La Cultura Como Identidad Y La Identidad Como Cultura
jberzero26 de Abril de 2015
9.029 Palabras (37 Páginas)301 Visitas
1
LA CULTURA COMO IDENTIDAD Y LA IDENTIDAD COMO CULTURA
Gilberto Giménez
Instituto de Investigaciones
Sociales de la UNAM
1. Cultura e identidad: una pareja conceptual indisociable
En esta conferencia me propongo desarrollar la relación simbiótica que, en mi
opinión, existe entre cultura e identidad. Así formulado, el tema exige lógicamente definir
primero qué entendemos por cultura e identidad, porque sólo así podremos precisar sus
relaciones recíprocas.
Ya adelanto desde ahora que, si bien defenderé la indisociabilidad conceptual entre
cultura e identidad, también afirmaré que, si se asume una perspectiva histórica o
diacrónica, no existe una correlación estable o inmodificable entre las mismas, porque
vistas las cosas en el mediano o largo plazo, la identidad se define primariamente por sus
límites y no por el contenido cultural que en un momento determinado marca o fija esos
límites.
Por último, si tenemos tiempo abordaré, a la luz de las grandes tesis previamente
planteadas, un tema más concreto que suele estar muy presente en los debates
contemporáneos sobre la cultura y que puede interesar particularmente a los promotores
culturales: el multiculturalismo.
Comenzaré planteando la tesis fundamental que me propongo sustentar: los
conceptos de cultura e identidad son conceptos estrechamente interrelacionados e
indisociables en sociología y antropología. En efecto, nuestra identidad sólo puede
consistir en la apropiación distintiva de ciertos repertorios culturales que se encuentran en
nuestro entorno social, en nuestro grupo o en nuestra sociedad. Lo cual resulta más claro
todavía si se considera que la primera función de la identidad es marcar fronteras entre un
nosotros y los “otros”, y no se ve de qué otra manera podríamos diferenciarnos de los
demás si no es a través de una constelación de rasgos culturales distintivos. Por eso suelo
repetir siempre que la identidad no es más que el lado subjetivo (o, mejor, intersubjetivo)
de la cultura, la cultura interiorizada en forma específica, distintiva y contrastiva por los
actores sociales en relación con otros actores.
2
Por consiguiente, para entender la identidad se requiere entender primero qué es
cultura, y eso es lo que vamos a hacer a continuación.
2. Breve incursión en el territorio de la cultura
Como acabo de señalar, los conceptos de identidad y de cultura son inseparables,
por la sencilla razón de que el primero se construye a partir de materiales culturales. No
puedo desarrollar aquí, por supuesto, todo el proceso histórico de formación del concepto
de cultura en las ciencias sociales. Diré simplemente que hemos pasado de una concepción
culturalista que definía la cultura, en los años cincuenta, en términos de “modelos de
comportamiento”, a una concepción simbólica que a partir de Clifford Geertz, en los años
setenta, define la cultura como “pautas de significados”. Por consiguiente, Geertz restringe
el concepto de cultura reduciéndolo al ámbito de los hechos simbólicos. Este autor sigue
hablando de “pautas”, pero no ya de pautas de comportamientos sino de pautas de
significados, que de todos modos constituyen una dimensión analítica de los
comportamientos (porque lo simbólico no constituye un mundo aparte, sino una dimensión
inherente a todas las prácticas). Vale la pena recordar el primer capítulo del libro de
Clifford Geertz La interpretación de las culturas (1992), donde afirma, citando a Max
Weber, que la cultura se presenta como una “telaraña de significados” que nosotros
mismos hemos tejido a nuestro alrededor y dentro de la cual quedamos ineluctablemente
atrapados (p. 20).
Pero demos un paso más: no todos los significados pueden llamarse
culturales, sino sólo aquellos que son compartidos y relativamente duraderos, ya sea a nivel
individual, ya sea a nivel histórico, es decir, en términos generacionales (Strauss y Quin,
1997: 89 ss.). Así, por ejemplo, hay significados vinculados con mi biografía personal que
para mí revisten una enorme importancia desde el punto de vista individual e idiosincrásico,
pero que ustedes no comparten y tampoco yo deseo compartir. A éstos no los llamamos
significados culturales. Y tampoco son tales los significados efímeros de corta duración,
como ciertas modas intelectuales pasajeras y volátiles.
A esto debe añadirse otra característica: muchos de estos significados compartidos
pueden revestir también una gran fuerza motivacional y emotiva (como suele ocurrir en el
campo religioso, por ejemplo). Además, frecuentemente tienden a desbordar un contexto
3
particular para difundirse a contextos más amplios. A esto se le llama “tematicidad” de la
cultura, por analogía con los temas musicales recurrentes en diferentes piezas o con los
“motivos” de los cuentos populares que se repiten como un tema invariable en muchas
narraciones. Así, por ejemplo, el símbolo de la maternidad, que nosotros asociamos
espontáneamente con la idea de protección, calor y amparo, es un símbolo casi universal
que desborda los contextos particulares. Recordemos la metáfora de la “tierra madre” que
en los países andinos se traduce como la “Pacha Mama”.
En resumen: la cultura no debe entenderse nunca como un repertorio homogéneo,
estático e inmodificable de significados. Por el contrario, puede tener a la vez “zonas de
estabilidad y persistencia” y “zonas de movilidad” y cambio. Algunos de sus sectores
pueden estar sometidos a fuerzas centrípetas que le confieran mayor solidez, vigor y
vitalidad, mientras que otros sectores pueden obedecer a tendencias centrífugas que los
tornan, por ejemplo, más cambiantes y poco estables en las personas, inmotivados,
contextualmente limitados y muy poco compartidos por la gente dentro de una sociedad.
Pero lo importante aquí, como ya señalamos, es tener en cuenta que no todos los
repertorios de significados son culturales, sino sólo aquellos que son compartidos y
relativamente duraderos.
Las consideraciones precedentes pueden parecer un tanto abstractas, pero basta un
breve ejercicio de reflexión y autoanálisis para percatarnos de su carácter concreto y
vivencial. En efecto, si miramos con un poco de detenimiento a nuestro alrededor, nos
damos cuenta de que estamos sumergidos en un mar de significados, imágenes y símbolos.
Todo tiene un significado, a veces ampliamente compartido, en torno nuestro: nuestro país,
nuestra familia, nuestra casa, nuestro jardín, nuestro automóvil y nuestro perro; nuestro
lugar de estudio o de trabajo, nuestra música preferida, nuestras novias, nuestros amigos y
nuestros entretenimientos; los espacios públicos de nuestra ciudad, nuestra iglesia, nuestras
creencias religiosas, nuestro partido y nuestras ideologías políticas. Y cuando salimos de
vacaciones, cuando caminamos por las calles de la ciudad o cuando viajamos en el metro,
es como si estuviéramos nadando en un río de significados, imágenes y símbolos. Todo
esto, y no otra cosa, son la cultura o, más precisamente, nuestro “entorno cultural”.
Pero necesitamos dar un paso más para destacar lo siguiente: por una parte los
significados culturales se objetivan en forma de artefactos o comportamientos observables,
4
llamados también “formas culturales” por John B. Thompson (1998: 202 y ss), por
ejemplo, obras de arte, ritos, danzas…; y por otra se interiorizan en forma de “habitus”, de
esquemas cognitivos o de representaciones sociales. En el primer caso tenemos lo que
Bourdieu (1985: 86 ss.) llamaba “simbolismo objetivado” y otros “cultura pública”,
mientras que en el último caso tenemos las “formas interiorizadas” o “incorporadas” de la
cultura.
Por supuesto que existe una relación dialéctica e indisociable entre ambas formas de
la cultura. Por una parte, las formas interiorizadas provienen de experiencias comunes y
compartidas, mediadas por las formas objetivadas de la cultura; y por otra, no se podría
interpretar ni leer siguiera las formas culturales exteriorizadas sin los esquemas cognitivos
o “habitus” que nos habilitan para ello. Esta distinción es una tesis clásica de Bourdieu
(1985: 86 ss.) que para mí desempeña un papel estratégico en los estudios culturales, ya que
permite tener una visión integral de la cultura, en la medida en que incluye también su
interiorización por los actores sociales. Más aún, nos permite considerar la cultura
preferentemente desde el punto de vista de los actores sociales que la interiorizan, la
“incorporan” y la convierten en sustancia propia. Desde esta perspectiva podemos decir
que no existe cultura sin sujeto ni sujeto sin cultura.
Estas consideraciones revisten considerable importancia para evaluar críticamente
ciertas tesis “postmodernas” como la de la “hibridación cultural”, que sólo toma en cuenta
la génesis o el origen de los componentes de las “formas
...