ALTERNATIVA, CONFRONTACIÓN o COMPLEMENTARIEDAD?
nohelandaPráctica o problema12 de Septiembre de 2014
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TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN Y ECOLOGÍA: ¿ALTERNATIVA, CONFRONTACIÓN o COMPLEMENTARIEDAD?
La teología de la liberación y el discurso ecológico tienen algo en común: parten de dos heridas sangrantes. La primera, la herida de la pobreza y de la miseria, rompe el tejido social de los millones y millones de pobres en ci mundo entero. La segunda, la agresión sistemática a la Tierra, desestructura el equilibrio del planeta amenazado por la depredación hecha a partir del modelo de desarrollo planteado por las sociedades contemporáneas y hoy mundializadas. Ambas líneas de reflexión y de práctica parten de un clamor: el grito de los pobres por la vida, la libertad y la belleza (cf Ex 3,7): la teología de la liberación; y el grito de la Tierra que gime bajo la opresión (cf Rom 8,22-23): la ecología. Ambas tienen como obleto la liberación; una, la de los pobres, a partir de ellos mismos en cuanto sujetos históricos organizados, concienciados y en conexión con otros aliados que asumen su causa y su lucha; y otra, la de la Tierra, mediante una nueva alianza del ser humano para con ella, en una relación fraternal! sororal y con un tipo de desarrollo sostenible que respete los diversos ecosistemas y garantice una buena calidad de vida a las generaciones futuras.
Es hora de que procedamos a una aproximación a los dos discursos: en qué medida se diferencian o eventualmente se enfrentan o cómo, fundamentalmente, se complementan. Comencemos por el discurso ecológico puesto que representa una perspectiva realmente globalizadora. Vamos a resumir las perspectivas presentadas con anterioridad, aun a riesgo de repetirnos, puesto que nos van a ayudar a una recta conexión de las dos dimensiones.
1. LA ERA ECOLÓGICA
Inicialmente la ecología se entendía como un capítulo derivado de la biología que estudiaba las inter-retro-relaciones de los seres vivos entre sí y con su medio ambiente. Así la entendía su primer fundador, Ernst Haeckel, en 1866. Pero enseguida se abrió el abanico de su comprensión con las tres famosas ecologías2: la ambiental, que se ocupa del medio ambiente y de las relaciones que las diversas sociedades históricas sostienen con él, ya sean benéficas ya agresivas, bien integrando al ser humano en la naturaleza bien distanciándolo; la social, que se ocupa principalmente de las relaciones sociales en cuanto pertenecientes a las relaciones ecológicas, puesto que el ser humano personal y social es parte del todo natural y la relación con la naturaleza pasa por la relación social de explotación, de colaboración o de respeto y veneración, de tal manera que la justicia social (la recta relación entre las personas, funciones e instituciones) implica una cierta realización de la justicia ecológica (una recta relación para con la naturaleza, acceso ecuánime a sus recursos, garantía de calidad de vida); finalmente, la mental, que parte de la constatación de que la naturaleza no es exterior al ser humano, sino interior, en la mente, bajo la forma de energías psíquicas, símbolos, arquetipos y patrones de comportamiento que se concretan en actitudes de agresión o de respeto y acogida de la naturaleza.
En sus primeras etapas la ecología era aún un discurso sectorial, pues se ocupaba de la preservación de algunas especies amenazadas (ballenas, el oso panda chino, el mono león dorado de las selvas tropicales latinoamericanas) o de la creación de reservas naturales que garantizasen las condiciones favorables para los diversos ecosistemas o, en una palabra, se ocupaba de la zona verde del planeta, las selvas, principalmente las tropicales en las que subsiste la mayor biodiversidad de la Tierra. Pero en la medida en que fue creciendo la conciencia de los efectos no deseados del proceso de desarrollo industrial, la ecología se fue convirtiendo en un discurso global. Ya no estaban sólo amenazadas las especies o los ecosistemas; la misma Tierra en cuanto un todo estaba enferma y debía ser tratada y curada. El grito de alarma se dio en 1972 con el famoso documento del Club de Roma, Los límites del crecimiento. La máquina de la muerte surge avasalladora: a partir de 1990 están desapareciendo io especies de seres vivos por día. Hacia el año 2000 desaparecerá una por hora; para entonces habrá desaparecido el 20% de todas las formas de vida del planeta.
A partir de la ecología comenzó a elaborarse una decidida crítica social4. Por debajo del modelo de sociedad hoy dominante rige un arrogante antropocentrismo. El ser humano se interpreta como un ser por encima de los demás seres y señor de sus vidas y de sus muertes. En los últimos tres siglos, gracias a los avances científico-técnicos, él se ha dado los instrumentos de dominación del mundo y de la sistemática depredación de sus riquezas, reducidas a recursos naturales, sin ningún respeto para su autonomía relativa.
Las ciencias de la Tierra, que han evolucionado muy particularmente a partir de los años 50 con la descodificación del código genético y con los conocimientos derivados de los diversos proyectos espaciales, nos presentan una nueva cosmología, es decir, una imagen singular del universo, una perspectiva diferente de la Tierra y de la funcionalidad del ser humano dentro del proceso evolutivo, llamado por muchos cosmogénesis.
En primer lugar, hemos adquirido una visión absolutamente nueva. Por vez primera en la historia de la humanidad podemos ver la Tierra desde fuera de la Tierra. Es la perspectiva de los astronautas «Desde la luna», decía uno de ellos, John Jung, «la Tierra cabe en la palma de mi mano; en ella no hay negros y blancos, marxistas y demócratas; ella es nuestro hogar común, nuestra patria cósmica; hemos de aprender a amar este esplendoroso planeta azul y blanco, porque está amenazado». En segundo lugar, a partir de la nave espacial, tal como reconocía Isaac Asimov en 1982 con ocasión de los 25 años del lanzamiento del Sputnik, que inauguró la era espacial, queda claro que la Tierra y la humanidad constituyen una única entidad7. He aquí la intuición quizás más fundamental desde la perspectiva ecológica: el descubrimiento de la Tierra como un superorganismo vivo, denominado Gaia8. Las piedras, las aguas, la atmósfera, la vida y la conciencia no se hallan yuxtapuestas, separadas unas de otras, sino que desde siempre aparecen entrelazadas, en una completa inclusión y reciprocidad, constituyendo una única realidad orgánica. En tercer lugar, el ser humano más que un ser en la Tierra es un ser de la Tierra. El es la expresión hasta hoy más compleja y singular de la Tierra y del cosmos conocido. El hombre y la mujer son la Tierra que piensa, que espera, que ama, que sueña y que ha entrado en la fase de la decisión ya no instintiva sino consciente9. La noosfera (la esfera específicamente humana, del espíritu) representa una emergencia de la biosfera, lo que a su vez significa una emergencia de la atmósfera, de la hidrosfera y de la geofera. Todo está relacionado con todo en todos los puntos y en todos los momentos. Rige una radical interdependencia de los sistemas vivos y de los aparentemente no vivos. Se funda así la comunidad cósmica y la comunidad planetaria. El ser humano necesita redescubrir su lugar en esa comunidad global, al lado de otras especies y no fuera o encima de ellas. Todo antropocentrismo está aquí fuera de lugar. Lo cual no significa la renuncia a la singularidad del ser humano en cuanto aquel ser de la naturaleza por el que la misma naturaleza realiza su curvatura espacial, irrumpe en la conciencia refleja, se hace capaz de copilotar el proceso evolutivo y se manifiesta como un ser ético que asume la responsabilidad por el buen destino de todo el planeta (significado del principio andrópico). Como decía acertadamente el gran ecólogo norteamericano Thomas Berry: «El último riesgo que la Tierra se atreve a asumir es éste, el de confiar su destino a la decisión humana, conceder a la comunidad humana el poder de decisión sobre la vida o la muerte de sus sistemas vitales básicos»10. En otras palabras, es la Tierra misma la que a través de una de sus expresiones —la especie humana— asume una dirección consciente en esta nueva fase del proceso evolutivo.
Finalmente, todas estas constataciones generan una nueva conciencia, una nueva visión del universo y una redefinición del ser humano en el cosmos y de sus prácticas respecto de él. Un hecho semejante nos sitúa ante un nuevo paradigma11. Se funda una nueva era, la era ecológica. Tras siglos de confrontación con la naturaleza y de aislamiento de la comunidad planetaria, el ser humano está encontrando su camino de vuelta a la casa común, a la grande, buena y fecunda Tierra. Pretende inaugurar con ella una nueva alianza de respeto y de fraternidad/sororidad.
II. LA ESCUCHA DEL CLAMOR DEL OPRIMIDO
¿Qué posición asume la teología de la liberación ante la preocupación ecológica? Inicialmente debemos reconocer que la teología de la liberación no nació en el horizonte de la preocupación ecológica tal como lo hemos esbozado anteriormente. El hecho mayor y más desafiante no era la Tierra como totalidad amenazada, sino los hijos e hijas de la Tierra explotados y condenados a morir antes de tiempo, los pobres y oprimidos12. Eso no quiere decir que sus intuiciones básicas tengan poco que ver con la ecología. Tienen que ver directamente con ella puesto que el pobre y el oprimido son miembros de la naturaleza y su situación supone objetivamente una agresión ecológica. Pero todo eso se pensaba dentro de un horizonte histórico- social más estricto y en el contexto de la cosmología clásica.
El hecho más relevante que desencadenó la teología de la liberación, todavía en los años 60, fue la indignación ética (verdadera iracundia
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