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Jacques Derrida Texto Y Deconstrucción


Enviado por   •  18 de Febrero de 2014  •  5.669 Palabras (23 Páginas)  •  318 Visitas

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 La violencia del discurso metafísico

• La metafísica de la presencia

A finales del siglo pasado, la interacción nietzscheana del platonismo que se traduce de forma general, en el terreno de la metafísica, en el de la moral y de la religión, por la oposición entre el mundo inteligible y el mundo sensible, por la oposición entre la razón, la verdad y el bien por un lado y, por el otro, los instintos, las pasiones, en una palabra, la vida.

De acuerdo con el citado lema, «Dios» significa algo más que la idea monoteísta de Dios, de ese Dios único, propio de la visión cristiana del mundo, que opone de modo tajante el bien y el mal, el sentido y el sin sentido, la vida y la muerte. «Dios», el Dios muerto de Nietzsche, representa en realidad la máxima y más imperiosa necesidad de toda la cultura occidental, incluso secularizada: la necesidad de una norma ideal por la que poder regirse, una norma dispensadora de sentido que permita conocer y unificar coherentemente la realidad.

Por otra parte, al hilo de la problemática para él insoslayable de la pregunta por el Ser, Heidegger es quien denuncia de forma más categórica la metafísica como escritura teórica organizada en torno a un centro privilegiado: la presencia. Ello es fruto, sin duda, del pensamiento representativo que ha limitado siempre la cuestión del sentido del Ser al considerarlo únicamente en tanto que ser del ente, en tanto que fundamento del mismo en un horizonte de interpretación dominado por la idea de presencia.

En los escritos de Heidegger va apareciendo de forma cada vez más marcada el rechazo de la subjetividad metafísica, esto es, del sujeto como origen y fundamento del sentido. Para él el auténtico estatuto del ser del hombre se funda, por el contrario, en una relación con el Ser mismo: relación de copertenencia fundamental del hombre y del Ser.

Pero aunque Heidegger critica dicha inversión tal como la lleva a cabo Nietzsche, en lo que sí está de acuerdo con él es en que en la superación de la metafísica de lo que se trata es de «sobrepasar o superar el nihilismo, rechazando el modo metafísico de representación, no para "jubilar" a la metafísica, sino para aceptarla liberando su esencia y encaminando el pensar a esa liberación»

La «línea» no representa más que un modelo particular, cualquiera que sea su privilegio. Este modelo se ha convertido en modelo y, en cuanto tal, permanece inaccesible. Si aceptamos el hecho de que la linealidad del lenguaje va necesariamente acompañada del concepto vulgar y mundano de la temporalidad que Heidegger muestra como determinante interno de toda la ontología desde Aristóteles hasta Hegel, la meditación sobre la escritura y la deconstrucción de la historia de la filosofía resultan inseparables.

Una lógica del discurso que marca todos los conceptos operativos de la metafísica tradicional, estableciendo a partir de la oposición realidad/signo todo un sistema jerarquizado de oposiciones que el pensamiento occidental ha asumido y utilizado desde siempre: presencia/ausencia, inteligible/sensible, dentro/fuera, y entre otros muchos, por supuesto, significado/significante, logos (pensamiento y habla)/escritura (representación del pensamiento y del habla). En esta cadena jerarquizada, el primer término, el término «superior», pertenece á la presencia y al logos mientras que el segundo denota invariablemente una caída, una pérdida de presencia y de racionalidad.

• Logocentrismo y fonocentrismo

El privilegio de la presencia como conciencia que se establece por medio de la voz y en detrimento de la escritura, la ilusión de transparencia absoluta del significado trascendental que se esconde detrás de todos los juicios, metas y aspiraciones de la metafísica: estos mitos que funcionan, en el pensamiento occidental, con toda la fuerza fanática y ciega de los engaños es lo que Derrida denomina el logofonocentrismo del discurso de Occidente. Logofonocentrismo puesto al servicio de la metafísica de la presencia cuya historia se convierte así en un querer-oírse-hablar absoluto, donde el oírse-hablar implica una voz silenciosa que no necesita de nada para ser, denotando así la ilusión de la impresión directa de un pensamiento. El sistema del oírse-hablar sirve, pues, de modelo de presencia y revela la solidaridad del logocentrismo, del fonocentrismoy de la metafísica de la presencia.

El saber occidental se produce a partir de la escritura fonética que convierte a la escritura en mera técnica auxiliar de la significación y privilegia la voz como depositaría única del poder del sentido: el logocentrismo viene a ser, por lo tanto, «la metafísica de la escritura fonética (por ejemplo, del alfabeto).

El logocentrismo, como lógica del decir, como lógica de una relación entre el signo y la verdad que pasa por el privilegio del logos, se produce, pues, a partir de la preeminencia concedida a la voz o, si se prefiere, el privilegio de la voz es un privilegio metafísico que conduce al logocentrismo. El logocentrismo se determina, por lo tanto, como fonocentrismo, esto es, como «proximidad absoluta de la voz y del ser, de la voz y del sentido del ser, de la voz y de la idealidad del sentido».

El fonocentrismo, forma que reviste la lógica del discurso, responde al terrible poder de simplificación de la metafísica que define el lenguaje como foné, viva voz (situando el habla en una relación directa y natural con el significado), y la escritura como revestimiento, comore presentación externa del habla. En este sentido, el sistema fonocéntrico requiere que la voz sea oída inmediatamente por el que la emite. La voz, elemento de proximidad a sí, aparece como la conciencia misma. El privilegio de la conciencia es la posibilidad de la viva voz, expresión que dice el lazo que une foné, logos y presencia.

• La preocupación por el lenguaje y la marginación de la escritura.

La preocupación filosófica por el lenguaje, no sin importantes precedentes a lo largo de la historia del pensamiento occidental, cobra, sin duda, un peso decisivo en el siglo XIX.

La forma de expresión del pensamiento es el habla que, pese a ser mediación, se presenta como comunicación natural y directa. Las palabras que se emiten «son signos espontáneos y casi transparentes del pensamiento actual del hablante que el receptor que escucha espera captar», signos por medio de los cuales se comunican dos personas presentes. De este modo, el habla está en conexión directa con el significado, y los significantes, una vez emitidos, desaparecen sin llegar a constituirse en estorbo. La escritura, por el contrario, último estrato de expresión del pensamiento, convierte el lenguaje

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