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Etica Para Mador Capitulo 8


Enviado por   •  28 de Abril de 2014  •  2.030 Palabras (9 Páginas)  •  385 Visitas

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CAPITULO VIII:

¿LIBRES O FELICES?

Quiero serte franco: vivir en una sociedad libre y democrática es algo muy, pero muy complicado. En el fondo, los grandes totalitarismos de nuestro siglo (comunismo, fascismo, nazismo y los demás que vengan, si es que aún falta alguno) son intentos de simplificar por la fuerza la complejidad de las sociedades modernas: son enormes simplezas, simplezas criminales que intentan volver a algún beatífico orden jerárquico primigenio en el que cada cual estaba en su sitio y todos pertenecían a la Tierra Madre y al Gran Todo Común. El enemigo siempre es el mismo: el individuo, egoísta y desarraigado, caprichoso, que se desgaja de la acogedora unidad social (lo que un pensador bastante cruel, Federico Nietzsche, llamaba «el calor de establo») y se toma demasiadas libertades por su cuenta. Los totalitarismos siempre hacen burla de las libertades «formales o burguesas» que están vigentes en los regímenes más abiertos: las ridiculizan, demuestran su inoperancia, las consideran un simple engañabobos... ¡pero en cuanto pueden acaban con ellas! Saben que a pesar de su aparente fragilidad, de su frecuente ineficacia, el un animismo totalitario no puede coexistir con las libertades políticas elementales: si se las tolera, a la larga acaban con la autoridad de tanques y policías.

Bien, es lógico que los Estados totalitarios pretendan aplastar las libertades individuales, pues su nombre mismo proviene de «todo» y por lo tanto no se conforman con tener que compartir el poder con cada uno de los ciudadanos. Pero los enemigos de la libertad no siempre están fuera ino también dentro de los individuos mismos. Un psicoanalista con ambiciones de sociólogo, Erich Fromm, escribió hace casi medio siglo un libro muy interesante cuyo título es significativo: Miedo a la libertad. Ése es el problema. Al ciudadano le da miedo su propia libertad, la variedad de opciones y tentaciones que se abren delante de él, los errores que puede cometer y las barbaridades que puede llegar a hacer... si quiere. Se encuentra como flotando en un tópico mar de dudas, sin puntos fijos de referencia, teniendo que elegir personalmente sus valores, sometido al esfuerzo de examinar por sí mismo lo que hay que hacer, sin que la tradición, los dioses o la sabiduría de los jefes pueda aliviarle demasiado su tarea. Pero, sobre todo, el ciudadano le da miedo la libertad de los demás.

Las libertades públicas implican responsabilidad: es una noción a la que dimos ya su debida importancia en Ética para Amador, como espero que aún recuerdes. Ser responsable es ser capaz de responder por lo que se ha hecho, asumiéndolo como acto propio, y tal respuesta tiene al menos dos facetas importantes.

Los irresponsables pueden ser de muchos tipos. Los hay que no aceptan la autoría de lo que han hecho: «no fui yo, fueron las circunstancias». Ellos no han hecho nada sino que fueron empujados por el sistema político y económico vigente, por la propaganda, por el ejemplo de los demás, por su educación o por la falta de ella, por su infancia desgraciada, por su infancia demasiado feliz y mimada, por las órdenes de sus superiores, por la costumbre establecida, por una pasión irresistible, por la casualidad, etc. También por la ignorancia: como no sabía que tales resultados se iban a derivar de mi acción, no me hago responsable de ellos. Fíjate que no digo que para comprender cabalmente las acciones de una persona no haya que tener en cuenta sus antecedentes, circunstancias, etc... Pero una cosa es tenerlas en cuenta y otra convertirlas en fatalidades que anulan cualquier posibilidad de que el individuo responda por sus actos.

Vamos a ser claros: los irresponsables son los enemigos viscerales de la libertad, lo sepan o no. Todo el que no admite responsabilidades en el fondo lo que rechaza son las libertades públicas, ininteligibles si se las desvincula de la obligación de responder cada uno por sí mismo. Libertad es autocontrol: o bien cada cual llevamos un policía, un médico, un psicólogo, un maestro y hasta un cura al lado para que nos digan lo que hay que hacer en cada caso o asumimos nuestras decisiones luego somos capaces de plantar cara a las consecuencias, para bien o para mal. Porque ser libre implica equivocarse y aun hacerse daño a sí mismo al usar la libertad: si por ser libres jamás puede pasarnos nada malo o desagradable es que no lo somos.

Estas consideraciones nos llevan a la escabrosa cuestión de la tolerancia, directamente ligada a cuanto te vengo diciendo sobre libertad y responsabilidad. Vivir en una democracia moderna quiere decir convivir con costumbres y comportamientos que uno desaprueba. Te insisto en que tan democrático es lo de convivir como lo de desaprobar y quiero aclararte en qué sentido.

Estas consideraciones nos llevan a la escabrosa cuestión de la tolerancia, directamente ligada a cuanto te vengo diciendo sobre libertad y responsabilidad. Vivir en una democracia moderna quiere decir convivir con costumbres y comportamientos que uno desaprueba. Te insisto en que tan democrático es lo de convivir como lo de desaprobar y quiero aclararte en qué sentido.

Las sociedades democráticas, basadas en la libertad y no en la unanimidad coactiva, son por tanto las más conflictivas que nunca hubo en la historia de la humanidad. El esfuerzo permanente por pensar uno mismo lo que le conviene, justificarlo, romper con el pasado o buscar en él nuevas ideas, elegir lo que debe ser hecho y quiénes son más aptos para llevarlo a cabo... ¡cuánto jaleo! ¡Qué responsabilidad más grande! Y oirás que te dicen: ¿a qué nos lleva tanta libertad? ¿No seríamos más felices si fuésemos menos libres? Francamente, yo creo que a la política sólo se le pueden pedir remedios políticos... y la felicidad no es un asunto político. Los gobiernos no pueden hacer feliz a nadie: basta con que no le hagan desgraciado, que es cosa que sí pueden lograr en cambio bastante fácilmente

OPINION PERSONAL: Este es el capítulo el cual nos pone a reflexionar y a elegir lo que en realidad queremos ser, no podemos ser felices si somos libres, pues el hombre siempre le ha temido a la libertad, siempre debemos tener alguien que nos mande para poder vivir felices de lo contrario todo sería un caos. Ser libres o ser felices es una elección muy difícil, pues ser libres significa, poder hacer las cosas sin que nos manden, y le tememos porque algunas veces nuestra libertad puede hacernos daño a nosotros mismos. Ser libre significa poder tomar mis decisiones y poderme hacer responsable de esas decisiones que he tomado, pero nosotros preferimos ser felices y esclavos que desgraciados y libres, por una sola razón, pues si yo hago una cosa que me mandaron y algo sale mal yo tengo la posibilidad de echarle la culpa a un tercero.

En conclusión no podemos ser libres y felices, pues la libertad significa responsabilidad y a eso es a lo que le tememos y no podemos ser libres y felices pues desde que un tercero (o sea alguien libre), nos mande podemos echarle la culpa por que algo salió mal así yo me libro de la responsabilidad.

EPÍLOGO:

HASTA AQUÍ PODÍAMOS LLEGAR

Qué escándalo! ¡Ya estamos en las últimas páginas y todavía no te he dicho nada de la utopía! ¡Y tú que a lo mejor esperabas que yo te recordara desde el prólogo que los jóvenes deben ser utopistas y todo ese bla-bla-bla! Pues nada, no señor. Entre los jóvenes hay de todo: los SS nazis que vigilaban los campos de concentración de Auswitz y Buchenwald solían tener dieciocho o diecinueve años; también de esa edad los que se enfrentaron a los tanques del gobierno chino pidiendo libertad en la plaza e Tiananmen o los que ahora mismo dejan voluntariamente sus casas para irse como cooperantes a los países más desfavorecidos. Muchas veces, la «generosidad» de la juventud es la de quien aún no tiene responsabilidades y está acostumbrado a que otros velen por él; la famosa «rebeldía» es la pataleta de los mimados que quieren que los mayores les dejen su sitio cuanto antes... Por supuesto, también hay jóvenes que sostienen con su esfuerzo y coraje a toda la familia o que se indignan contra las viejas injusticias de un sistema que les avasalla o les margina. En todo caso, desconfía de quienes siempre tienen a la «juventud» en la boca, sea para elogiarla o para lamentar que haya traicionado su sagrada misión; una de dos: o no conocen a los jóvenes y entonces son bobos, o mienten hipócritamente para sacar algo de ellos y entonces son unos bribones.

En mi opinión, la primera obligación de los jóvenes es la misma que tienen los más adultos y hasta los viejos, si me apuras: aprender. Quien no sabe puede tener arrebatos pero no aciertos; y confundirá la buena intención reformadora con la retórica desquiciada de los truculentos. ¿Entonces, la utopía...? Es la primera recomendación de los que no saben qué decir pero quieren quedar bien. Cuando a Leszek Kolazowski, un filósofo polaco actual, le preguntan que dónde le gustaría vivir, suele responder con buen humor: «En lo más hondo de una selva virgen de alta montaña a orillas de un lago situado en la esquina de Madison Avenue de Manhattan con los Campos Elíseos de París en una pequeña y tranquila ciudad de provincias

De modo que no te deseo que te dé por las utopías, lo mismo que no te deseo que te aficiones demasiado a los «culebrones» televisivos. Me gustaría mucho, en cambio, que tuvieras ideales políticos, porque las utopías cierran la cabeza pero los ideales las abren; las utopías llevan a la inacción o a la desesperación destructiva (porque nada es tan bueno como debiera ser) mientras que los ideales estimulan el deseo de intervenir y nos conservan perseverantemente activos.

Es propio de la política saber limitar lo bueno: a veces, aplicar dosis exageradas de la medicina que ha curado una enfermedad no logra más que agravar al paciente provocándole otra peor. Los ideales políticos nunca intentan mejorar la condición humana sino la sociedad humana: no lo que los hombres son sino las instituciones de la comunidad en que viven. Si los hombres nos hacemos mejores por vivir en sociedades mejores, estupendo; pero aunque sigamos siendo más o menos igual de rapaces y cutres, nunca será inútil que las leyes y formas de gobierno ayuden a paliar nuestros defectos o nos propongan alternativas para cambiarlos por otros menos destructivos. La utopía se propone delirantemente lograr un «hombre nuevo»; los ideales políticos prefieren ayudar a que el antiguo sea más soportable, más responsable y menos bruto. Crecer, afirmarse, recibir aplausos. Confío en la razón como instrumento para hacer universales los valores civilizados y compruebo con humillación que no logra acabar ni con la peor miseria ni con los peores crímenes. Creo en la libertad, en que cada cual debe responsabilizarse de sus gustos y sus riesgos, pero a mi alrededor no oigo pedir sino más control estatal y nuevas prohibiciones en nombre de la salud, la decencia, la tranquilidad o lo que sea. Soy individualista pero no «diota» (en el sentido griego del término): veo sin embargo que hoy llaman «individualistas» a los idiotas que se escapan del mundo o lo maldicen. Y entonces. ¿qué? ¿Debo amargarme? No, lo que debía hacer era escribirte este libro. Sólo para decirte, my boy, my golden boy, que también te ha llegado a ti por fin la hora de mover las piezas.

Opinión personal: Utopía: lugar que no existe. Hecho, y especialmente plan, proyecto, idea, doctrina, etc., muy bueno y atractivo, pero imposible de realizar.

En política: orden político en el que predominan al máximo alguno de nuestros ideales pero sin ninguna desventaja ni contrapartida dañina. Los ideales políticos nunca intentan mejorar la condición humana sino la sociedad humana: no lo que los hombres son sino las instituciones de la comunidad en que viven.

No siembres hoy lo que no quieras cosechar mañana; no utilices ahora la represión para conseguir más libertad, ni aumentes la violencia para que un día nos libremos de la violencia, ni favorezcas la mentira como herramienta para conseguir en el futuro la verdad.

En política, son los medios los que justifican el fin, nunca el fin a los medios.

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