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Mi Docente Distinguido


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2012  •  2.386 Palabras (10 Páginas)  •  281 Visitas

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REMEMBRANZAS DE UNA

MAESTRA RURAL

Profesora Candelaria Arciga Verdín

… Quiero contarles la historia de una maestra rural. Está escrita con la letra pequeñita con la finalidad de que así quepan, en unas cuantas hojas, más de 40 años de maestra y casi un siglo de vida.

A ella la conocí hace muchos años, en 1978, cuando era normalista y universitario. Ella era en ese entonces maestra y comunista. La verdad siempre lo fue. La conocí en una reunión de conspiradores en torno a la tarea de brindar solidaridad a los trabajadores universitarios que estaban en huelga. Ella había llegado un día antes a Tepic y alguien le informó de la reunión a la cual se integró de inmediato y con gusto. Para entonces ya tenía casi los 30 años de servicio.

Habló conmigo cuando supo que era normalista y me dijo que ella era maestra de una comunidad de la Sierra del Nayar. “Allí inicié y allí sigo” me dijo orgullosa. “Cuando comencé no había escuela, yo la fundé, aún recuerdo el tañer de la campana que llamaba a los chiquillos a la casita de adobe blanqueda con cal con su letrero en madera que yo misma pinté: <<Casa de pueblo>>”.

La escuela de que me habló está situada en la comunidad de Cofradía de Acutapilco, municipio de Santa María del Oro. Allí comenzó a trabajar cuando apenas contaba con 14 años de edad y había terminado en Tepic el sexto grado. Su salario era de un peso con cuarenta centavos quincenales que no le alcanzaban, pero la gente le regalaba huevos, pollos, fruta y mucho, pero mucho respeto. “Yo ame mi profesión desde el primer día” -me dijo. “Todos los lunes regábamos el patio y los niños llegaban recién bañados con su calzón de manta, algunos con huaraches y los más, descalzos; llegaban corriendo, alegres, era el día más importante de la semana; formaban un cuadrado, erguidos, respetuosos, solemnes. ¡La patria estaba allí! Sí, representada en su bandera, que amarrada en un otate y flanqueada por los niños que habían aprendido a leer; por los más aplicados y los más puntuales. Desfilaba orgullosa, al compás marcial de uno, dos… uno, dos…”

Escoltar su bandera es el más alto honor que un niño puede obtener por su propio esfuerzo, es un valor fundamental que el maestro debe enseñar todos los días y que los niños deben saber en su justa dimensión. Eso lo aprendí con la maestra Candelaria. Ella me lo hizo entender cuando me dijo que cada lunes al pasar la bandera, los mayores, los hombres del pueblo, detenían su paso, descubrían su cabeza, y casi se atrapa el silencio entre las manos porque ¡La patria estaba allí! Y luego la voz estalla y se rompe el viento con cada palabra y el corazón palpita como en un juramento de amor cuando le cantas:

Piensa, ¡Oh Patria querida!

que el cielo

Un soldado en cada hijo te dio.

Luego, pasaban al salón de clase, allí se atendió desde el párvulo hasta el cuarto grado en los primeros años; se contaba con un pizarrón de doble cara en medio del salón, de un lado se sentaban los de primero y segundo, en unas mesas largas con equipales y banquitos; los mayores, de tercero y cuarto, del otro lado del pizarrón, en mesabancos.

Los lunes tenían la clase de historia y la tomaban todos los niños juntos. Les contaba de Cuauhtémoc, de Hidalgo, Juárez, Doña Josefa Ortiz de Domínguez, de los Niños Héroes de Chapultepec. ¡Disfrutaban aprendiendo la Historia de México! “Todos querían ser como los héroes!” – decía. Después, los mayores escribían pensamientos y biografías que les permitía hacer ejercicios de redacción, de poesía, de dibujo. Los de segundo ejercitaban, ortografía y caligrafía, hacían <<planas>> con lemas alusivas al personaje que estudiaban como… ¡Los valientes no asesinan!, ¡Si hubiera parque, no estaría usted aquí! ¡El respeto al derecho ajeno es la paz! ¡La patria es primero!

Los de primero dibujaban la bandera y algunos pintaban <<monos>> que luego le explicaban que eran los Niños Héroes o Juárez, siempre les dijo que estaban muy bien hechos porque consideraba que a los niños debe entusiasmárseles, ellos también podían diferenciar que bandera se escribe con <<B>> mayúscula, porque es nombre propio.

Se trabajó por la mañana y por la tarde. Los lunes, por lo general, después de la comida, se sentaban debajo de los árboles y eran los alumnos los que tocaban los temas de Historia, discutían, preguntaban, exponían sus ideas. Los chicos aprendían de los grandes. “Muchas veces, -mencionó en una ocasión- me preguntaban si los <<alzados>> también eran héroes, y se armaba la <<tremolina>>; pero eso sí, todos con orden, levantaban la mano para pedir la palabra y se ponían de pie para intervenir. Muchas veces tuvimos que recurrir ejercicio de la votación (valores de respeto y democracia que deben estar presentes en la formación de los niños y que sólo se aprenden ejerciéndolos).”

Fueron, a partir de la primera vez que nos encontramos, muchas las ocasiones que ella me llegó contar de su vida de maestra en esa comunidad. En una de esas ocasiones me contó de las actividades que realizaba después de la merienda o de la cena con las personas adultas. A la luz de las <<cachimbas>>, trabajaba con los señores del pueblo con quienes aprendió muchas cosas: “ellos me enseñaron la magia del lenguaje de las estrellas, me enseñaron a observar al cielo para saber cuándo es tiempo de lluvia, de siembra, de cosecha. Me enseñaron el valor de la parcela y el amor por el terruño. Yo, en cambio, les enseñé La magia del lenguaje de las letras, les enseñé que al juntarlas pueden hablar por nosotros en los tribunales para pelear por el reparto de las tierras, también les enseñé que las letras pueden decir cosas muy bellas, como un poema, una canción o una carta de amor. Ellos me enseñaron a tocar la guitarra, yo les enseñé el <<Corrido agrarista>> y juntos luchamos por el ejido.”

En sus últimos días del año de 2004, en una visita a la ciudad de Tepic, fui a verla a su casa. Estaba muy enferma y ya era una maestra jubilada. En esa ocasión, tomé una pequeña grabadora de bolsillo y me dispuse a escucharla. Me dijo: “Ahora que estoy vieja y jubilada pasé por una escuela que estaba en los <<honores>>. ¡Cuánta pena sentí! ¿Qué está pasando en el siglo XXI? ¿No se dan cuenta que están formando hombres desnudos de principios, huérfanos de valores?”

“¿Cómo pueden reprender a los chiquillos cundo rayan las paredes, destruyen los árboles,

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