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Alma Y Filosofia

YukixKinomoto26 de Abril de 2014

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El alma y la filosofía

“Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia humana. Pues así como ningún beneficio hay de la medicina que no expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco lo hay de la filosofía si no expulsa la dolencia del alma” (Epicuro).

“Ciencia sin conciencia no es más que la ruina del alma” (F. Rabelais).

El término “alma” tiene numerosos significados de carácter religioso, teológico, filosófico, psicológico, etc. En la actualidad, “alma” es usado preferentemente en contextos religiosos y teológicos, pues tanto la psicología como la filosofía usan términos como “psique” o “mente”, debido a las connotaciones derivadas de las tradicionales disputas acerca de la relación entre el alma y el cuerpo.

Vemos necesario, en primer lugar, aclarar qué entendemos por alma, y cuál es el enfoque filosófico de este término. Seguiremos, principalmente, las definiciones de otro filósofo español contemporáneo, José Ferrater Mora, en su Diccionario de filosofía.

A lo largo de la historia del pensamiento han destacado tres concepciones clásicas del alma:

Un soplo, aliento o hálito, equivalente a la respiración; cuando falta tal aliento, el individuo muere.

Una especie de fuego; al morir el individuo, este fuego –que es el calor vital– se apaga.

Una sombra, presentida o de algún modo entrevista durante el sueño.

En el mundo clásico, la primera interpretación de alma como ánima es la más común, aunque la segunda comparte con ella ese concepto de “principio de vida”, y es, por lo tanto, similar en su significado. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo se impone en las especulaciones filosóficas el concepto de un doble propio de cada uno de los hombres, que puede salir incluso durante el curso de la vida.

Posteriormente, posiblemente por influencia oriental, se pensó que hay en cada hombre una realidad de orden divino, la cual ha preexistido al cuerpo y perdurará tras la muerte y corrupción de este. Representantes de esta nueva tendencia son el orfismo, Pitágoras o Empédocles. El alma puede entrar en el cuerpo y salir de él, sin identificarse nunca completamente con este, que puede ser concebido como una especie de cárcel o sepulcro del alma. La misión del hombre es liberar su alma por medio de la purificación o de la contemplación.

Platón recogió estas ideas, defendiendo un dualismo casi radical del cuerpo y el alma. El alma aspira a liberarse del cuerpo para regresar a su origen divino y vivir entre las ideas, en el mundo inteligible. El conocimiento es reminiscencia, pues el alma recuerda las ideas que había contemplado en su vida anterior.

Para Aristóteles el alma es la causa o fuente del cuerpo viviente: si el ojo fuera un animal, la vista sería su alma, pues la vista es la sustancia o forma del ojo. El alma es el ser y principio de los seres vivientes. En el caso del alma humana, el modo de operación principal es la razón, que distingue esta alma de otras en el reino orgánico.

En el cristianismo se tendió a una espiritualización y a una personalización del alma. Para los cristianos el alma es el aspecto espiritual de la persona. San Agustín rechaza la concepción del alma como entidad material y subraya su carácter pensante. Todas las funciones del alma (voluntad, memoria, etc.) lo son de una función principal, de una realidad espiritual indivisa que se manifiesta por medio de lo que san Agustín llama “la atención vital”.

Con la incursión del cristianismo en la filosofía occidental terminamos el repaso a las consideraciones filosóficas acerca del alma, para pasar a ver cómo este vocablo ha huido de las elucubraciones filosóficas, debido quizá a que la religión se apropió de él y a la disociación entre filosofía y religión.

El alma en el siglo XX

El término “alma” ha resultado esquivo para la filosofía del siglo XX, siglo en el que han predominado las teorías materialistas por un lado y existencialistas por otro, pero en ambos casos, lejanos de los conceptos de trascendencia o metafísica. Parece como si las ideas del siglo XVIII de La Mettrie (1) todavía siguiesen calando, dos siglos después, en el XX.

El vocablo alma ha sido usado de nuevo por varios autores contemporáneos (Jaspers, Scheler, Ortega y Gasset) en un sentido distinto de cualquiera de los tradicionales. Tales autores han distinguido entre la vida, el alma y el espíritu. Mientras el alma es concebida como la sede de los actos emotivos, de los afectos y sentimientos, el espíritu es definido como la sede de ciertos actos racionales. El alma es subjetividad, en tanto que el espíritu es objetividad. El alma es inmanencia, mientras que el espíritu es trascendencia.

Así, podemos hablar de una corriente de pensamiento que trata de volver a las raíces clásicas, huyendo del aplastante racionalismo. Ortega, por ejemplo, en el ensayo Corazón y cabeza, afirma que hemos progresado enormemente en el repertorio de hechos y noticias sobre el mundo que manejamos mentalmente. Hemos mejorado técnica y científicamente, pero hemos desatendido el cultivo de otras zonas del ser humano que no son intelecto, cabeza. “Al progreso intelectual ha acompañado un retroceso sentimental; a la cultura de la cabeza, una incultura del corazón”.

Esta tesis respecto a la falta de interés de la filosofía y la ciencia de nuestro tiempo por los problemas fundamentales del hombre ha sido también destacada por el cristianismo postconciliar. Sean un ejemplo estas palabras de Karol Wojtyla: El hombre ocupa el centro de muchas declaraciones, programas o manifestaciones, y también de numerosas ciencias y filosofías. Nuestro conocimiento del hombre ha progresado en muchos aspectos; conocemos de modo más preciso el cuerpo humano, el metabolismo y el sistema nervioso, los procesos psíquicos y el subconsciente. Pero ni la ciencia ni la filosofía tienen la audacia de tomar el espíritu humano como objeto de su investigación y de hablar, por tanto, directamente del alma.

Hubo otros intentos al final de siglo para hacer avanzar conjuntamente ciencia y humanismo. Podemos destacar, por ejemplo, al pensador y escritor Vintila Horia. Encuadrado dentro de la corriente de postmodernidad (2), el hilo conductor de su pensamiento era la muerte del materialismo (en sus versiones liberal y marxista) y el resurgimiento de la espiritualidad.

Además de los filósofos ya mencionados, debemos remontarnos al último cuarto de siglo, cuando una especie de revolución medio hippie, medio burguesa, llamada Nueva Era, no se avergonzó de recurrir a temas espirituales como el alma u otros como los ángeles, la unión con el cosmos, la canalización de las energías, etc. Aparte de esto, no ha habido ningún tratamiento serio del concepto del alma.

Filosofar en España

Es conocida la afirmación de María Zambrano respecto a que habiendo filósofos no haya existido la filosofía en España. Parece que no hemos tenido nunca una filosofía sistemática como la germana. Esto no significa que no tengamos nada que comunicar ni pensamientos que ofrecer; sencillamente, no hemos construido grandes escuelas filosóficas; nuestros sentires se han mostrado a través de individuos. España no ha tendido a fundar escuelas. Las escuelas han venido del norte, no del sur.

España no ha tenido como base el conocimiento racional. Con alma poética, nunca ha renunciado a vivir, a la vida, al misterio o al sacrificio, y nuestros sentires y saberes no pueden ir encajados dentro de un sistema filosófico. España ha expuesto todo su pensamiento, todas sus vivencias, a través de otros géneros, como son la pintura, la novela y –su forma más vivencial– la poesía. España no ha pensado, salvo raras excepciones. Los filósofos, como se han entendido en el resto de Occidente, se han dado de manera aislada, pero se ha trasmitido su saber a través de otros medios. Ejemplos claros son todos nuestros novelistas, poetas y pintores: san Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, Calderón, Cervantes, Zurbarán, Machado o Miguel de Unamuno.

La novela, la poesía y otras nobles artes han representado nuestro pensamiento. España, poblada de catedrales, no ha hecho catedrales de conceptos; sus castillos no han sido de pensamientos.

Mientras Europa y, con ella, sus filosofías basadas en el absolutismo de la razón pretendían hacer constantemente renacimientos del hombre, el español siempre pretendió desnacer, seguir la estela de la tradición oriental, buscar un tiempo unitario, un tiempo sin interrupciones, total. Y a esto se llega mediante la quietud, que es el deseo del poeta, del hombre tocado por la gracia. Quietud que ha sido expresada de manera muy gráfica en el arte del toreo: el arte de torear es de profunda cultura: citar, templar y mandar; la quietud no es otra cosa.

El alma en Unamuno

El pensamiento de Unamuno, muy influido por Kierkegaard, supone una reacción contra el cientifismo y contra el racionalismo. Unamuno concibe la vida como conflicto permanente entre el sentimiento de la inmortalidad y de Dios y la razón que lo invalida

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