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Desarrollo Sustentable

jacksonjavier116 de Agosto de 2012

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Arqueología de la idea de desarrollo

Ya han pasado 40 años desde que Estados Unidos pusiera a circular, como objetivo mundial, la idea de "desarrollo". Los resultados son pavorosos. Plantas y animales desaparecen para no ser vistos nunca jamás. Y culturas enteras se desvanecen, arrolladas por las tecnologías del progreso. ¿Hay alternativas? Ganadores y perdedores no saben cómo salir de la trampa del "desarrollo".

Wolfgang Sachs

Los edificios caídos esconden sus secretos bajo montones de tierra y escombro. Y las estructuras mentales son a menudo erigidas sobre cimientos cubiertos por años o hasta siglos de arena. Los arqueólogos, pala en mano, trabajan a través de capas y capas para exteriorizar las cimentaciones y descubrir así los orígenes de un monumento en ruinas. Podría resultar que las construcciones mentales fuesen ruinas. ¿Cómo ocurrió eso? ¿Qué significa el pensamiento dominante? ¿Cómo encaja en lo que conocemos? Estas preguntas surgen acompañadas por sorpresas y tristezas, un relato de pasados esplendores que emergen lentamente.

La idea de desarrollo es ya una ruina en nuestro paisaje intelectual, pero su sombra, originada en una época pasada, oscurece aún nuestra visión. Es buen momento para emprender la arqueología de esta idea y descubrir sus cimientos, junto con las numerosas construcciones asentadas en ellos, para verla como lo que es: el anticuado monumento a una era inmodesta.

Potencia mundial en busca de misión

Una tormenta de viento y nieve caía sobre la Avenida Pennsylvania el 20 de enero de 1949, cuando el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, en su discurso inaugural ante el Congreso, definió a la mayor parte del mundo como "áreas subdesarrolladas". Apareció así, repentinamente, una característica permanente del paisaje, un pivote conceptual que comprime la inmensurable diversidad del sur del planeta en una sola categoría: subdesarrollado.

Por primera vez, la nueva visión del mundo fue anunciada de este modo: todas las gentes de la tierra tendrían que recorrer la misma senda y aspirarían a una sola meta: el desarrollo. Y el camino a seguir se extendía claramente ante los ojos del presidente: "Una mayor producción es la llave de la prosperidad y la paz". Después de todo, ¿no era Estados Unidos el que más se había acercado a esta utopía? De acuerdo con este criterio, las naciones toman su lugar como corredores, rezagados o punteros, y "Estados Unidos tiene preeminencia entre las naciones en el desarrollo de técnicas industriales y científicas".

Disfrazando de generosidad el interés personal, Truman delineó un programa de asistencia técnica diseñado para "aliviar el sufrimiento de estas gentes" mediante "actividades industriales" y "un nivel de vida más elevado". Viendo hacia atrás después de cuarenta años, reconocemos el discurso de Truman como la señal inaugural de la carrera del Sur para alcanzar al Norte. Pero también vemos ahora que los corredores se han dispersado en la pista, algunos han caído en el camino y otros han empezado a sospechar que corren en la dirección equivocada.

La idea de definir al mundo como una arena económica fue completamente extraña para el colonialismo. Esta designación se originó en el tiempo de Truman. Ciertamente, los poderes coloniales se veían a sí mismos como participantes en una carrera económica. Los territorios de ultramar debían servir como fuente de materias primas y mercados. Pero fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando tuvieron que bastarse a sí mismos y competir en una arena económica global.

Durante el período colonial, para Inglaterra y Francia la dominación de sus colonias fue, antes que nada, una obligación cultural que se originaba en su vocación civilizadora. Lord Lugard formuló la doctrina del "doble mandato": beneficio económico, por supuesto, pero sobre todo la responsabilidad de elevar las "razas de color" a un mayor nivel de civilización. Los colonialistas llegaron a mandar a los nativos como amos, y no como planificadores a impulsar la espiral de la oferta y la demanda. Los imperios coloniales eran percibidos como espacios políticos y morales en los que las relaciones de autoridad daban el tono, no como pasos económicos articulados en torno a las relaciones comerciales.

El desarrollo como un imperativo

De acuerdo con la visión de Truman, los dos mandamientos del doble mandato convergen bajo el imperativo del "desarrollo económico". Tuvo lugar un cambio en la visión del mundo, lo que permitió que el concepto de desarrollo se erigiera como un estándar del valor universal. En la Ley de Desarrollo de 1929, todavía bajo la influencia del marco colonial, el desarrollo era visto sólo de una manera transitiva: el concepto se aplicaba exclusivamente al primer deber del doble mandato y representaba la explotación económica de recursos como la tierra, los minerales y los productos forestales. El segundo deber era definido como "progreso" y "bienestar".

Sólo los recursos podían ser desarrollados, no los hombres o las sociedades. Fue en los corredores del Departamento de Estado, durante la guerra, que la innovación conceptual maduró: el "progreso cultural" fue absorbido por la "movilización económica" y el desarrollo fue entronizado como el concepto reinante. Y así, una nueva visión del mundo encontró su definición suscinta: el grado de civilización de un país podía ser medido por su nivel de producción. Ya no había razón para limitar a los recursos el dominio del desarrollo. De ahí en adelante las gentes y las sociedades enteras podían, o incluso debían, ser vistas como objetos de desarrollo.

Definir la explotación económica de la tierra y sus tesoros como desarrollo fue una herencia de la arrogancia productivista del siglo XIX. Mediante el truco de una metáfora biológica, una simple actividad económica se convierte en un proceso natural y evolutivo, como si cualidades ocultas fueran progresivamente desarrolladas hasta su estado final. De este modo, la metáfora dice que el destino real de los bienes naturales debe ser encontrado en su utilización económica: todos los usos económicos son un paso más para dirigir el potencial interno hacia esa meta.

La hegemonía occidental incluida

Este es el fondo metafórico que permea el llamado de Truman a desarrollar y permite que el axioma universal desarrollado/subdesarrollado sea transformado en una creencia teológica: las sociedades del Tercer Mundo no son vistas como posibilidades diversas e incomparables de organizaciones humanas vitales, sino que son colocadas en un solo carril "progresivo", y consideradas más o menos avanzadas de acuerdo con los criterios y dirección de las naciones hegemónicas.

Esta reinterpretación de la historia global no era sólo políticamente halagüeña, sino también epistemológicamente ineludible: ningún pensamiento sobre desarrollo puede escapar a una suerte de teleología retroactiva, ya que el subdesarrollo sólo puede ser reconocido viendo hacia atrás desde un estado de madurez. Desarrollo sin predominio sería como una carrera sin dirección. De ahí que la hegemonía de Occidente fuera lógicamente incluida en la proclamación del desarrollo. No es una coin cidencia que el prólogo a la Carta de las Naciones Unidas ("Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas…") haga eco de la Constitución de Estados Unidos ("Nosotros, el pueblo de Estados Unidos…"). Hablar de desarrollo no significa otra cosa que proyectar el modelo de sociedad norteamericana al resto del mundo.

Truman necesita realmente esta reconceptualización del mundo. Los poderes europeos, que perdían sus súbditos coloniales, representaban un mundo que se había derrumbado y Estados Unidos, la nación más fuerte emergida de la guerra, fue obligada a actuar como el nuevo poder mundial. Para esto necesitaba una visión de un nuevo orden global. El concepto de desarrollo se presenta al mundo como una colección de entidades homogéneas que no se mantiene unidas por medio de la dominación política de los tiempos coloniales, sino a través de la interdependencia económica. Así, la hegemonía estadounidense no tenía nada que ver con la posesión de territorios, pero sí todo que ver con su apertura a la penetración comercial. En este escenario se permitió el proceso de independencia de los países jóvenes, que automáticamente quedaron bajo el ala de Estados Unidos al proclamarse a sí mismos sujetos de desarrollo económico. El desarrollo fue el vehículo conceptual que permitió a Estados Unidos comportarse como el heraldo de la autodeterminación nacional, al tiempo que fundaba un nuevo tipo de hegemonía mundial, un imperialismo anticolonial.

El Sur según la imagen del Norte

Los líderes de las naciones recientemente fundadas de Nehru a Nkrumah, de Nasser a Sukarno aceptaron la imagen que el Norte tenía del Sur y la internalizaron como su propia imagen. El subdesarrollo se volvió el fundamento cognoscitivo para el establecimiento de naciones en todo el Tercer Mundo. Algunos de los nuevos líderes, durante sus batallas contra el colonialismo, habían aprendido, de la URSS o a través de la Tercera Internacional, la lección sobre la hegemonía del productivismo occidental. Esencialmente esto daba lo mismo. Nehru incidentalmente en oposición a Gandhi lo expresó en 1949: "No es una cuestión de teoría. Sea comunismo, socialismo o capitalismo, el método que sea más exitoso en traer los cambios necesarios y en dar satisfacción

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