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EL FORASTERO, EL NATIVO Y SUS HUELLAS. UNA APROXIMACIÓN ANTROPOLÓGICA AL TURISMO

Kimberly19875 de Septiembre de 2012

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IDENTIDAD Y RECURSOS ENDÓGENOS

ANTROPOLOGÍA DEL TURISMO RURAL

EL FORASTERO, EL NATIVO Y SUS HUELLAS.

UNA APROXIMACIÓN ANTROPOLÓGICA AL TURISMO

Fernando Ros Galiana

El mundo existe todavía en su diversidad. Pero esa diversidad poco tiene que ver con el calidoscopio ilusorio del turismo. Tal vez una de nuestras tareas más urgentes sea volver a aprender a viajar, en todo caso, a las regiones más cercanas a nosotros, a fin de aprender nuevamente a ver.

Marc Augé

I. EL TURISMO: UN NUEVO CAMPO DE INVESTIGACIÓN ANTROPOLÓGICA

La importancia económica y sociocultural del turismo es creciente, y constituye cada vez más sobre todo en muchos países del sur una fracción sustancial de sus recursos. Esa espectacular relevancia cuantitativa del fenómeno turístico, se ve acompañada por la densa y compleja trama de influencias, cambios e impactos, que inducen sus actividades e infraestructuras sobre las culturas y entornos receptores de su presencia.

El turismo se presenta, así, como una realidad que interesa y cruza a múltiples disciplinas: Geografía, Demografía, Economía, Ecología, Politología, Sociología, Psicología y Antropología. Por consiguiente, el estudio de esta temática puede y debería verse abocado a la interdisciplinaridad; desde una perspectiva cooperativa, coordinada y no jerárquica de las ciencias citadas. En este marco coral e integrador, la Antropología, como ciencia social de las culturas, está llamada a contribuir productivamente.

Parece claro que el acervo teórico, metodológico y ético propio de la mejor tradición antropológica, ofrece una despensa de recursos virtualmente útiles para el estudio y comprensión del turismo. En particular: el trabajo de campo intensivo —la etnografía—, y los modelos teóricos e interpretativos que esta ciencia social ha ido construyendo acerca del cambio sociocultural y de los procesos contemporáneos de aculturación y difusión cultural. En los momentos fundacionales de la Antropología, sustentada en las primeras descripciones académicas de la diversidad cultural, ésta era percibida desde la óptica de la curiosidad colonialista por el conocimiento y control de la diferencia atribuida a lo “exótico” o “primitivo”.

Partiendo de esa visión etnocéntrica, limitada —desde la satisfecha atalaya occidental— a lo “remoto”, con su aureola de radical alteridad, la ciencia de la cultura ha tenido que irse adaptando a los acelerados cambios de la modernidad, mediante la renovación o reorientación de sus campos de interés. Así, desde la decimonónica fascinación distante por los otros, se pasa hoy día a reconocer —citando a Bohannan-—que “para raros, nosotros”.

En ese desplazamiento de la Antropología hacia nuevos objetos de atención más cercanos, se dibuja la tendencia a ocuparse preferentemente por aspectos o sectores de la cultura, subconjuntos del sistema, antes que por la tradicional y ambiciosa cobertura holística: aquel soberbio programa perseguidor de una explicación totalizadora de todos los grupos humanos, en todas sus facetas y en todas las épocas.

Uno de los efectos más visibles de este reciclaje adaptativo, al enfrentarse con los vertiginosos procesos de homogeneización económica y cultural que —desde mediados del XX— impulsa el capitalismo a escala planetaria, consiste, precisamente, en delimitar temas parciales o enfoques específicos, vinculados con nuevas dimensiones o problemáticas de la vida social y cultural. Lo que ha desembocado en la construcción de un nuevo paisaje temático y metodológico para la Antropología.

Se tiende ahora al abandono del objeto fundacional —neocolonial— de investigación antropológica: el “hombre primitivo”; y se pasa al “campesino”, al habitante del “tercer mundo”, al “urbano”, al “marginal”, etc. Lo que resulta es un continuo desplazamiento, sintomático de la necesaria actualización de una Antropología demasiado anclada —desde sus primeros pasos— en la selección, búsqueda y control de estereotipos de la alteridad y la diferencia.

Con todo, queda mucho todavía del enfoque originario y de su identidad primera como ciencia social de la cultura, en este saludable ejercicio de actualización: el énfasis en el estudio de las culturas como sistemas, la investigación sobre sus componentes y procesos, así como acerca de la compleja red de interacciones que se da entre tales elementos. Como señala Agustín Santana:

Cuando nos referimos a los estudios antropológicos del turismo (…) los ‘otros’, el objeto tradicional de la antropología, se complejiza y, en parte, retoma la vieja visión de lo exótico en su aplicación al turismo (…) para obtener un ‘otro’ acotado, limitado a nuestro campo de estudio, que puede recibir el nombre de ‘turista’, ‘anfitrión’, ‘indígena’ o ‘huésped’, pero en último término no ha variado tanto respecto al ‘hombre primitivo’ que estudiaron los antropólogos de ayer.

Así pues, este nuevo subconjunto de la práctica antropológica concuerda con la tendencia actual a sustituir el ambicioso estudio global de culturas, por la investigación en profundidad de aspectos parciales o problemáticas concretas. Es en ese contexto donde surge el reciente interés antropológico por el turismo, y el consiguiente desarrollo de una —todavía incipiente— tradición teórica e investigadora, que puede denominarse, y comienza a conocerse como “Antropología del turismo”.

II- RECURSOS TEÓRICOS Y METODOLÓGICOS DE LA ANTROPOLOGÍA PARA

EL ESTUDIO DEL TURISMO

El colosal crecimiento de los flujos estacionales de población que canaliza el sistema turístico en las últimas décadas, provoca nuevas mas y grados de encuentros, interacciones y conflictos intra e interculturales, específicos de la actividad turística. Los componentes, procesos y efectos de estos fenómenos, conectan muy directamente con problemáticas y modelos de análisis ampliamente desarrollados por la antropología: contacto y choque cultural, aculturación y difusión, etnicidad e identidad, modernización y globalización, cambio social y cultural, etc.

Todas ellas, cuestiones características de la mirada antropológica desde hace tiempo. Por tanto, conviene comenzar presentando ese útil bagaje teórico y metodológico de la Antropología, para contribuir a esa tarea necesariamente interdisciplinar: describir y explicar la actividad turística, sus tipos y modos de operar, los procesos que impulsa y los efectos que produce.

II.1- Contacto entre culturas y procesos de aculturación

La noción de aculturación —“acculturation”— fue acuñada en el seno de la corriente antropológica Culturalista norteamericana, a partir de los años treinta del pasado siglo; si bien, su desarrollo teórico y práctico se afianzó durante la década de los cincuenta. Una definición reciente es la que formula J.-F. Baré: “El término aculturación designa los procesos complejos de contacto cultural por medio de los cuales, sociedades o grupos sociales asimilan o reciben como imposición rasgos o conjuntos de rasgos que provienen de otras sociedades”.

No obstante, nada nuevo se añade aquí a las aproximaciones originarias al concepto, que elaboraron los clásicos culturalistas de aquella primera generación, como Redfield, Linton, Herskovits y Foster. El contexto investigador en que se producen estas elaboraciones pioneras, viene definido por el redoblado interés que despierta entre los antropólogos el fenómeno del cambio sociocultural, en las nuevas coordenadas de la descolonización. Se comienza a observar retrospectivamente el devenir de las culturas antaño sometidas, ante las nuevas situaciones de posguerra. Sin embargo, la operatividad analítica y práctica de la noción, pronto se vio criticada por su excesiva generalidad. Por ello, se afinó y descompuso en nuevos aspectos, para poder dar cuenta de las múltiples formas que podía revestir el contacto entre culturas y los recíprocos efectos entre ellas.

Es aquí donde se sitúan los esfuerzos teóricos por reforzar el concepto de aculturación, ante los peligros ultrageneralistas y etnocéntricos; tarea protagonizada por Linton y Herskovits, entre los fundadores del mismo. En una visión de conjunto, se le ha reprochado con cierto fundamento su escasa atención a las dimensiones políticas que constituyen el contexto del contacto cultural y la aculturación. Es decir: a las formas de dominación, organización del poder e influencia recíproca que se manifiestan en estos fenómenos.

Tradicionalmente, los estudios de tales procesos han enfatizado con demasiada frecuencia uno u otro de los polos culturales que entran en contacto: la “cultura fuente” o emisora, o bien la “cultura blanco”; o las culturas “donante” y “receptora”, según otra acepción. Este enfoque ignora precisamente el que debería ser objetivo central de las investigaciones: las modalidades de comunicación entre dos o más culturas, olvidando así

la hipotética situación de intercambio que -—aún asimétrico— suele producirse en las sociedades conectadas. Reflexión que lleva aparejada la necesidad de analizar también las formas de recepción, adopción, rechazo, integración o reinterpretación de los rasgos, influencias o instituciones que se “mueven” de una a otra cultura.

La incorporación de los conceptos de “rasgo cultural” y de “difusión” al dispositivo

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