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CAPÍTULO I TRAYECTORIA BIOGRÁFICA Y BIBLIOGRÁFICA DE JUAN GONZALO ROSE


Enviado por   •  14 de Julio de 2014  •  2.306 Palabras (10 Páginas)  •  202 Visitas

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Los heraldos negros se sitúan en una etapa relativamente temprana de la producción de César Vallejo. De hecho, este poemario se presenta como una evolución, ya que varios poemas aparecen todavía marcados por la huella del modernismo y ceñidos bajo las formas métricas y estróficas clásicas, mientras que otros aparecen ya más cercanos al lenguaje personal del poeta y en formas más liberadas. Algunos poemas son de evocación hacia lo nativo o indígena (la tierra y la gente), pero abarca también muchos de los temas que serán recurrentes en la obra del poeta: el destino del hombre, la muerte, el dolor, la conciencia de orfandad, el absurdo, la religión o la culpa, todos ellos tratados por el poeta con un acento muy personal, bajo una mirada cercana al existencialismo.

“Coyné señala que en Los Heraldos Negros predominan dos notas: la rebelión contra la retórica anterior, y el consiguiente uso de ciertas formas anti literarias (por ejemplo el “Yo no sé”); predominio del elemento afectivo, cubriendo en general toda la obra. Si transformamos el vocablo “afectivo” con el de “humano” (lo más afectivo, después de todo), tendremos caracterizada la mayor parte de la poesía vallejiana”.

Luis Alberto Sánchez: La literatura peruana

Alguna vez el poeta y monje trapense Thomas Merton definió a César Vallejo (1892-1938) de un modo inequívoco: “El más grande poeta universal después de Dante”. A setenta años de la muerte del poeta peruano y revisitando con determinada minucia su producción poética es probable que la ponderación realizada por Merton se revele más pertinente y menos excesiva de lo que parece a primera vista.Si hay algo innegable en la apreciación de la obra del extraordinario poeta peruano es su universalidad. César Vallejo es un poeta universal que rápidamente se va despojando de pátinas e influencias para construir una estética propia que alcanza en él su cumbre y resuena en las voces de la mayor parte de los poetas de habla hispana del siglo XX. La universalidad de Vallejo es, paradójicamente, personal en la medida en que su obra sustenta un universo autosuficiente e irreductible a otros términos que no sean los propios.

En Los heraldos negros, su primer libro, publicado en 1918, a sus veintiséis años, se deja ver un rasgo del que no escapó ningún poeta de su generación: el posmodernismo que alterna rima con verso libre, endecasílabos y alejandrinos; pero aun así, es un libro que exhala un aliento inequívocamente vallejiano y en el que enlazan de modo circular el primer y el último poema. Los heraldos negros se abren y se cierra con Dios como motivo y lacerante obsesión. El primer poema, aquel que le da título al volumen, tematiza un desencanto brutal: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! /Golpes como el odio de Dios”; el último, tal vez uno de los más antologizados de Vallejo, se clausura con una constatación irrevocable: “Yo nací un día/que Dios estuvo enfermo, grave”. Este Dios enfermo y grave que asiste al nacimiento del poeta y que cruza el libro bajo diversas formas es un Dios íntimamente emparentado con el aciago demiurgo de Cioran: un Dios insolvente de cuya mano creadora sólo puede derivar un universo monstruosamente fallido, un mundo que se pretende cosmos pero que está condenado al caos. Al punto que en “La de a mil”, Vallejo ensaya una manifiesta analogía entre el suertero (el hombre que vocea y adivina la suerte, el puro azar) y Dios; “¡por qué se habrá vestido de suertero/la voluntad de Dios!”. En “Los dados eternos”, la oposición de intensidad y medida entre creador y criatura es irremediable (“tú, que estuviste siempre bien/no sientes nada de tu creación. /Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!”) En el marco de un poema cuyo tono predominante (entre la aportación y el Apocalipsis) bien pudo haber suscrito el mejor Alma fuerte. Por fin, en el poema titulado “Dios”, sobre el final del libro, se destituye a Dios de su sitial divino luego de reconocer que a él, más que a nadie, debe dolerle “mucho el corazón” de sólo contemplar Su obra (acaso se pueda leer este rasgo de teodicea de Vallejo como el intolerable yugo al que Dios está condenado: mirar el mundo).

El otro tema que cruza Los heraldos negros es uno de los que, sin duda, serán más caros a Vallejo a lo largo de su producción: la muerte. El crespón, el cementerio, los amantes muertos, el clavo que cierra el ataúd o la enlutada catedral son imágenes constantes que se hallan íntimamente unidas a una soledad que anticipa y prefigura la soledad postrera: la soledad existencial, la que a partir del existencialismo francés se conoce como “el hombre solo sartreano”; una soledad que constituye al sujeto porque le es tan inherente como esencial. Soledad que en el caso de Vallejo se agudiza porque se le suma la gratuidad del nacimiento; “Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde/yo nunca dije que me trajeran” (“La escena miserable”).

El último motivo poético relevante de Los heraldos negros es la piedra, la metáfora mineral, la profunda identidad del poeta con la piedra (el poema “Las piedras” es el más representativo al respecto”, un motivo que anticipa la profunda cosmovisión que alentará en Trilce (1922).

César Vallejo

(Perú, 1892-Paris, 1938)

Vallejo y Neruda: Dos modos de influir

Mario Benedetti

(letras del continente mestizo, Montevideo: arca, 1972, pp. 35-39)

HOY EN DÍA parece bastante claro que, en la actual poesía hispanoamericana, las dos presencias tutelares se llaman palo Neruda y césar vallejo. no pienso me¬terme aquí en el atolladero de decidir qué vale más: si el caudal incesante, avasallador, abundante en plenitudes, del chileno, o el lenguaje seco a veces, irre¬gular, entrañable y estallante, vital hasta el sufrimiento, del peruano. Más allá de discutibles o gratuitos cotejos, creo sin embargo que es posible relevar una esencial diferencia en cuanto tiene relación con las influencias que uno y otro ejercieron y ejercen en las generaciones posteriores, que inevitablemente reconocen su magis-terio.

En tanto que Neruda ha sido una influencia más bien paralizante, casi diría frustránea, como si la ri¬queza de su torrente verbal sólo permitiera una imitación sin escapatoria, vallejo, en cambio, se ha cons¬tituido en motor y estímulo de los nombres más au¬ténticamente creadores de la actual poesía hispanoame¬ricana. No en balde la obra de Nicanor parra, Sebastián Salazar bondy, Gonzalo rojas, Ernesto cardenal, Roberto Fernández retamar y juan gelman, revelan,

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