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Doctrina Social De La Iglesia

andreita2515 de Marzo de 2014

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UNA NUEVA MIRADA: DESDE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Por Élver Sánchez Celis

Toda realidad de Colombia o de cualquier país, persona, familia o lugar puede ser vista desde diversas

miradas, que no siempre son Verdad, ni son confiables. Es decir, en el caso de Colombia, ver la realidad

desde los políticos es muy diferente a verla desde unos estudiantes de universidad pública llenos de

ilusiones en una lucha social, en movimientos revolucionarios propios de un proceso de búsqueda de

identidad personal y social (no obstante, sí hay quienes tienen convicciones profundas para luchar y

perseverar), pero el caso es que cada quien mira, analiza y critica la realidad según sus intereses, sus

emociones e ideales de momento.

Ver la realidad es ir más allá de lo evidente y del problema mismo; es asumir la mirada bondadosa de

Cristo, que no se llenó sólo de emociones, sino que vió con amor, juzgó con criterio y verdad y luego actuó

con caridad y firmeza. De esta manera es preciso que nuestro contexto sea visto con ojos de misericordia,

no de pesares o de discursos altruistas, sino con acción que dinamice y movilice, es ver la realidad no con

ingenuidad sino con justicia y actitud entrañable de amor.

La justicia social es fundamento del pensamiento social de la Iglesia, inspirada en el Evangelio; en el

comienzo de la Iglesia los santos padres predicaron la justicia social. Veamos algunos mensajes:

“No es tu bien el que distribuyes al pobre. Le

devuelves parte de lo que le pertenece, porque

usurpas para ti sólo lo que fue dado a todos, para

el uso de todos. La tierra a todos pertenece, no

sólo a los ricos”, San Ambrosio.

“Nadie tiene derecho a reservar para uso exclusivo

aquello que es superfluo, cuando a otros, les falta lo necesario”

San Agustín

“Porque Era Desplazado y Me Acogiste” (Castro y García, 2001)

Parafrasear las bienaventuranzas evangélicas propuestas por Jesús, se convierten en un imperativo

dentro del contexto de vida en Colombia, que muy bien lo comprendió, asumió y enseñó el Padre Rafael

García Herreros, no simplemente como parte de su trabajo y convicción apostólica, sino más aún, como

vocación profunda, como hecho intrínseco de su propia existencia, como necesidad vital de construcción

social en su propio terruño, como hombre espiritual comprometido y dispuesto al servicio, que

comprendió la verdadera vocación humana, desde aquel texto (Gaudium Et Spes, Concilio Vaticano II,

1967) que recomendó a las orillas del hermoso y majestuoso río Catatumbo:

“Yo quiero que todos vosotros le{is este librito portentoso, resumen de un estudio gigantesco

hecho por los m{s inteligentes peritos del Concilio Vaticano 2°(<)

En este pequeño libro que lo deben leer los políticos, los estudiantes, los periodistas y todos

los Católicos, y aún los no cristianos, se estudia la vocación del hombre.

La dignidad de la persona humana, el sentido de la vida en el mundo. Y algunos de los

problemas más urgentes del mundo actual”. (García-Herreros, 2009, Recopilación de textos

inéditos)

Pero, ¿cuál es esa vocación a la dignidad humana, que es preciso reconstruir, resignificar y fortalecer? Más

aún cuando, desde nuestra labor profesional o de estudio en Uniminuto o en cualquier otro ambiente,

dentro de nuestra realidad colombiana, es un clamor y un llanto silencioso que golpea la profundidad de

la conciencia expresada en el rostro de tantos hombres, mujeres y niños que a diario vemos en la pantalla

gigante de nuestro propio contexto urbano y rural.

Bien lo define ese “pequeño folleto”, como lo expresa el Padre Rafael García (inédito, 2009) que el

misterio del hombre sólo se comprende en el misterio del Verbo encarnado y es el misterio de Amor,

donde se manifiesta plenamente y se descubre esa altísima vocación (Gaudium Et Spes). Vocación que no

es otra que la misma dignidad humana, por la que incansablemente luchó y perseveró el Padre Rafael

García Herreros y desde cuya misión edificó la obra Minuto de Dios.

Dignidad humana que comprende la promoción integral, desde una opción preferencial por los pobres, en

una auténtica liberación que lleva a la transformación de la persona, haciéndolo sujeto de su propio

desarrollo, tal como se menciona en Aparecida(2007). En este sentido la bienaventuranza se reconstruye

en una realidad contextual como es la situación de desplazamiento: “porque era desplazado y me

acogiste”, es pues, dichoso, bienaventurado, feliz; aquel que fortalece su proyecto existencial con un claro

y maduro horizonte de sentido: ver en el otro, el rostro vivo de Cristo, descubriendo desde la mirada del

Amor, el misterio encarnado y sublime de la dignidad de la persona humana, a la que es preciso acoger

con la generosidad del corazón de tal manera que permita al desplazado y a todo ser humano, reconstruir

su propio proyecto de vida de manera justa y digna, como lo expresan Castro y García (2001).

No obstante, reconstruir la persona, los ambientes familiares, la sociedad lacerada, las comunidades y el

tejido social, requiere puntualmente una profunda y sincera conversión epistemológica, que consiste en

elaborar nuevas construcciones y comprensiones de la realidad humana y social, es reelaborar y releer la

historia, las situaciones del otro y de la propia persona, estructurando nuevas visiones del ser existencial,

fortaleciendo y precisando el horizonte de sentido que permita mover la vida, animar la existencia y

reorientar las acciones.

Esta conversión permite nuevos descubrimientos, incluso como concluye el Padre Mejía (2002) es preciso

estar enamorado de Dios, pero del Dios encarnado, el Dios de la Vida, el Dios que ha asumido el dolor

como oblación para levantar al hombre caído, no simplemente enamorarse de un Dios abstracto, etéreo y

dogmático que no se vive, ni se siente en ese proceso de conversión y descubrimiento epistemológico.

Es ahí, donde está el horizonte de sentido, la tarea por hacer, la lección por revisar, a todo ser humano,

empezando por mí desde mi propio contexto de educador, de estudiante, desde mi papel de desplazado,

de víctima y/o de victimario, desde mi particular realidad. Estructurando un proyecto personal de vida,

orientado a una mirada de misericordia y de samaritanidad, de construcción personal y social, de acogida

y resignificación de la dignidad propia y del otro en una praxis profesional de servicio, apertura y

realización humana, que permita ser bienaventurado y dichoso, desde una mirada de la esperanza.

Esto constituye el sentido de la Doctrina Social de la Iglesia, que no es otros cosa que un compendio de

orientaciones y reflexiones hacia la construcción de la dignidad humana, especialmente hacia los más

vulnerables de la sociedad. La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) se especifica en 10 principios que muy

bien los presenta el padre Maloney (2009). A continuación se presenta un extracto del documento en

internet:

1. El principio de la Dignidad de la Persona Humana.

“Todo ser humano es creado a imagen de Dios y redimido por Jesucristo y, por lo tanto, es de

un valor incalculable y digno de respeto como miembro de la familia humana” (Sharing

Catholic Social Teaching, 1998, p. 1).

Este es el principio fundamental de la enseñanza social católica. Toda persona -

prescindiendo de raza, sexo, edad, patria, religión, inclinaciones sexuales, empleo o

nivel económico, salud, inteligencia, éxitos o cualquier otra característica

diferenciadora – es digna de respeto. No es lo que uno hace o tiene lo que da

derecho al respeto, lo que establece la dignidad de uno es sencillamente el ser una

persona humana. Dada esa dignidad, la persona humana en la visión católica

nunca es un medio, es siempre un fin.

El cuerpo de la doctrina social católica comienza con la persona humana, pero no

termina ahí. Los individuos tienen su dignidad personal; pero el individualismo no

tiene lugar en el pensamiento social católico. El principio de la dignidad humana da

a la persona el derecho a la pertenencia, como miembro, a una comunidad, la familia

humana.

2. El principio del Respeto por la Vida Humana

“Toda persona, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, posee una

inherente dignidad y el derecho a la vida, que fluye inevitablemente de dicha dignidad”

...

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