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La Noche Buena De Claudio


Enviado por   •  20 de Junio de 2013  •  1.718 Palabras (7 Páginas)  •  495 Visitas

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LA NOCHE BUENA DE CLAUDIO

Eran las nueve de la noche del día 24 de diciembre cuando Claudio volvió a su casa, un cuartucho ubicado en una de las sinuosas calles de El Porvenir.

Era el hermano mayor de los ocho hijos que tenía su madre. Su padre lo abandonó antes de que él naciera. Claudio había cumplido ya los nueve años. Esa noche tenía puesta una camiseta, desteñida y llena de agujeros, los pantalones habían perdido también su color, por el uso y los remiendos. El chico estaba temblando como una hoja. El miedo lo sobrecogía. Parecía uno de esos perritos asustadizos que tiritan ante el ruido de los cohetes. Tenía una bandeja de lata debajo del brazo y sus ojos estaban llenos de lágrimas. Atisbó por una rendija de la puerta de cartón mal claveteada, y vio a su padrastro sentado en la banca con un vaso en la mano y varias botellas vacías sobre la mesa. Estaba ebrio, como de costumbre, en compañía de dos hombres. El corazón del chico le palpitó con fuerza, como un pajarito que quisiera escapársele del pecho. Tenía miedo hasta de respirar. Permaneció indeciso un instante junto a la puerta, hasta que se decidió por fin a entrar. Su padrastro al verlo no pudo contener la cólera.

- ¿De dónde vienes a esta hora, so granuja?... ¿Qué cara es esa? ¿Dónde está el dinero?... ¡hijo de tu madre...! Y otras palabras más le dijo.

Y como el chico callaba le interrogó de nuevo, con dureza: -¿Dónde está el dinero?... ¡maldito!... ¡responde!... so m...

Entonces, Claudio habló entrecortadamente, casi llorando:

- Yo estaba en la puerta del Coliseo... en la bandeja quedaba solo una papa rellena... un muchacho me pidió que se la vendiese... cuando se la había ya comido y le reclamé que me pagase, se acercaron tres muchachos más... me golpearon la cabeza... me cogieron de los brazos... metieron sus manos en mis bolsillos... y se llevaron la plata...

- ¿Y tú que hiciste, pedazo de imbécil?

- Yo grité, pero nadie me hizo caso...

- ¿Pero, es que acaso la calle estaba desierta?

- Habían unos hombres, pero estaban lejos y tal vez no me oyeron.

- ¿Crees que me voy a tragar ese cuento so mal nacido?... ¡lárgate ca...! y no vuelvas a asomarte por aquí sin el dinero porque te rompo el alma!... Y sin que Claudio lo advirtiera le tiró con todas sus fuerzas un botellazo en el hombro que le comprometió la arteria del cuello, que le hizo sangrar y estremecer de dolor.

El chico salió llorando sin saber a donde ir. Llegó a la carretera. Los ómnibus que hacían servicio a Trujillo estaban repletos de gente, y además él no tenía ni un centavo para pagar su pasaje. Al pie de la pista estuvo mucho rato: sus ojos se cansaron de ver faros encendidos que iban y venían, llantas incansables de rodar sobre la pista asfáltica, y el viento fresco que ya le estaba enfriando los huesos... Hasta que un buen hombre le hizo subir en su colectivo un tanto destartalado. Bajó en una de las calles céntricas de la ciudad. ¿Dónde encontraría a los que le habían robado su dinero?... ¿se lo devolverían si él les contaba toda la verdad, de que lo habían botado de su casa por no haber llevado el producto de la venta?

Claudio caminaba por una calle y por otra como un autómata. Veía por su lado a infinidad de personas: hombres,mujeres niños, ancianos... unos iban y otros venían. Las calles hacían gala de sociabilidad y concurrencia. En las esquinas, canastas repletas de panetones de Pascua con almendras dulces y pasas sin pepa... ¡que provocativo era todo esto!... ¡qué bien olía!... pero que trágico resultaba para el estómago vacío de Claudio... ¡Qué felices deben ser los niños que tienen siquiera, un pedazo de pan para su hambre! pensaba, mientras tragaba saliva y seguía de largo...

Estacionados en las plazuelas y a lo largo de las veredas veíanse a los vendedores ambulantes de juguetes... él nunca había disfrutado la dicha de tener uno... ¡y son todos tan bonitos!... suspiraba...

Había oído contar a las vecinas, que en la Noche Buena los niños escriben al Niño Jesús, y dejan sus zapatitos sobre la ventana para que les ponga juguetes. Pero él no conocía a ese Niño Jesús... ni sabía escribir... ni tenía zapatos... ni tenía ventana... Y recordó su casa, un cuarto inmundo, en donde dormían amontonados todos los hermanos sobre una estera grande, y su madre... y su padrastro..., y en donde se ahogaba de calor cuando llegaba el verano porque no había ninguna ventana ni respiradero, y en donde se morían de frío con la llegada del invierno por lo delgado de las paredes, y es porque la lata y el cartón no guardan abrigo en esa época. Recordó los gritos de sus hermanitos al ser despertados a latigazos cuando venía borracho el que se decía jefe de la familia... Una ola de tristeza lo invadió. Pero no quiso pensar más, y siguió caminando por las calles vestidas de fiesta.

En

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