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EL DEFICIT CERO, UNA NUEVA PROPUESTA CON TODO EL ESTILO DE CAVALLO Cuando Es Hora De Cambiar La Agenda


Enviado por   •  25 de Mayo de 2013  •  1.935 Palabras (8 Páginas)  •  483 Visitas

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Tres ministros de Economía se han sucedido en el Gobierno que fue elegido bajo el logo de Alianza. No es despiadado concluir que fueron muy poco idóneos para pensar políticas económicas dentro del (cabe reconocer) complejo escenario de una sociedad democrática. Y que, para colmo, han sido tremendamente ineptos para analizar su especialidad: la específica realidad económica, atisbar futuros, prever las coyunturas inmediatas.

Vayamos al primero de los cargos. Decir que Domingo Cavallo es un autoritario de libro no es ninguna novedad. Ricardo López Murphy tal vez lo sea un poco menos, más allá de su adusto aspecto y de su celebrado (por lo peor de las Fuerzas Armadas) período de instrucción en el Ministerio de Defensa. Y José Luis Machinea es un hombre de modos y curriculum ligados a la democracia y el pluralismo. Pero, puestos en gestión, estos tres especialistas comparten un potente mínimo común denominador: formulan sus planes sin registrar que están dirigidos a una sociedad plural, insatisfecha y compleja.

La sociedad argentina es pluralista de pálpito. La componen gentes de surtidas religiones, cuyos antepasados provienen de casi todas las geografías del globo terráqueo. Tiene una intensa actividad corporativa y política y –aunque apagados respecto de épocas no tan lejanos– muchos de sus habitantes saben reclamar por sus derechos. Es una sociedad que alberga piqueteros, Carpas Blancas, Memorias activas, centrales sindicales de orientaciones bien diferentes, activismo estudiantil, periodistas capaces de investigar y denunciar, inclaudicables organismos de derechos humanos e innumerables etcéteras. Unos cuantos argentinos “son” de salir a la calle si se atenta contra sus vidas, las de sus parientes, si se agrede su bolsillo, su estética o sus capitales simbólicos. Y llegan a ser muy aguerridos, hasta jacobinos e intransigentes puestos a defender sus intereses sectoriales. En términos histórico comparativos están algo aplacados como secuela aún no reparada del terrorismo de estado y también porque han aceptado que son estos tiempos de estrecheces y de escasez. Pero –como contrapeso– una bronca común suele acicatearlos: la de haber vivido mejor. La de haber tenido, cada uno en su sector, un pasado más confortante que se creen con derecho a revindicar y recuperar. Esto es, de no sentirse “apenas” demandante sino también despojado. Al punto de estimar que lo que se está pidiendo no es utópico, es posible. Tan posible que ya ocurrió.

Tamaño cuadro de situación amerita una toma de posición valorativa. Y ahí va: a los ojos de este columnista, que muchos compatriotas sean enérgicos en la defensa de sus derechos, activos y –a veces– hasta fastidiosos y agresivos es una profunda suerte. Si así no fuera, si dependiéramos solo de las ideas y decisiones de las máximas autoridades que hemos tenido, estaríamos bastante peor. Hágase un esfuerzo de abstracción e imagínese qué sería de la Argentina sin Marchas del Silencio, “no se olviden de Cabezas”, batallas de los organismos de derechos humanos, sin gremios combativos, sin prensa independiente.

Pues bien, todos quienes han intentado, con penoso saldo, conducir la economía en los últimos años han carecido del mínimo sentido común para prever las reacciones de actores democráticos, dinámicos y muy duchos en detectar cuando se le mete la mano... en sus intereses. Los Machi boys se sorprendieron por la respuesta de su base social –cierta clase media– al impuestazo: bronca, crisis de legitimidad y retracción en el consumo. Sin embargo, eran previsibles por cualquiera. López Murphy supuso que el aplauso de un puñado de banqueros era aval suficiente para imponer sacrificios a casi todo el resto de los argentinos. Cavallo, bueno, Cavallo ya se sabe.

En suma, piensan la política económica sin registro de los intereses, reacciones e imaginarios de los principales protagonistas del sistema democrático: no las facultades de Económicas, ni los centros de excelencia, ni los banqueros, ni aún los Presidentes. Tan luego, la gente de a pie.

Ternero en rodeo propio

Nuestros superministros se manejan con lógica de laboratorio. Es interesante añadir que –aún dentro del estrecho margen de su especialidad– han venido haciendo sapos estentóreos. Errados fueros los diagnósticos de todos, equivocados los escenarios que imaginaron, endebles la murallas de Jericó que erigieron (blindajes o megacanjes). El más patético es el caso de Cavallo, cuyos cambios de discurso y de prognosis adquieren la velocidad de la luz, como doble consecuencia de la aceleración de la crisis y de su tempestuosa personalidad. Penélope incansable, teje medidas de día y las desteje de noche y cada vez explica que ha dado en el clavo. Ahora, con igual énfasis que cuando promovió medidas reactivadoras y se burlaba de los mercados, se convierte en adalid del déficit cero (en adelante DC, oh casualidad, las iniciales del Megaministro).

La iniciativa DC ha estimulado a editorialistas surtidos y le ha caído bien al presidente Fernando de la Rúa, cuya conformación como administrador municipal le hace creer que el equilibrio de las cuentas es, sin más, el secreto del crecimiento. Tamañas demasías obligan a subrayar una obviedad: el DC es una consecuencia necesaria del principio de convertibilidad. Ese instrumento implica la renuncia a la política monetaria y, por ende, a cualquier manejo, virtuoso o defectuoso, del déficit. Hábil sacador de conejos, Cavallo postergó la confesión pública de esa castración, primero vendiendo los activos públicos del estado (“joyas de la abuela”) y luego acudiendo al salvaje endeudamiento externo. Ahora los fuegos artificiales han terminado, el principio DC no se urde, apenas se reconoce. Pero ocurre que lo que propusieron Cavallo- De la Rúa es algo más preciso que DC: es DC “ya” y basado solo en recorte de gastos. El Presidente calificó al engendro de “innegociable”, asegurando que en ello “le iba la vida”, dos hipérboles tremendistas, monárquicas inadecuadas para un sistema republicano, representativo y federal.

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