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El Susurro De Los Espíritus


Enviado por   •  7 de Noviembre de 2013  •  3.115 Palabras (13 Páginas)  •  174 Visitas

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El susurro de los espíritus.

- Padre, cuéntanos una historia.

- Sí, sí, una historia de miedo.

- No, de miedo no, porque después sueño.

- Mejor de aventuras, entonces.

- ¡Ja ja, estos niños! ¿Bueno a ver, cuál será buena? ¡Ah, ya sé! Cuenta la leyenda que...

El sol se alza imponente sobre el lejano horizonte, y las praderas, que anteriormente dormían el dulce sueño del firmamento, se llenan de luz, de calor y de fresca brisa. El lucero ya casi es invisible, y la aurora, con sus delicados y rosados dedos, abre el portal de la mañana y de la vida.

Siempre hemos vivido en esta tierra, cobijados por el verdor de la llanura. Dicen que el primero de nosotros fue formado del polvo de la Tierra, por eso la Tierra es nuestra Madre. Cuando tuvo conciencia de sí mismo, hecho a correr desnudo por la meseta, sintiéndose libre en el hogar que se le dio por heredad.

La primera vez que los espíritus hablaron a nuestros corazones, en realidad nos asustamos. No teníamos el conocimiento suficiente para entender todo aquello, pero el cosmos mismo conspiraba para que nuestra mente se abriera y recibiera la enseñanza. Fue cuando supimos que el árbol, la roca, el grillo, el coyote y la lagartija, todos, somos hijos de la Madre Tierra.

Entonces decidimos reunirnos, y conocimos a nuestras mujeres, y ellas dieron a luz a nuestros hijos. Y cantábamos alrededor de la fogata, tal como hacemos hoy, la canción de la noche y la mañana, pidiendo al Gran Padre Cielo lluvia, y a la Madre Tierra, fecundidad y buena caza. Es por eso que, cuando comemos a los hijos de la pradera, damos gracias a la Madre Tierra, por alimentarnos, y a la caza misma, porque sin ella no podríamos vivir.

Luego, bajó de las montañas el Hijo de los Bosques, que caminaba en cuatro patas, y nos enseñó a invocar a los árboles, a hacer crecer la hierba, nos dio conocimiento, nos enseñó a encender el fuego, a pulir el hacha, a afinar la flecha, y en agradecimiento, le levantamos el Tótem que tiene su rostro sobre el Monte StoneTalon.

Pero entonces sucedió lo inevitable. El cielo se volvió rojo y el Hijo de los Bosques nunca regresó. La Madre Tierra parió con gran dolor el nuevo mundo.

Solo algunos de nosotros sobrevivimos. Abandonados, desnudos, emprendimos el viaje hacia las verdes praderas de Mulgore, en busca de una mejor tierra, pero entonces, ellos descendieron de las montañas. Al principio no supimos qué hacer, pues nuestra raza no es belicosa ni ama la guerra. Pero ellos eran salvajes. Más veloces que nosotros, más agresivos, nos desplazaron, empujándonos cada vez más hacia la costa. Las cinco tribus, dirigidas por sus Khanes, amedrentaron a los nuestros, y los asesinaron. Ellos decían ser la encarnación de la ira de la Madre Tierra, y en verdad que eso creímos, porque la Madre Tierra puede ser voraz y destructora cuando ella quiere, pero el más alto de los chamanes nos dijo que el ciclo de la vida era ese, morir para que otros vivieran.

-¿Quiénes eran, papá? ¿Los Centauros?

Sobrevivir. Eso hicimos. Afanosamente, nuestros clanes volvieron a proliferar. Por siglos combatimos al enemigo con todas nuestras fuerzas, aunque siempre estuvieron un paso adelante nuestro. De pradera en pradera, de valle en valle y de montaña en montaña, vagamos buscando un lugar pacífico para vivir, siempre perseguidos, siempre odiados.

Nuestra raza es una raza noble, luchadora, y no estábamos dispuestos a perecer ante las pezuña sin hendir de ellos, sí, de los Centauros.

Muchos jefes se levantaron para luchar contra los Centauros. Por milenios ellos atacaron y nosotros los contraatacamos, rogando a los espíritus su favor y benevolencia. Hasta el día en que nos escuchó la Madre Tierra, y entonces, mandó la roca, la Piedra Por-ha, hija de la Tierra misma, para consolarnos. Los supersticiosos dicen que la piedra es sagrada y no debe ser tocada, pero una vez, la vieja, la antigua matriarca, buscó refugio a su sombra. Dicen que la piedra le habló y le dijo que pariría un niño, un pequeño que, con la fuerza de su brazo y la nobleza de su corazón, guiaría a nuestro pueblo hacia la Tierra Prometida.

- ¿Mulgore, verdad?

El padre cayó por un momento. Dio una bocanada a su pipa y continuó...

Ella corrió hacia su tienda buscando refugio de la lluvia y de la extraña voz que había oído salir de la Roca Por-ah. No sabía qué pensar de todo aquello. A la mañana siguiente se dirigió a buscar al gran chamán de la tribu. El espíritu del viento habló. Este le interpretó el sueño: en efecto, tendría un hijo y este seria ciertamente poderoso.

Pasaron unos meses antes de que se enterara de su estado. El padre, uno de los jefes del Clan Bloodhooff, había decidido partir en un nuevo intento por expulsar de Mulgore a los Centauros. Cuando el pequeño nació, hacía ya tiempo que el padre descansaba con los espíritus.

Ella decidió colocarlo bajo el tutelaje de uno de los chamanes del clan Windtotem. Le llamó Cairne, que en lenguaje tauren significa "fuego de la llanura". Desde pequeño, el joven Cairne aprendió a escuchar a los espíritus y a interpretar el susurro de la pradera. La hija del chamán, Magatha, se volvió en su mejor amiga y confidente.

Cairne disfrutaba con salir a jugar a la pradera, como hoy lo hacéis vosotros, pequeños. El calor del sol sobre su pecho, el viento reventándose en su rostro, la claridad del agua de los ríos penetrando los resquicios de su cuerpo... Pero todo cambió el día del asalto a la aldea. No se pudo preveer, pero fue realmente devastador. Ese día, Cairne y Magatha, y uno de sus amigos, Humull del clan Runetotem, se habían escapado para bañarse en uno de los ríos, a pesar de las continuas reprimendas de su madre. Todo el día estuvieron jugando entre las cataratas. Cuando volvieron, al atardecer, solamente encontraron cenizas. Cairne corrió hacia la tienda de su madre y... bueno.

Al cabo de tres largos días de camino hacia la costa hallaron a los supervivientes.

Habían sido atacados por sorpresa por uno de los Khanes Centauros. Cairne permaneció en un estado de estupor durante las semanas siguientes. Magatha pasaba junto a él, en silencio, llevándole la comida y tratando de animarlo. El pequeño nunca dejó de culparse

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