta. La retórica sentenciosa del deber ya no

está en el corazón de nuestra cultura, la hemos reemplazado por

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las solicitaciones del deseo, los consejos de la psicología, las

promesas de. la felicidad aquí y ahora. Al igual que las sociedades

modernas han erradicado los emblemas ostentativos del poder

político, han disuelto las evidentes conminaciones de la moral. La

cultura sacrificial del deber ha muerto, hemos entrado en el

período posmoralista de las democracias.

Calificar nuestras sociedades de posmoralistas puede parecer

paradójico en el momento en que las ofensivas contra el derecho

de aborto se multiplican, cuando entran en vigor legislaciones

drásticas sobre el tabaco y la droga, cuando la pornografía suscita

el anatema de los nuevos virtuistas, cuando la preocupación ética

resurge en los medios de comunicación {charity shows y ética del

periodismo), en las empresas (moral de los negocios), en las

ciencias biomédicas (bioética), en la relación con la naturaleza

(moral del medio ambiente). Tras una época marcada por la

«contramoral» contestataria, el rechazo de las normas represivas y

el hedonismo liberacionista, la temática ética reaparece con fuerza

en el discurso social de las democracias. Pero no nos engañemos,

lo que se llama un poco apresuradamente el «retorno de la

moral» no reconduce, de ninguna manera, a la religión tradicional

del deber; sea cual sea la multiplicación de buenas obras

orquestadas por los medios de comunicación, sea cual sea el éxito

actual de los objetivos éticos, no está dándose regreso alguno a la

casilla de partida. Lo que está en boga es la ética, no el deber

imperioso en todas partes y siempre; estamos deseosos de reglas

justas y equilibradas, no de renuncia a nosotros mismos; queremos

regulaciones, no sermones, «sabios» no sabihondos; apelamos

a la responsabilidad, no a la obligación de consagrar íntegramente

la vida al prójimo, a la familia o a la nación. Más allá del comeback

ético, la erosión de la cultura del deber absoluto continúa irresistiblemente

su carrera en beneficio de los valores individualistas y

eudemonistas, la moral se recicla en espectáculo y acto de comunicación,

la militancia del deber se

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