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Adaptación De Película A Cuento


Enviado por   •  27 de Mayo de 2014  •  3.518 Palabras (15 Páginas)  •  200 Visitas

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“Malèna”

(Una adaptación de una película a cuento)

Matías Cardozo

Yo tenía dice años y medio. Era un día de primavera de 1940 cuando la vi por primera vez. Aunque soy mayor ahora y la mente me hace jugarretas, lo recuerdo bien. Ese día, Mussolini declaró la guerra a Francia y Gran Bretaña, y yo recibí mi primera bicicleta. Corrí a mostrársela a los muchachos para que me admitieran en su grupo. El único requisito que me solicitaron, fue mantener la boca cerrada. En ese preciso instante fue cuando ella cruzó frente a nosotros. La criatura más bella de este mundo, con la mirada puesta en el suelo y un caminar al que nadie podría dejar indiferente. Tez blanquecina y una larga cabellera que desembocaba en sus pechos. Con la mirada recorrimos cada detalle suyo y cogimos nuestras bicicletas en su búsqueda. No entendía bien que es lo estábamos haciendo, pero tras correr a toda marcha a través del pueblo, nos le adelantamos y pudimos seguir contemplándola.

– ¿Quién es ella? – pregunté a los del resto del grupo.

– ¡Qué culo hermoso, pareciera que fuese echo a mano! – fue la respuesta obtenida del mayor de ellos.

– Su nombre es Malèna, la hija del profesor de Latín – me contestó el más agradables del grupo, mientras los cuatro restantes hacían un sonido de “¡Uhhh!” y bromas entre ellos.

De esta forma nos convertimos en sus admiradores más fervientes, pero debíamos competir con el resto del pueblo, que no distinguía entre sacerdotes ni militares. Todos la cubrían de elogios, miradas y murmullos a su paso. Como es obvio, la envidia corroía a las esposas que debían dar más de un codazo a sus parejas para que volteara la vista y dejase de mirarla. Ya no me bastaban las diarias persecuciones, mi devoción hacia ella me arrastró a escaparme de cara e ir en su búsqueda, sorteando obstáculos como el escalar árbos que da a su ventana. Hice allí unos agujeros para poderla contemplar en su estado más puro y sólo para mi. Malèna vestía un camisón negro, con sutiles tiras sobre sus hombros que por descuido, o fortuna para mí, me develaron el tesoro más codiciado que podría encontrar: su piel desnuda, aunque por un breve instante se perpetuó en mi mente y sabría que no me abandonaría jamás. Malèna contemplaba el retrato de su esposo, el cual se encontraba en el frente de batalla. Tomó el cuadro y lo aferró contra su pecho, danzando al compás de “Mal l’ more no”. La abandoné y regresé a casa a tratar de dormir.

No pude evitar declararle mi amor a Malèna, aunque sólo fueran cartas que terminaran en el mar.

Sra. Malèna:

Este corazón mío, en llamas, le ha escrito muchísimas cartas. Y si no tuve el coraje de enviárselas fue porque no quise causarle daño. Así que perdóneme si no me atrevo a enviarle ésta. Quiero que sepa que en este pueblo las malas lenguas dicen cosas feas de usted. Dicen que tiene un amante secreto. Yo sé que no es verdad. Usted no tiene a nadie después de su esposo, el único hombre en su vida soy yo.

Como era de esperarse, el destino de esta carta fue el mismo, pero mis palabras fueron el vaticinio de lo que sería su desgracia.

Por la mañana, estábamos en clase de Educación Física y escuché que el marido de Malèna había fallecido: Una parte de mí compartía el júbilo de mis compañeros. “Ahora está disponible”, era el comentario generalizado, desde los profesores hasta el más joven de los alumnos: Pero en el fondo sentí que debía intervenir de alguna forma. Me la imaginé tendida sobre su cama, desecha en lágrimas, mientras yo me acercaba lentamente hacía ella, besándola para calmarla y diciéndole: “A partir de ahora te cuidaré, dame tiempo que crezca”. Eran ideas que cruzaban por mi mente.

Desde pequeño escuché que “la fe mueve montañas”, y bajo esta consigna entré a la iglesia y recorrí uno a uno los santos que estaban allí, hasta que me decidí por uno y le dije – No puedo contarle a nadie mis problemas personales. Son demasiado íntimos, pero tú pareces simpático. Quisiera confiar en ti – saqué de mi bolsillo una vela y se la mostré – Cada día te encenderé una vela, hasta vendré a misa los domingos, pero tienes que proteger a Malèna Scordía del pueblo. Sí, la viuda. Al menos unos años. Luego me encargaré yo.

Por las noches me escapaba de la casa a cuidar de Malèna, siempre como observador, pero en aquella ocasión me sorprendió ver la presencia del Teniente Cadel y, más aún, que la besara al despedirse. Cuando se dirigía a casa fue interceptado por el Dr. Casimano, hombre que estaba locamente enamorado de Malèna, pero ella nunca le correspondió.

– ¿Se puede saber qué está haciendo en la casa de mi prometida? – le increpó el Dr. Cusimano al Teniente.

–Debe haber un mal entendido – contestó Cadel.

– ¡Ningún mal entendido!, ¡póngase en guardia! – le ordenó el Dr. Cusimano, haciendo movimientos de boxeador con sus manos.

– Lo siento, mi uniforme me lo impide – pero eso no fue excusa para que el Dr. Cusimano diese el primer golpe.

– Si no trajese mi uniforme puesto, lamentaría haber hecho esto – dijo el Teniente en tono severo. Mientras limpiaba con un pañuelo la sangre que emanaba de su boca. Pero el Dr. Cusimano hizo caso omiso a la advertencia y volvió a golpearlo con más fuerza. El Teniente, presa de su ira, no se contuvo más y se abalanzó sobre el doctor, llevándolo hasta el suelo a punta de golpes. En ese instante, aparece la esposa del Dr. Junto a varios policías que los separaron.

– ¡Perra!, ¡mujerzuela!, ¡sal a vértelas conmigo! – gritaba y golpeaba la puerta de Malèna la esposa del Dr. Cusimano.

Por supuesto, a la mañana siguiente, esto fue el comentario de todo el de Castelcuto. Todos hablaban de detalles, sin haber estado ahí, y de lo ocurriría en el juicio de la tarde. Donde la esposa de Cusimano demandaba a Malèna por (cuando falta al matrimonio, engaña) y el juicio se produciría en la tarde. No podía dejar a Malèna sola ante esta gente, pero desde mi posición, ¿Qué podía hacer?

Todo el pueblo estaba en la corte y el silencio se apoderó de la sala al escuchar los tacos de Malèna. Usual en ella fue la mirada clavada en el suelo. Entró el Juez y dio comienzo la sesión.

– Se le acusa de involucrar

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