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La violencia sexual contra los niños


Enviado por   •  12 de Junio de 2013  •  Monografías  •  3.504 Palabras (15 Páginas)  •  518 Visitas

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En un juicio por presuntos abusos sexuales infantiles celebrado en Barcelona en el 2001, uno de los acusados reconoció ser pedófilo pero no pederasta. En El Mundo (10-1-2001), se reproducían sus palabras en respuesta a las acusaciones de haber abusado de cuatro niños: «No satisfacía mis impulsos de ninguna manera, me aguantaba y basta». Distinguía así el presunto autor de los abusos entre la tendencia que le empujaba a sentir atracción sexual por los niños (pedofilia) y las prácticas sexuales con menores (pederastia), conducta considerada delictiva según nuestro Código Penal. Al margen de la veracidad de la afirmación del presunto pederasta de que resistía sus impulsos, y de que sus palabras fueran o no un mero recurso jurídico empleado en su defensa para conseguir la absolución, hay que reconocer que, prescindiendo de este caso concreto y a nivel general, la distinción entre la atracción sexual hacia los niños y el delito de abuso sexual de menores, no parece inoportuna. En el primer caso, pues, estamos ante una tendencia psíquica, considerada como enfermedad por la psiquiatría, mientras que en el segundo nos situamos ante una práctica, que además es delictiva según nuestra legislación.

Generalmente, en nuestra lengua no suelen utilizarse dos términos diferentes para distinguir estos dos conceptos. Las palabras pedofilia y pederastia se emplean como sinónimos, para referirse tanto a la atracción sexual como al delito, al igual que pedófilo y pederasta. En el lenguaje periodístico encontramos indistintamente el uso de pedofilia con el sentido de delito y con el significado de enfermedad; así, por ejemplo, se emplea el sintagma «acusar de pedofilia»;1 se habla de una «red de pedofilia» para designar una organización de personas dedicadas a la explotación sexual de menores; asimismo, la palabra aparece en ocasiones en enumeraciones junto a otras conductas delictivas:

[...] luchar contra el terrorismo, la pedofilia, el racismo, el tráfico de seres humanos, el blanqueo de dinero, el narcotráfico, el contrabando, el secuestro y todo tipo de delincuencia organizada.

Otras veces se emplea como enfermedad, y se la clasifica entre las «perversiones sexuales (o desviaciones sexuales), como exhibicionismo, pedofilia, sadomasoquismo, necrofilia, clismafilia (utilización de enemas)». En ocasiones se recogen empleos con aparente redundancia, como en la siguiente frase: «Su letrado ha sostenido durante toda la vista judicial que la pedofilia de su cliente es una enfermedad».

Por su parte, pederastia se utiliza de forma preferente en el sentido de delito, y menos frecuentemente como enfermedad; en la prensa se habla de «delitos de pederastia», «condenado a 40 años por pederastia», «acusado de pederastia» y «red de pederastia». Esta preferencia de emplear pedofilia para referirse a la atracción sexual o la enfermedad, puede deberse al hecho de que este término2 es actualmente el más utilizado en psiquiatría para designar el transtorno mental y, por influencia médica, es la palabra escogida por los periodistas para hablar en términos psiquiátricos. En medicina se la incluye entre los transtornos sexuales y de la identidad sexual, dentro de las categoría de las parafilias. Los criterios de su diagnóstico diferencial son los siguientes: han de padecerse, durante al menos seis meses, fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que impliquen actividad sexual con niños prepúberes, es decir, menores de 13 años; se ha de tener más de 16 años; y entre el paciente y el niño objeto de deseo sexual ha de haber una diferencia de al menos cinco años. Se excluyen las fantasías, impulsos o comportamientos entre adolescentes mayores. Conviene tener presente que no toda persona pedófila tiene que haber cometido actos de abuso sexual infantil. Por tanto, no todos los pedófilos son pederastas, esto es, delincuentes o explotadores sexuales. En ocasiones, se distinguen tres tipos de transtornos según la edad de la persona que es objeto del deseo sexual: se emplea pedofilia para la atracción hacia niños en edad prepuberal,efebofilia (del griego ephebo ‘chico que ha entrado en la pubertad’) para referirse al deseo sexual hacia adolescentes, y nepiofilia (de nepion ‘infante’) para designar la atracción hacia niños lactantes.

El término pedofilia fue acuñado en alemán por el psiquiatra Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), quien utilizó por primera vez la expresión Pädophilia erotica3 en su influyente libro PsychopathiaSexualis, publicado en 1886. En esta obra aparecieron también otros neologismos para designar comportamientos considerados transtornos sexuales, comomasoquismo, sadismo, gerontofilia, fetichismo y zoofilia.

Pero no siempre pedofilia y pederastia se emplean en la prensa como sinónimos. El periodista Javier Ortiz, en un artículo titulado «El sexo y la infancia»,4 afirma:

Otra vez a vueltas con la pedofilia y la pederastia. Muchos las confunden. No son lo mismo. El término pedofilia no figura todavía en los diccionarios, pero acabará abriéndose hueco, porque es necesario: se refiere a la atracción erótica que algunos adultos sienten por los niños (o niñas). La pederastia, en cambio, define el abuso sexual de menores. Un abismo separa ambos conceptos: en el primer caso no hay violencia; en el segundo, sí. Sin embargo, la moral victoriana dominante condena por igual ambas realidades.

Recientemente, a raíz de los casos de pederastia entre miembros del clero católico estadounidense, Juan Antonio Herrero Brasas, profesor de ética y política, establecía en un artículo publicado en El Mundo otra diferencia entre ambos términos. Según él, debe distinguirse entre el «abuso sexual de niños», que llamaba pedofilia, y las «relaciones entre adolescentes mayores de 14 o 15 años», para la que reservaba la palabra pederastia.5 Meses más tarde, matizaba la definición de pederastia, señalando que se refería a las «relaciones intergeneracionales entre adultos y adolescentes o jóvenes adultos». Se lamentaba Herrero Brasas de que la legislación americana no distinguiera ambos conceptos, y que considerara como delito de pedofilia toda relación con un menor de 18 años, «automáticamente catalogada de violación». Según este autor, «la gran mayoría de las acusaciones corresponden a casos de pederastia propiamente hablando».6

Esta última distinción, que como hemos visto no suele hacerse en nuestra lengua, no está recogida en los diccionarios generales. Sin embargo, los lexicógrafos son partidarios de establecer una diferencia entre pedofilia y pederastia, en la misma línea que Ortiz. El diccionario de la Real Academia Española7 ha introducido en su última edición (2001) el término pedofilia, además de seguir registrando la palabra pederastia, para las que recoge

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