La experiencia de la maestría con el Dr. Ramón Gallegos

Últimos días de julio de 2017. Últimos días como alumno de la maestría el Inteligencia Espiritual, tras dos años de intenso estudio y esfuerzo sostenido a un ritmo que, para mi fortuna, terminé por adaptarme a él. Extrañaré le rutina que creó en mí un hábito sano de estudio y reflexión; un ejercicio de una disciplina que hace muchos años no estaba acostumbrado.

En mi adultez tardía, la maestría en Inteligencia Espiritual ha significado un refrescante aliento de vida. En el flujo continuo de la vida, en el cambio permanente de la existencia, éstos cuatro semestres han significado el mayor cambio en un período igual, en toda mi vida.

No sé exactamente qué estaba buscando, pero lo encontré en la maestría en Inteligencia Espiritual.

Maestría también la que desplegó el Dr. Ramón Gallegos, para llevarnos con sensibilidad a tocar temas tan importantes y trascendentes, que tocan creencias y dogmas profundamente arraigados en más de uno de nosotros. Para mi fortuna, estaba preparado para recibir su enseñanza.

Si en éste punto tuviera que terminar el ensayo, diría que mi mayor experiencia fue conocer a Ramón Gallegos; escuchar su discurso hora tras hora, reflexionar lo escuchado y sentir casi minuto a minuto, el despertar de la conciencia. Toda la espiritualidad que recibí de las enseñanzas de él y el resto de mis maestros, con su decir y su modelar, culminaron mi despertar a la Verdad.

He confirmado quien soy, y quien no soy. Siempre he tenido clara la diferencia entre espiritualidad y religión, sólo que el concepto de la primera era un tanto difuso y confuso: una mezcla de amor a mí y al prójimo, y desear lo mejor.

Lo ocurrido en la maestría fue trascendente para mi vida, que ha tenido un cambio que no acaba de ocurrir; los conocimientos se asientan, se filtran por el discernimiento y la reflexión y me convierto, me parece, en una persona un poco más sabia.

Mi conocimiento acerca de Buda, su enseñanza, y la filosofía perenne, era nulo. La primera lectura, “Lo que el Buda enseñó” me motivó enormemente, pues me mostró que a través de la comprensión y el conocimiento podía encontrar la pista de la respuesta a las preguntas importantes, aquellas que la Inteligencia Espiritual da respuesta. Me quedé emocionado y sorprendido cuando un personaje como Gotama me decía: “no crean, vean”.

El aprendizaje y lectura de la filosofía perenne, ha constituido uno de los mayores placeres en los años de la maestría. Estoy consciente que para asimilar y comprender con discernimiento sus contenidos, tuve que vivir lo que he vivido y asimilado anteriormente. Los tiempos del Espíritu son perfectos, y esto no es fe o creencia: lo he aprendido con el ojo del espíritu, aunque entonces no conocía su nombre.

Otro descubrimiento importante fue el conocer (a través de sus escritos), a personas que seriamente abordaban el tema de la espiritualidad. Con ello quiero decir a través de la razón para que la mente superior, el alma, asimilara con sus limitaciones ese conocimiento, y preparara el camino para que el ojo de la contemplación capturara la esencia.

Leer a Swami Vivekananda me enseñó a esperar el conocimiento directo, el inmanente, profundo y definitivo, a través del ojo de la contemplación. El Sendero del Supremo conocimiento. Sus conferencias fueron dirigidas a personas como yo, que tratamos de capturar y comprender la espiritualidad, en primera instancia, por el ojo de la mente, en preparación de la enseñanza que nos llega por la vía de la meditación.

No es mi intención ahondar sobre los contenidos de los diversos libros que tuve a bien conocer, estudiar y comprender. Expongo el impacto que tuvieron en mí, y que me llevan a decir: soy una persona diferente. La maestría en Inteligencia Espiritual ha cambiado mi vida.

Más los libros que me merecen un espacio único y separado, son los Ramón Gallegos. Fueron redactados para mí; su contenido, profundo como es, resulta accesible y comprensible. Su manera sencilla y poderosa de abordar los temas de la espiritualidad, su marco histórico de referencia, y especialmente el mostrar cómo vivir la espiritualidad de manera cotidiana, y su terrible ausencia de las aulas, así como la manera de llevarla a las mismas demostrando que no es tarea imposible en nuestro país, son a mi juicio, las de una persona que ha alcanzado la iluminación. Y soy tocado por esa luz.

La maestría me llevó de sorpresa en sorpresa. Me enteré que existen personas de mucho mérito, capacidad y seriedad, que estudian y demuestran que es perfectamente posible llevar la espiritualidad a la política, a las aulas de enseñanza, a los negocios. Desde luego, sabía que había políticos, empresarios y educadores que han logrado y logran hacerlo, más pensaba que el éxito provenía de sus capacidades personales, y que existía toda una corriente bien estructurada que demuestra que ese éxito puede lograrse de manera garantizada.

Y el mejor ejemplo en el área de la educación, es la Fundación donde he hecho la maestría. Cumple el doble propósito de capacitar a los educadores, y que éstos lleven la enseñanza a las aulas.

He aprendido que, si bien la Inteligencia Espiritual está presente en cada uno de nosotros, tenemos muy poca consciencia de ella, ya que hasta que el desarrollo de ésta alcanza al meme amarillo la percibimos. Es precisamente el desarrollo de mi Inteligencia Espiritual, en escasos dos años, el que me ha permitido un cambio de la visión de la vida y el universo; cambio llevado a la acción pues mi actitud ante lo cotidiano responde a la comprensión desde el ojo de la contemplación, de lo que ocurre momento a momento.

Fue una experiencia placentera entrar en conocimiento que la educación holista es perfectamente posible de llevar a las aulas. Su guía es la Inteligencia Espiritual, y su fin último es desarrollar en el educando, la capacidad de amor universal, de amarse a sí mismo y a los

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