Mircea Eliade , Lo Sagrado Y Lo Profano
dddddddddd15 de Junio de 2012
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LO SAGRADO Y LO PROFANO (Mircea Eliade)
El hombre entra en conocimiento de lo sagrado porque se manifiesta, porque se
muestra como algo diferente por completo a lo profano.
Para denominar el acto de estas manifestaciones de lo sagrado se ha propuesto el
término de hierofanía, es decir, algo sagrado se nos muestra.
Toda hierofanía constituye una paradoja: al manifestar lo sagrado, un objeto
cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser lo mismo.
Para aquellos que tienen una experiencia religiosa, la Naturaleza en su totalidad
es susceptible de resolverse como sacralizad cósmica. El Cosmos en su totalidad puede
convertirse en una hierofanía.
La oposición sacro-profano se traduce a menudo como una oposición entre lo
real e irreal.
Lo sagrado y lo profano constituyen dos modalidades de estar en el mundo, dos
situaciones existenciales asumidas por el hombre a lo largo de su historia.
Los modos de ser sagrado y profano dependen de las diferentes posiciones que
el hombre ha conquistado en el Cosmos.
Para el hombre religioso el espacio no es homogéneo. Esta ausencia de
homogeneidad espacial se traduce en la experiencia de una oposición entre el espacio
sagrado, el único que es real, que existe realmente, y todo el resto, la extensión informe
que lo rodea.
La manifestación de lo sagrado fundamenta antológicamente el Mundo, y la
hierofanía revela un <<punto fijo>> absoluto, un <<Centro>>. El descubrimiento o
proyección de un punto fijo –el Centro- equivale a la Creación del Mundo.
Por el contrario, para la experiencia profana, el espacio es homogéneo y neutro.
Lo sagrado es lo real por excelencia, y a la vez potencia, eficacia, fuente de vida
y de fecundidad.
El deseo del hombre religioso de vivir en lo sagrado equivale, de hecho, a su
afán de situarse en la realidad objetiva, de vivir en un mundo real y eficiente y no en
una ilusión. Tal comportamiento se evidencia sobre todo en el deseo del hombre
religioso de moverse en un mundo santificado, es decir, en un espacio sagrado.
El ritual por el cual construye un espacio sagrado es eficiente en la medida que
reproduce la obra de los dioses.
Lo que caracteriza a las sociedades tradicionales es la oposición que tácitamente
establecen entre su territorio habitado y el espacio desconocido e indeterminado que les
circunda: el primero es el <<Mundo>>, <<nuestro mundo>>. De un lado se tiene un
<<Cosmos>>, del otro un <<Caos>>. Pero si todo territorio es un Cosmos, lo es por
haber sido consagrado previamente.
<<Nuestro Mundo>> es un universo en cuyo interior se ha manifestado ya lo
sagrado y en el que, por consiguiente, se ha hecho posible y repetible la ruptura de
niveles.
La consagración de un territorio equivale a su cosmización, y toda creación tiene
un modelo ejemplar: la Creación del Universo por los dioses. Así pues, la cosmización
de territorios desconocidos es siempre una consagración: al organizar un espacio, se
retira la obra ejemplar de los dioses.
La íntima relación entre cosmización y consagración está ya atestiguada en los
niveles elementales de cultura.
Instalarse en un territorio viene a ser en última instancia, el consagrarlo.
Por lo demás, el <<verdadero Mundo>> se encuentra siempre en el
<<medio>>, en el <<Centro>>, pues allí se da una ruptura de nivel, una comunicación
entre las dos zonas cósmicas.
Cualesquiera que sean las dimensiones de su espacio familiar, el hombre de las
sociedades tradicionales experimenta la necesidad de existir constantemente en un
mundo total y organizado, es decir, en un Cosmos.
El Centro es el lugar en el que se efectúa una ruptura de nivel, donde el espacio
se hace sagrado, real, por excelencia.
Una creación implica superanbundacia de realidad; dicho de otro modo: la
irrupción de lo sagrado en el mundo.
La creación del mundo se convierte en el arquetipo de todo gesto humano
creador cualquiera que sea su plano de referencia.
El simbolismo cósmico del pueblo lo recoge la estructura del santuario o de la
casa cultural. Por otra parte, en todas las culturas tradicionales, la habitación comporta
un aspecto sagrado y que por eso mismo refleja el mundo.
Se percibe en la estructura misma de la habitación el simbolismo cósmico. La
habitación no es un objeto, una <<máquina de residir>>: es el universo que el
hombre construye imitando la Creación ejemplar de los dioses, la cosmogonía.
Toda construcción y toda inauguración de una nueva morada equivale en cierto
modo a un nuevo comienzo, a una nueva vida. Y todo comienzo repite ese comienzo
primordial en que el Universo vio la luz por primera vez.
La multiplicidad, o infinidad de Centros del Mundo, no causa ninguna dificultad
al pensamiento religioso. Pues no se trata del espacio geométrico, sino de un espacio
existencial y sagrado que presenta una estructura radicalmente distintas, que es
susceptible de una infinidad de rupturas y, por tanto, de comunicaciones con lo
trascendente.
Todos los símbolos y los rituales concernientes a los templos, las ciudades y las
cosas derivan, en última instancia, de la experiencia primaria del espacio sagrado.
En lo que concierne al Templo debemos decir que es el lugar santo por
excelencia, casa de los dioses, el templo resantifica continuamente el Mundo porque lo
representa y al propio tiempo lo contiene. En definitiva, gracias al Templo el Mundo se
resantifica en su totalidad.
Cualquiera que sea su grado de impureza, el Mundo está siendo continuamente
purificado por la santidad de los santuarios.
La santidad del templo está al socaire de toda corrupción terrestre, y esto por el
hecho de que el plano arquitectónico del templo es obra de los dioses y, por
consiguiente, se encuentra muy próximo a los dioses, al Cielo.
Los modelos trascendentales de los Templos gozan de una existencia espiritual,
incorruptible, celeste.
Por la gracia de los dioses, el hombre accede a la visión fulgurante de esos
modelos y se esfuerza, acto seguido, por reproducirlos en la tierra.
Por otra parte, como el espacio, el Tiempo no es, para el hombre religioso,
homogéneo ni continuo. Existen los intervalos de tiempo sagrado (fiestas); existe, por
otro lado, el Tiempo profano, la duración temporal ordinaria en que se inscriben los
actos despejados de significación religiosa.
Entre estas dos clases de tiempo hay, bien entendido, una solución de
continuidad; pero por medio de ritos, el hombre religioso puede <<pasar>> sin peligro
de la duración temporal ordinaria al Tiempo sagrado.
El tiempo sagrado es por su propia naturaleza reversible, en el sentido de que
es, propiamente hablando, un Tiempo mítico primordial hecho presente.
El tiempo sagrado es indefinidamente recuperable, indefinidamente repetible. Es
un tiempo ontológico por excelencia.
El hombre religioso vive así en dos clases de Tiempo, de las cuales la más
importante, el Tiempo sagrado, se presenta bajo el aspecto paradójico de un Tiempo
circular, reversible y recuperable como una especie de eterno presente mítico que se
reintegra periódicamente mediante el artificio de los ritos.
Este comportamiento con respecto al Tiempo basta para distinguir al hombre
religioso del no-religioso: el primero se niega a vivir tan sólo en lo que en términos
modernos se llama el <<presente histórico>>; se esfuerza por incorporarse a un Tiempo
sagrado que, en ciertos aspectos, puede equipararse con la Eternidad.
El hombre no-religioso también conoce una cierta discontinuidad y
heterogeneidad del Tiempo.
También vive de acuerdo con ritmos temporales diversos y conoce tiempos de
intensidad variable.
Cualquiera que sea la multiplicidad de los ritmos temporales que experimente y
sus diferentes intensidades, el hombre no-religioso sabe que se trata siempre de una
experiencia humana en la que no puede insertarse ninguna presencia divina.
La solidaridad cósmico-temporal es de naturaleza religiosa: el Cosmos es
homologable al Tiempo cósmico, porque tanto uno como otro son realidades sagradas,
creaciones divinas.
<<Templum designa el aspecto espacial; tempus, el aspecto temporal del
movimiento del horizonte en el espacio y en el tiempo>>. Puesto que el Tiempo
sagrado y fuerte es el Tiempo del origen, el instante prodigioso en que una realidad ha
sido creada, o sea ha manifestado plenamente por vez primera, el hombre se esforzará
por incorporarse periódicamente a ese Tiempo original.
Esta reactualización ritual del illud tempus de la primera epifanía de una
realidad está en la base
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