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EL PESCADOR Y LA PIEDRA VERDE DE PISCIS


Enviado por   •  27 de Abril de 2014  •  1.362 Palabras (6 Páginas)  •  297 Visitas

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EL PESCADOR Y LA PIEDRA VERDE DE PISCIS

Había una vez un pescador que, al llegar al fin del día, estaba cansado de tanto trabajar sin haber pescado cosa alguna. Finalmente, al caer la noche, cuando recogía su red, encontró en ella un único pez, bien pequeñito, y tomándolo, irritado, exclamó:

- ¿Es este el resultado de un día entero? ¡Qué cosa miserable! ¡Voy a tirarlo al agua!

Pero continuó observándolo, admirándolo, pues parecía que el pez poseía tres ojos. Observándolo más de cerca, descubrió que lo que parecía un tercer ojo en el medio de la cabeza entre los otros dos, era en realidad una piedra verde que centelleaba como una luz aparecida en la profundidad del mar, al ser iluminada por las linternas que los pescadores usaban para asustar a los peces. El pescador retuvo al pececito por algún tiempo, contemplándolo admirado. Palpó cuidadosamente, con las puntas de los dedos, la piedra verde y reluciente y en ese momento, pareció oír al pez hablar. No podía imaginar tal tontera, pues era como si escuchase las siguientes palabras dentro de sí:

- Mira a tu alrededor: ¡en aquella colina se encuentra un palacio! ¿Acaso no lo ves?

El pescador dio vuelta la cabeza. Conocía bien su tierra natal y jamás había visto allí un palacio ni una colina, ni siquiera una pequeña elevación. No obstante, veía ahora, sobre una colina, un palacio que relucía con esplendor y magnificencia inimaginables.

Dejó entonces reposar los dedos sobre la piedra verde, y continuó escuchando dentro de sí la voz, que proseguía:

- Entra en aquel palacio que ves en lo alto. En el primer portal encontrarás a tu amigo, aquel que las olas te robaron. El te pedirá que te detengas, diciendo: “Quédate aquí; ¡no me abandones, ahora que finalmente estamos reunidos!” No lo atiendas; prosigue tu camino, atravesando el primer portal. En el segundo portal encontrarás a tu amor, la mujer que anhelaste en vano que fuera tu esposa, y que fue raptada por los bandidos y llevada a las montañas. Ella te implorará diciendo: “¡Quédate conmigo; al fin los amantes estamos reunidos!” No la atiendas y atraviesa el segundo portal. En el tercero, te encontrarás con una tarea más dura; encontrarás a tu madre, que falleció hace ya tantos años. Ella correrá, feliz, a tu encuentro, diciendo: “¡Quédate conmigo, mi hijo; finalmente estamos reunidos!” No le prestes atención a lo que ella dice y atraviesa también el tercer portal.

Así llegarás a un atrio enorme, en el centro del palacio, donde experimentarás y verás los próximos acontecimientos.

Las manos del pescador comenzaron a temblar, de modo que las puntas de los dedos se alejaron de la piedra verde; y no oyó ninguna otra cosa más. Todavía con el pez en la mano, se aproximo al extraño palacio que antes no existía allí. Continuó andando y, de hecho, en el primer portal, que era enorme, estaba su amigo. Sintió una gran alegría al volver a ver a ese rostro amado. ¿Acaso existe cosa más bella para un hombre, que la amistad de otro hombre? El pescador atravesó el portal, mientras el amigo decía:

- ¡Ah, al menos déjame oír nuevamente tu voz! – imploraba – Al fin, mi amigo, nos vemos nuevamente: ¡Quédate conmigo, nuestra reunión será bella y bendita!

El pescador quiso detenerse, más el pez le mordió fuertemente un dedo; entonces recordó que no debía quedarse. Atravesó aquel aposento y la imagen de su amigo se apagó en su memoria, como también la sombra de aquel lugar.

Llegó al segundo portal. Allí estaba aquella que él había esperado tan ardientemente. Se mostraba con todo su encanto, envuelta en sus velos. Sus ojos oscuros lo miraban, a través del velo se percibía el brillo de sus labios carmesí, y le dijo:

- Por fin mi amor estoy nuevamente a tu lado. ¡Quedémonos juntos para siempre!

Los pies del pescador parecían enraizados en el suelo, quiso extender los brazos, pero otra vez el pez lo mordió. ¡No, eso no era permitido, aunque no comprendiese la razón! Cuando quiso proseguir su camino sin prestarle atención, ella había desaparecido como una nube, y su paso por el aposento de las sombras quedó atrás.

Ahora, se encontraba con la tarea más pesada, pues ya avistaba a su madre, ¡aquella madre digna de

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