Ensayo de la evolución - Bernardo Lira Primera parte: sobre el ensayo
kratoxzTutorial29 de Marzo de 2013
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Ensayo de la evolución - Bernardo Lira Primera parte: sobre el ensayo
Trataré este tema como a mí me gusta: en primera persona, dirigiéndome al lector como si le conociera, aunque no sea así. Y además voy a tomar ventaja del hecho que soy el único que habla aquí; sin embargo, y por más que parezca un monólogo, cosa que es cierta, de todas formas haré el intento de no aprovechar demasiado esta dulce prerrogativa. El caso, eso sí, es que como voy a recorrer dificultosos caminos, en donde hurgaré zonas sensibles para muchas personas, tendré a bien dejar establecidos mis principios o axiomas para esta lectura.
El primero es el afán por ser desapasionado. Admito que no es tarea fácil cuando se tocan temas que penetran en las convicciones profundas de las personas, y que, como será discutido también, nada de lo que yo diga puede ser presentado como una verdad por sí sola exclusivamente porque está en blanco y negro, uno suele entusiasmarse y desviar la atención desde lo objetivo hacia las apreciaciones y los paradigmas. Me anticipo a declarar que por más que intente no involucrar mis propias emociones, es sumamente posible que no lo consiga, igual que quien lea este ensayo sentirá una cariñosa afinidad o un irritante desconsuelo porque ha leído lo que concibe como verdadero o a la inversa, según sea el caso. De cualquier forma, si hablara sobre técnicas para regadío quizá no despertaría mucho interés, excepto para quienes las técnicas de regadío son un tema relevante, y no conozco mucha gente asidua a tal tema. Sin embargo, voy a tratar temas duros para muchos.
Segundo axioma: aunque he investigado, debo decir que el contenido de este ensayo es principalmente material personal que incluye conclusiones que aplican exclusivamente a mi propia visión del tema. Puede que autores versados hayan obtenido los mismos resultados, o muy divergentes, pero seré honesto desde el principio; en función de mi aprendizaje, mis experiencias y mi propio análisis es que llegué a los desenlaces que pronto dejaré impresos -al final de cuentas, plantear el tema así refuerza esa visión que tengo del tema; esto lo discutiremos también- y confío que cualquier sutil o evidente variación respecto de las obras de autores reconocidos sea un apoyo en el sentido que no es imprescindible un profundo conocimiento de la materia para poder formarse una opinión, aun si se trata de alguien de la ignorancia del autor. Tal vez, y sólo tal vez, mi iniciativa tiente a otros humanos más o menos conocedores del tema a decidirse a redactar sus propias interpretaciones respecto del tema, y se produzca un fresco y ennoblecedor debate en torno a un tema tan peliagudo. Al final del día, mi propósito es acercar, con terminología simple y coloquial, el debate acerca de uno de los asuntos que ha traído de cabeza a los pensadores desde que Darwin nos anunciara su flagrante teoría de la evolución de las especies.
Podría rellenar de principios esta obra, pero creo que hasta aquí nos basta: mi ensayo es el texto de una persona que no es versada en las materias que trata aunque sí ha hecho su buena parte de investigación, es un documento hecho para comprender cómo una mente “normal” que no se ha sometido a un intenso entrenamiento -en ninguna de las direcciones que toma el debate-, como la de cualquier persona escogida al azar en cualquier lugar del mundo civilizado. Mi ensayo intentará abordar el tema sin menoscabar las posiciones o los intereses, aunque es difícil porque desde ciertos ángulos las posturas contrapuestas son excluyentes y para que una triunfe la otra debe ser destruida.
Usando estos axiomas como punto de partida, me siento emocionado por empezar a sumergirme en uno de los temas más entretenidos de la historia del conocimiento de nuestra atribulada humanidad. Daré el puntapié inicial, pues, a mi ensayo sobre la evolución.
Segunda parte: el origen de la evolución
Dudo que exista gente que no cree en la evolución, siempre y cuando no le pongamos apellido al término. Me refiero al hecho que las cosas cambian y se ajustan, para mejor o para peor, según sean las circunstancias. A lo largo de nuestra vida, nuestros cuerpos cambian, la apreciación que tenemos acerca de los demás -y de nosotros mismos- va variando sutil o significativamente. Nuestras comunidades se trasladan en varios planos, como el físico, el social o el ético, entre otros movimientos en apariencia caóticos. Indudablemente, se producen cambios, pequeños o grandes, a lo largo del tiempo, en la escala en la que miremos.
La palabra misma “evolución” es en sí un término correcto, usable y muy adecuado para montones de circunstancias. Las huellas de sociedades anteriores a las actuales nos muestran un mundo humano primigenio burdo e ignorante, carente de muchos de los aditamentos que hoy consideramos esenciales para el desarrollo de nuestra civilización. Hallazgos arqueológicos nos enseñan que alguna vez nuestra especie fue cavernaria e ignoraba los principios y las técnicas para la construcción. De común decimos que la humanidad pasó por distintas eras, las primeras de las cuales giraron en torno de la piedra como material principal para la fabricación de herramientas, e incluso hemos comprendido que antes de ser maestros en adaptar y bruñir la piedra fuimos harto bastos, y por ello a las primeras muestras de entendimiento del uso de la piedra para moldear herramientas le llamamos “paleolítico” para referirnos a un uso antiguo, en verdad simplote y tosco, de la piedra.
Yo preguntaría ¿Qué ha ocurrido desde el paleolítico hasta nuestros días, en que construimos máquinas que mandamos al espacio exterior? La respuesta usual sería que hemos progresado o que hemos evolucionado. No es desfachatado usar el término evolución, porque se refiere a “cambio”.
Cuando Charles Darwin promovió la idea de la evolución de las especies, tuvo por primer impulso seguir la lógica de estos “cambios” pero a un nivel nunca antes imaginado. No se refería a sociedades que mejoran -o empeoran, si se prefiere una mirada más pesimista- o a herramientas que se construyen con más habilidad, mejor técnica o materiales más adecuados. Estaba hablando de “cambios” en la biología de los individuos, “cambios” que, según su idea, podían haber moldeado la fabulosa variedad de vida que hierve sobre la corteza de nuestro planeta. Demos a Darwin el crédito de haber imaginado una idea audaz y comedida, y digamos que habría sido absurdo que, una vez nacida, no se hubiera puesto sobre la palestra. Independiente de si estaba o no en lo correcto, homenajeo a Darwin porque fue cándido y muy atrevido, y porque tomó la acción correcta una vez que hizo un descubrimiento a partir de una noción vaga, basada exclusivamente en la observación.
La historia nos cuenta que Darwin hizo su famosa inferencia a partir de, entre otros acontecimientos, un viaje a las islas Galápagos. Según sabemos, en ese sitio habitan especies animales que no se encuentran en otro lugar y, avispado, Darwin pensó que la misma naturaleza había moldeado a esos curiosos animales, como iguanas nadadoras, cormoranes de patas azules y las afamadas tortugas gigantes, entre otros. Semejante variedad de vida silvestre nunca antes vista en otro lugar le dio a Darwin la idea que las condiciones de ese ambiente habían propiciado el surgimiento de vida distinta a la que se encuentra en otros lugares del mundo. La consabida relación de causa y efecto llevó al pensador a imaginar que existía una correlación entre dos factores que nunca se habían asociado: las condiciones del entorno y la habilidad de un individuo para subsistir bajo esas condiciones. He aquí la grandiosidad de su hallazgo. Darwin creó la relación entre la naturaleza y las especies.
Pero fue más allá. Nos dejó como legado la idea que las especies debían adaptarse para sobrevivir donde habitaban, y creó para ello el término “Selección Natural” para referirse a esa fuerza invisible que provoca que ciertas especies desaparezcan mientras otras cambian porque desean ser “seleccionadas”.
Pero el origen de la evolución no explica la evolución misma. Y me detendré para intentar explicar, según mi comprensión, de qué se trata esta fuerza que, según los evolucionistas, ha moldeado la vida en nuestra Tierra.
La Evolución -he usado el término en mayúscula para indicar que me estoy refiriendo a la teoría de la evolución de las especies- puede explicarse con dos grandes ideas y la relación que une esas dos ideas.
La primera idea es la de la mutación genética. Y antes de hablar de la mutación, sería bueno dedicarle unas pocas palabras a la “genética”.
Un gen es una secuencia de ácido que va dentro de una célula y que aporta en la transmisión de caracteres hereditarios, que a su vez son los rasgos que nos describen, tanto física como psicológicamente, e incluso -según se sabe- arrastran la definición de muchas de las enfermedades que nos aquejan. Podemos ver el conjunto de genes como un plano de construcción de un ser vivo, de ese ser vivo en particular.
Y la Genética, como ciencia que aborda este tema, es reciente. En 1866, Gregor Mendel, un monje austriaco, publicó unos trabajos que hizo con unos guisantes y que le dieron la idea de que en el cruce de esas plantas actuaba algo parecido a leyes que establecían ciertas relaciones entre los padres y sus hijos. Las “leyes de Mendel” no fueron muy apreciadas sino hasta 1900, y a partir de ahí hubo científicos que se tomaron en serio la noción de la evidente relación entre padres e hijos, disparando la
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