El fundamento de la vida social y de la cultura
Fedebustos123Ensayo2 de Noviembre de 2014
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MITO
En el lenguaje corriente del siglo XIX, el mito significaba todo cuanto se oponía a la “realidad”.
Hay que conocer y comprender el valor del mito tal como ha sido elaborado por las sociedades “primitivas” y arcaicas, es decir, por los grupos humanos donde el mito resulta el fundamento de la vida social y de la cultura.
Para tales sociedades el mito es considerado como expresión de la verdad absoluta, porque refiere una historia sagrada, esto es, una revelación transhumana que ha tenido lugar en el alba del Gran Tiempo, en el tiempo sagrado de los comienzos (in illo tempore). Siendo real y sagrado, el mito se vuelve ejemplar y, por consecuencia, repetible, por cuanto sirve de modelo y, simultáneamente, de justificación para todos los actos humanos.
Un mito es una historia verdadera que ocurrió en el comienzo del Tiempo y que sirve de modelo al comportamiento de los humanos. Imitando los actos ejemplares de un dios o de un héroe mítico, o simplemente refiriendo sus aventuras, el hombre de las sociedades arcaicas se desliga del tiempo profano y alcanza mágicamente el Gran Tiempo, el tiempo sagrado.
El hombre de las sociedades tradicionales descubre en el mito la única revelación válida de la realidad. Poco a poco se ha dejado de insistir sobre el hecho de que el mito refiere cosas imposibles o improbables: nos hemos contentado con decir que constituye un modo de pensamiento diferente del nuestro, pero que, en todo caso, no debemos tratarlo, a priori, como una aberración. Se ha ido aún más lejos: se ha intentado integrar el mito en la historia general del pensamiento colectivo.
El mundo moderno todavía conserva cierto comportamiento mítico: la participación de una sociedad entera en ciertos símbolos, por ejemplo.
Ciertas “participaciones” en los mitos y en los símbolos colectivos sobreviven todavía en el mundo moderno, aunque están lejos de desempeñar el papel central que el mito tenía en las sociedades tradicionales.
En efecto, y al menos aparentemente, el mundo moderno no es rico en mitos. Se ha hablado de la Huelga General como de uno de los raros mitos creados por el Occidente moderno. Puede constituir un instrumento de lucha política, pero carece de precedentes míticos, y esto es suficiente para excluirla de toda mitología.
Otra cosa es el caso del comunismo marxista. Este retoma uno de los grandes mitos escatológicos del mundo asiático-mediterráneo: el papel redentor del Justo (el “elegido”, el “ungido”, el “inocente”, el “mensajero”, de nuestros días, el proletariado), cuyos sufrimientos han sido llamados a reformar el estatuto ontológico del mundo. La sociedad sin clases de Marx y la consecuente desaparición de las tensiones históricas encuentran el precedente más exacto en el mito de la Edad de Oro.
Marx ha enriquecido ese mito venerable con toda una ideología mesiánica judeo-cristiana: le otorga al proletariado un papel profético y una función soteriológica y habla acerca de la lucha final entre el Bien y el Mal, seguida por la victoria decisiva del primero.
Comparada con la grandeza y el vigoroso optimismo del mito comunista, la mitología empleada por el nacional-socialismo aparece extrañamente torpe. No sólo a causa de las limitaciones mismas del mito racista, sino también principalmente gracias al pesimismo fundamental de la mitología germánica. En su esfuerzo por abolir los valores cristianos el nacional-socialismo ha debido necesariamente esforzarse para reanimar la mitología germánica. Semejante tentativa era propiamente una invitación al suicidio colectivo: por cuanto el eschaton anunciado y aguardado por los antiguos germanos es la ragnarök, esto es, un “fin del mundo” catastrófico.
Sustituir el cristianismo por la mitología nórdica era reemplazar una escatología rica en promesas y consolaciones por un eschaton francamente pesimista. Surge la duda de cómo una visión tan pesimista del fin de la historia ha podido inflamar la imaginación de una parte por lo menos del pueblo alemán.
Fuera de estos dos mitos políticos parecería que las sociedades modernas no hubiesen conocido otros de tal amplitud. Pensamos en el mito como comportamiento humano a la vez que como elemento de civilización, es decir al mito tal como se lo encuentra en las sociedades tradicionales. En el nivel de la experiencia individual el mito nunca ha desaparecido completamente: se hace sentir en sueños, fantasías y nostalgias del hombre moderno, y la literatura psicológica nos ha acostumbrado a encontrar la grande y la pequeña mitología en la actividad inconsciente y semi-consciente de todo individuo.
Pero lo que nos interesa mayormente es saber qué es lo que en el mundo moderno ha ocupado el lugar central que el mito goza en las sociedades tradicionales.
Parece que el mito, tanto como los símbolos que pone en juego, no desaparece jamás de la actualidad psíquica: cambia de aspecto solamente y disimula sus funciones.
Ciertas fiestas, profanas en apariencia, del mundo moderno, conservan todavía su estructura y su función míticas: los júbilos del Año Nuevo, o las fiestas que siguen al nacimiento de un niño, la construcción de una casa o aún la instalación en un nuevo departamento.
Ciertos temas míticos sobreviven aún en las sociedades modernas, pero no son fácilmente reconocibles, por cuanto han experimentado un largo proceso de laicización.
Los “elementos míticos” del cristianismo hace rato ya que se han cristianizado y, en todo caso, la importancia del cristianismo debe ser juzgada en otra perspectiva. Algunos opinan que es preciso “des-mitizar” el cristianismo para devolverle su esencia verdadera. Otros piensan lo contrario. Jung cree que la crisis del mundo moderno es debida en gran parte al hecho de que los símbolos y los “mitos” cristianos no son más vividos por el ser humano total, que se han vuelto simplemente palabras y gestos desprovistos de vida, fosilizados, exteriorizados y, por consecuencia, sin utilidad alguna para la vida profunda de la psiquis.
¿En qué medida el cristianismo prolonga en las sociedades modernas desacralizadas y laicizadas un horizonte espiritual comparable al horizonte de las sociedades arcaicas que están dominadas por el mito?
El cristianismo, por el propio hecho de que es una religión, ha debido conservar por lo menos un comportamiento mítico: el tiempo litúrgico, es decir el rechazo del tiempo profano y el recobramiento periódico del Gran Tiempo, del illud tempus de los “comienzos”.
Para los cristianos, Jesucristo no es un personaje mítico, sino, por el contrario, histórico. No obstante la experiencia religiosa del cristianismo se funda sobre la imitación de Cristo como modelo ejemplar, sobre la repetición litúrgica de la vida, de la muerte y de la resurrección del Señor, y sobre la contemporaneidad del cristiano con el illud tempus que se abre a la Navidad de Belén y concluye provisionalmente con la Ascensión.
La imitación de un modelo tras-humano, la repetición de un escenario ejemplar y la ruptura del tiempo profano por una abertura que desemboca sobre el Gran Tiempo, constituyen notas esenciales del “comportamiento mítico”, es decir del hombre de las sociedades arcaicas, que encuentran en el mito la fuente misma de su existencia. Siempre se es contemporáneo de un mito desde el momento en que lo recitamos o que imitamos los gestos de los personajes míticos.
Un cristiano no asiste a una conmemoración de la Pasión de Cristo, no conmemora un hecho, reactualiza un misterio. Por el misterio de la Pasión o de la Resurrección, el cristiano anula el tiempo profano y se reintegra en el tiempo sagrado primordial.
Para el cristiano, como para el hombre de las sociedades arcaicas, el tiempo no es homogéneo; comporta rupturas periódicas, que lo dividen en una “duración profana” y un “tiempo sagrado”
Parece improbable que una sociedad pueda eximirse completamente del mito, por cuanto de las notas esenciales del comportamiento mítico (modelo ejemplar, repetición, ruptura de la duración profana e integración del tiempo primordial) las dos primeras por lo menos son consubstanciales a toda condición humana. Lo que entre modernos llamamos instrucción, educación y cultura didáctica, es la función cumplida por el mito en las sociedades arcaicas.
Las virtudes morales y cívicas de esos personajes ilustres continúan siendo el modelo supremo para la pedagogía europea, máxime después del Renacimiento.
No se había pensado en asimilar la función de la mitología con el papel de la instrucción, por cuanto se menospreciaba una de las notas características del mito: la que consiste precisamente en crear modelos ejemplares para toda una sociedad.
Pero esta imitación de modelos no se realiza únicamente por el intérprete de la cultura escolar. El hombre moderno sufre la influencia de toda una mitología difusa, que le propone numerosos modelos para imitar. Los héroes, imaginarios o no, juegan un papel importante en la formación de los adolescentes europeos: personajes de novelas de aventuras, héroes de guerra, glorias de cine, etc. Modelos ejemplares lanzados por modas sucesivas que los jóvenes se esfuerzan por imitar. Todos estos modelos prolongan una mitología y su actualidad denuncia un comportamiento mitológico.
Laicizados, degradados, “camuflados”, los mitos y las imágenes míticas se reencuentran por todas partes: sólo es cuestión de reconocerlos. Es particularmente analizando la actitud de lo moderno en relación al Tiempo que podemos descubrir el “comouflage” de su comportamiento mitológico. Una de las funciones esenciales del mito es precisamente
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