Cuentos, Leyendas, Poesia, Adivinanzas, fábulas Para Preescolar
AMIMON10 de Agosto de 2013
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CUENTOS
El primer contacto del niño con el género literario es a través de la literatura oral (canciones o nanas), más adelante será el cuento narrado o leído por algún familiar. Luego interviene, en el jardín de infantes, el libro-objeto, el cual cobra importancia material y se transforma en un recurso manipulable, dónde comienza a diferenciar letras de número e imágenes, y, finalmente, llega la lectura directa por parte del niño.
Promover la lectura en el nivel inicial como generadora de placer, contribuye a la formación de nuevas ideas, emociones y sensaciones, generando un espacio al desarrollo de la imaginación, recreando nuevos escenarios y personajes, introduciéndolos en un mundo que une fantasía y realidad.
Un recurso válido es la lectura de imágenes, donde los niños a través de estas nos sitúen en un marco espacial, les pongan nombre a sus personajes, edades, definan sus personalidades y el contexto en el que están inmersos.
“Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero cuando una palabra tiene valor, contiene mil imágenes”
Cuentos:
Jirafa y Leoncito
El sol
El escarabajo trompetista
Púas, el erizo
El ratón García
El arco iris y el camaleón
Un pichón de avestruz
Viaje en globo
Concurso otoñal
Un amor beeep
Pablo y Victoria en la granja
Milo, el viento
El búho gafitas
¡Buen viaje, pingüinos!
¡A comer!
Jirafa y leoncito
Jirafa se acercó a beber en un río. Miró alrededor por si se encontraba con algún animal que la quiera dañar; tenía que tener cuidado, ya que muchas veces lo leones las atacaban cuando estaban bebiendo.
Abrió sus patitas delanteras para poder bajar su largo cuello y se acercó al agua. En el reflejo del río vio una sombra y se asustó. Giró su cuello y vio que se trataba del pequeño Leoncito.
Al ver que Jirafa lo miraba, Leoncito, giró su cabeza y agachó las orejas.
Jirafa caminó tranquila hacia él y le acercó su patita, Leoncito la acarició y ambos perdieron el miedo.
¿Cómo es que estás tan lejos de tu casa? ¿Y tu familia? –preguntó Jirafa, preocupada.
Es que… ¡me perdí! Por salir corriendo detrás de un ciervo. Sólo quería jugar y comencé a correr y…
¿Y qué ocurrió después? –interrumpió Jirafa.
El ciervo se asustó y yo me quedé en este lugar. Tenía miedo, pero soy un león valiente y no quería llorar. ¡Estoy tan cansado! – dijo Leoncito con tristeza.
No te preocupes, vayamos a aquel árbol a descansar –lo consoló Jirafa.
Leoncito se acomodó entre las patas de la jirafa y se quedó dormido junto a ella. Juntitos muy juntitos para darse calor.
Pasaron varios días, Jirafa cuidaba de él, lo alimentaba y le daba cariño como si fuera su mamá. Un día le explicó que dentro de un tiempo tendría que volver con su familia de leones.
Una mañana, Leoncito bebía agua en el río, cuando unos leones se acercaron a él. Jirafa los observaba desde lo alto y escuchó cuando los leones conversaban con Leoncito y le contaban lo preocupados que estaban sus padres. Ellos podían ayudarlo a recuperar a su familia.
Había llegado el momento de partir.
Jirafa vio cómo se alejaba Leoncito para siempre, pero, aunque lo iba a extrañar, estaba feliz porque él había encontrado a su familia.
El sol
Un nuevo día había llegado y nuestro amigo el sol ya estaba listo para salir.
Desde bien temprano ya estaba preparándose para que el día fuera “un gran día”. Sin darse cuenta llegó su hora y el cielo se vistió de luz y color. El sol estaba muy contento, pues ninguna de esas nubes traviesas había venido a tapar su luz. Desde el cielo, veía a los niños jugar y reír en el parque y se sentía feliz porque sabía que, en parte, era gracias a él.
Observando a un grupo de niños, escuchó que conversaban sobre lo que iban a hacer esa noche, y prestó atención, sobre todo, a lo que decía uno de ellos:
¡Qué ganas tengo de que se haga de noche! Hoy son las fiestas de mi pueblo y vamos a celebrarlo llenando el cielo de brillantes cohetes, cohetes que son como estrellas”
Al escuchar estas palabras, el sol se puso muy triste. Él también tenía ganas de participar de la celebración y ver los cohetes, pero sabía que no era posible.
Llegó la noche y el sol se escondió. Casi no pudo dormir de tanta tristeza, pensando en lo que estarían haciendo todos y cómo se divertirían sin él.
Lo cierto es que la tristeza lo invadió y estuvo varios días sin salir. Los días se hicieron oscuros y fríos. Los niños ya no podías salir a jugar a las plazas, las familias no podían pasear por el parque, nadie entendía qué sucedía. Todos extrañaban al sol.
Cierto día, cansado de tanta soledad, decidió volver a salir y se dio cuenta de que todos, al verlo, sonreían. El sol se dio cuenta de cuánto lo habían extrañado y se sintió feliz de estar de vuelta.
De esta manera comprendió que aunque no siempre podemos hacer lo que nos gusta, debemos sentirnos felices de lo que somos.
El escarabajo trompetista
Coco, el pequeño Escarabajo, vivía cerca de la quinta de Doña Gallina. Siempre paseaba solo, con su chaleco gris y su sombrero negro. Su casita estaba hecha de cáscara de nuez y al lado de un fuerte árbol que no protegía del viento y la lluvia.
Al Salir los primero rayos de sol, abría la ventana y ensayaba con su trompeta. ¡Claro, Coco era trompetista!
¡Tararí tarará tararí! – todas las mañanas entonaba su canción.
Él quería mucho a su trompeta dorada, se la había regalado un viejo Búho que vivía en el bosque.
Llevaba años practicando y realmente era maravilloso.
Sus amigos soportaban sus ensayos con mucha paciencia y lo alentaban para que cada día aprendiera un poco más. Sus notas cada vez sonaban mejor.
Cuando sus amigos, la Gallina, el Saltamontes y el viejo Búho, se enteraron que en el bosque había un concurso musical, no dudaron en anotarlo para que concursara.
Su música llegó a conocerse en otros bosques cercanos. Todos los animales querían oírlo.
Llegó el día del concurso. Sus amigos se vistieron con hermosas ropas y esperaban atentos el momento de la actuación. Pero algunos animales no creían en el talento que Coco tenía. Comentaban:
¿Un escarabajo músico? No, eso no es posible.
Pero claro que no, ese escarabajo es feo y no vive en una casa elegante.
Coco sorprendió a todos con sus melodías. Eran tan hermosas que los animales que estaban escuchando quedaron encantados con su presentación.
El concurso fue un gran éxito y todos aplaudieron, especialmente a Coco, con alegría.
Coco se hizo muy famoso, pero siguió viviendo en su casita de cáscara de nuez y divirtiéndose con sus amigos en el bosque.
Púas, el erizo
Púas era un erizo pequeñito de color marrón, tenía un hocico negro y unas patitas gordas. Siempre se metía en líos por culpa de sus púas pinchosas.
Cierto día, se encontraba, Doña Gata, tejiendo una manta para su bebé gatito y Púas se acercó a curiosear.
La gata había comprado, en la tienda, una gran canasta de madejas de colores y quería terminar esa manta antes de que pase el invierno.
Doña gata le decía a su gatito:
¡Qué lindo vas a estar! ¡Eres el gatito más lindo de toda la vecindad!
Púas se había escondido detrás del sillón, y los colores de las madejas llamaron su atención. Al inclinar la cabeza para verlas mejor, cayó dentro de ellas. ¡Qué desastre! Púas se había enganchado entre los hilos y había enredado todo con sus púas.
¡Mirá lo que has hecho! ¡Ahora qué voy a hacer! –dijo Doña Gata, preocupada.
Púas se sintió muy avergonzado y pidió disculpas a Doña Gata, pero el hilo estaba destrozado y ya no servía para hacer la manta.
Al llegar a su casa, Púas le contó a su mamá lo que había ocurrido en casa de Doña Gata. Estaba tan apenado que le pidió ayuda a su mamá para que le enseñe a hacer una manta.
Su madre, sorprendida por el gesto noble de su hijo, le respondió:
No te preocupes Púas, todo tiene solución, yo voy a ayudarte. Pero recuerda: no debes ser tan travieso, debes tener más cuidado.
Luego de terminar la manta para Doña Gata, Púas salió a jugar al bosque. De repente vio la madriguera de un conejo y quiso entrar en ella para curiosear. La Doña Coneja acababa de tener crías, estaban todas allí dentro, muy juntitas, todavía eran demasiado pequeñas para salir.
Púas consiguió meterse en la madriguera, pero no podía ver nada. ¡Estaba todo muy oscuro! El erizo iba de un lado para otro, sin darse cuenta que según se movía, iba pinchando a las crías.
¡Fuera de aquí! –le dijo Doña Coneja, muy enojada.
Púas estaba realmente triste. Él no quería hacer daño con sus púas, pero siempre le salía todo al revés. Y los animalitos del bosque siempre se enojaban.
De regreso a su casa, a Púas se le ocurrió una gran idea para compensar a todos los animalitos a los que había hecho enojar, y, de paso, darle utilidad a esas púas pinchudas:
¡Ya sé! ¡Limpiaré las alfombras de las casas de los animalitos! –dijo Púas, convencido de que había encontrado la solución. – Esta vez tengo que hacerlo bien y estar preparado para trabajar. No volveré
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