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El Exilio Como Condición Poética


Enviado por   •  5 de Abril de 2015  •  2.775 Palabras (12 Páginas)  •  146 Visitas

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Pareciera que el poeta llevase el exilio a cuestas, o mejor dicho, adentro. Ser poeta es estar lejos, lejos incluso de uno mismo. Como la ceguera atribuida o real de los poetas anti­guos, el exilio (en su más amplio sentido) permite al poeta des­pegarse de la realidad, desterrarse, para entrar en el corazón de las cosas, recrearlas y sólo así expresarlas con devoción. Este ensayo cae en la abundante poética hispanoamericana que respira el tema más que otras literaturas.

Sin minimizar la importancia de exilios políticos, ideoló­gicos o económicos (todos ellos hijos de un mismo padre), en esta búsqueda quisiera entender la inquietud poética desde mi propio exilio, desde la emigración de mi tierra natal, des­de la inmigración y residencia en el país donde actualmente ciudadanizo sin pertenecer del todo y, principalmente, desde mí mismo. En resumen, trataré de captar el exilio como con­dición poética. Encuadro el análisis en los versos de Poemas Humanos de Cesar Vallejo: “Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras” (341); y los de Octavio Paz de su poema “Epitafio sobre ninguna piedra” de Árbol adentro: “… Yo andaba por el mundo./ Mi casa fue­ron mis palabras. Mi tumba el aire” (550).

No pretendo ser experto en “exilio”, sino simplemen­te una más de sus innumerables víctimas y expresiones, todas ellas válidas a partir del destierro original de aquel paraíso perdido en el Génesis del universo. Desde entonces somos intrínsecamente errantes. Elegimos exilios, sufrimos exilios forzados, nos exiliamos a nosotros mismos escapán­donos sin irnos de una cultura a otra cultura, de un dominio a otro. Como en el caso de la cultura chicana sufrimos quizás hasta un triple destierro: nos rechaza nuestra cultura supues­tamente originaria, no nos acepta nuestra cultura adoptiva y nosotros mismos nos desterramos.

El exilio, como condición poética, implica algo de todo lo que significan las expresiones que alisto a continuación: desapego, delirio, destierro, trance, escape, desarraigo, vuelo, arrebato, huida, sueño, otredad, el “no-yo”, expresiones que de algún modo describen también el fen6meno de la inspira­ción. Ya desde la mitología griega el destierro estaba entre­lazado fatalmente con la creatividad en general y la poética como tal. Hefaistos, el dios griego de la creatividad nació con tal fealdad que su madre Hera lo arrojó del monte Olimpo. Así, el dios de la creatividad (del fuego también), aparece co­mo un solitario rechazado—como en ocasiones la creatividad misma—por la sociedad, la familia, el amor y el propio esta­do anímico que necesita una situación un tanto caótica para florecer. Los sicólogos hablan de una depresión creativa que físicamente toma la forma de una alienación, por ejemplo al­cohólica, y que ha penetrado la obra de algunos poetas hispa­noamericanos importantes.

Entre los clásicos españoles, el escape de uno mismo, místico o profundamente humano como en el enamoramien­to, ha producido también versos como aquellos inmortales de Teresa de Ávila: “Vivo sin vivir en mí, / y tal alta vida espero, / que muero porque no muero” (Blecua 121). Mucho antes, en su Diálogo Ion o de la poesía, entre Sócrates – Ion de Efeso, Platón hablaba del poeta como poseído y Sócrates allí lo describe como “un ser alado, ligero, sagrado, incapaz de producir mientras el entusiasmo no lo arrastra y lo hace sa­lirse de sí mismo ... No son los poetas quienes dicen cosas maravillosas sino que son los órganos de la divinidad que nos hablan por su boca”. Sin embargo, no se trata sólo de un es­cape de uno mismo sino hacia uno mismo. Ensimismamiento que se cubre con una simbólica ceguera, el silencio o una loa a la vida solitaria, como en la canción de Fray Luis de León que gustaba a poetas tan dispares como Edgar Poe y Jorge Luis Borges: “Vivir quiero conmigo,/ gozar quiero del bien que debo al cielo,/ a solas, sin testigo,/ libre de amor, de celo/ de odio, de esperanza, de recelo” (“Vida retirada”).[2]2

La ceguera de ese Homero figurado, con un viento fo­goso que parte de sus ojos, dramatiza la fuerza interior que crea la belleza, un adentrarse para posibilitar la invención de un vuelo soñador, de una realidad rica en interioridades. El poema es entonces la narración de ese viaje, un viaje infini­to; el itinerario del poeta que, en palabras de Roberto Themis Speroni, lleva un“corazón sin tierra ni hospedaje”. Ciego al exterior (como un Borges), el poeta se puede inventar de una manera inagotable.

El silencio es otra de las expresiones de auto-exilio en tanto implica un retiro no sólo de afuera hacia adentro sino también desde adentro hacia fuera. La connotación espacial del silencio ofrece una extensión a la soledad fecunda o al apartarse ya tranquilo desde un donde. El silencio, lenguaje de la distancia, no importa cuantos sean sus metros. Nunca el silencio impresiona como falta de comunicación; ni siquiera el silencio forzado que explota de hostilidad y martirio y que grita más fuerte cuanto más se quiere silenciar con tiranías. De hecho, las almas comulgan en silencio o a gritos durante los momentos más emocionantes. El silencio—como el exilio o como una manifestación del mismo—está relacionado a la vez y en forma contradictoria con lo íntimo y lo lejano. En ese silencio creador el poeta se esculpe con tranquilidad y enaje­nación, parafraseando a Fernando Pessoa.

Dentro del ámbito de ensimismamiento se llega a veces a producir el rechazo de uno mismo, como cuando el gran poeta peruano exclamaba “Cesar Vallejo, te odio con ternura”. Vallejo, como Hefaistos, se sentía rechazado desde el nacimien­to: “Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo y grave”, con un exilio que lo separaba de sí mismo, de su tiempo y eterni­dad: “Murió mi eternidad y estoy velándola” (216). Ceguera, silencio, ensimismamiento hasta sus últimas consecuencias. Pero la soledad alimenta un contexto fértil. Siendo el poeta, como exiliado: “un inquilino de la soledad” (Gelman 39), por antonomasia, la vida solitaria tiene muchos trovadores. El po­der de la ausencia ya sea voluntaria o impuesta se convierte en fuerza poética al querer hablar con alguien (que puede ser uno mismo) dentro de las angustias que imponen por igual el tiempo y el espacio: ausencia de juventud, por ejemplo; leja­nía de un amor. El destierro –que el individuo ensimismada y solitariamente vive– el poeta lo vive por escrito.

La obra inicial de Ernesto Cardenal acaso sea, dentro de los poetas hispanoamericanos contemporáneos, una de las manifestaciones más representativas de la relación entre la vida poética y la vida solitaria. Así como para poseer a Dios, en la mentalidad contemplativa de un San Juan de la Cruz, por

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