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Perdido en la traducción


Enviado por   •  5 de Febrero de 2014  •  Ensayos  •  816 Palabras (4 Páginas)  •  249 Visitas

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Las dificultades con que tropieza el traductor en muy raras ocasiones son suscitadas por

los pasajes o las palabras que, por sí mismos, por su complejidad o su carácter ambiguo,

constituirían un problema para el autor. Por el contrario, lo que la mayoría de las veces

hace dudar al traductor es aquello que para el autor resulta obvio pues se impone a él

como una evidencia enraizada tanto en su lengua materna como en la base de su pensamiento.

La distancia entre las dos lenguas, el encuentro con una dificultad de traducción

—operación que siempre supone una pérdida— contribuye a poner de manifiesto la presencia

de un punto sensible y señala una zona particularmente investida, cargada de sentido

dentro del universo personal del autor.

En nuestro caso, la dificultad aparece ya en el título: la palabra "juego" no es, sin duda alguna,

el equivalente de playing. En primer lugar porque el francés no dispone, a diferencia

del inglés, de dos términos para designar los juegos que comportan unas reglas determinadas

y aquellos que no las comportan; tanto si nos referimos al adulto comprometido en

un partido de fútbol o de go o al niño que infunde un movimiento a su sonajero o parlotea

con su osito de felpa, hablamos indistintamente de juegos. Y quizás no estemos del todo

equivocados, pues la ausencia de reglas explícitas y reconocidas no implica obligatoriamente

la ausencia de toda regla, por más que ésta escape a menudo a la atención del observador

o incluso del mismo jugador. El hecho de que un niño dé la impresión de estar

haciendo "cualquier cosa" no nos autoriza a concluir que se esté entregando a una "pura

actividad lúdica" y que no esté precisamente constituyendo una regla por medio de su juego.

El famoso juego de la bobina que Freud percibió en una ocasión y más tarde interpretó,

constituye una prueba sorprendente de ello. Ahora bien, de haber sido testigos del hecho,

cuántos observadores ni siquiera habrían reparado en la más mínima secuencia.

Esto no quiere decir, sin embargo, que el autor de este libro, inglés, e incluso diría muy inglés

(lo cual es menos frecuente de lo que uno pudiera creer entre los psicoanalistas de

las islas Británicas), no considere esencial la distinción entre el juego estrictamente definido

por las reglas que ordenan su curso (game) y aquel que se desarrolla libremente

(play). Basta pensar en la emoción, próxima al pánico, que nos asalta, tanto a niños como

a adultos, cuando esas reglas son ignoradas —no tanto transgredidas como dejadas a un

lado; no tanto "haces trampa" como el "así no se juega"— para que, junto con el autor,

descubramos efectivamente

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