Novela grafica.
Axel CervantesResumen14 de Septiembre de 2016
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Capítulo 0
Furore
—Detonador—
—Un estado de emergencia ha sido declarado. El bloque de investigación subterráneo será cerrado en sesenta segundos. Todo el personal evacúe inmediatamente por favor. —La voz hacía un eco metálico por todo el edificio. —Repito. Un estado de emergencia ha sido declarado.
No importaba cuántos enviaran. No importa la cantidad, calidad o potencia de las armas, su calibre o si eran automáticas. No podían detenerle. Los guardias morían como moscas simplemente con pararse frente a esa criatura. Retrocedían a medida que avanzaba. Un paso adelante... cuatro hacia atrás...
El proyecto había comenzado en Octubre. Se les habían denominado como "armas de potencia masiva", y el primer prototipo fue calificado como un desastre peligroso para la especie humana. Estados Unidos la había propuesto a sus aliados, como respuesta a la declaración de guerra hecha por Rusia. Al principio, el proyecto había sido tachado de "enfermo y sin sentido". Al principio, no tomaron en serio a los soviéticos. Nunca creyeron que de verdad atacarían. Ante el primer ataque terrorista por parte de Rusia, el presidente de los Estados Unidos decidió actuar y tomar cartas en el asunto. Ordenó a la NASA comenzar con el proyecto. Fue llamado S1-N5.
— ¡No entren en pánico! —palabras iróicas gritadas por el jefe de guardias. Todos apuntaron y cargaron. —El manual decía que estaremos a salvo si permanecemos a más de dos metros.
Él se detuvo. Se podía escuchar su repiración, jadeante, que chocaba contra el casco de metal que le cubría la cabeza en su totalidad. Los guardias tenían miedo. Las manos que sostenían las armas sudaban, los cuerpos bajo las armaduras temblaban. Y mientras él, no llevaba protección alguna. La piel era tan pálida que parecía traslúcida, no tenía ombligo. Casi parecía cómico.
— ¡No des un paso más! Te tenemos rodeado... —Ni siquiera terminó de hablar. La criatura con cabeza de metal ladeó la cabeza al mismo tiempo que la del guardia reventaba, como un globo. Pop. No hubo tiempo de reaccionar antes de que todo el pelotón terminara desmembrado. Y la criatura pálida no se había movido ni un centímetro. Se limitaba a mover la cabeza, como si estuviera reprochando a aquellos hombres por sus actos. Siguió avanzando. Tarareaba.
Se hizo un llamado a todos los jóvenes de doce a veinticinco años de toda América. Millones asistieron a la selección y fueron sometidos a pruebas duras. De todos esos jóvenes, sólo sobrevivieron catorce. Todos los demás dimitían. O morían.
No importaba cuántos pelotones le pusieran enfrente, la cantidad de balas que dispararan. No lo detenía nada. Las balas pasaban y no le hacían ni un rasguño. Todos los que fueron enviados a pararlo, sólo terminaban formando parte de la masacre. Un festival de cadáveres.
Sus pies descalzos dejaban huellas sobre el suelo de acero helado. Huellas rojas. Un paso, tarareo. Disparos, muerte. Un guardia había echado a correr. Una puerta de metal con código volvía el pasillo un callejón sin salida. Lloriqueaba como un niño. Se arrinconó, pegándose a la pared, balbuciendo misericordia. La criatura de piel pálida y cabeza de metal se acercó y se puso en cuclillas frente a él. Se quedó quieto un momento ante los patético temblores de aquél hombre. Ladeó la cabeza y, una vez más, la garganta del otro se fue abriendo de a poco, una brecha larga y profunda, con un sonido parecido al que se hace al rasgar tela.
La criatura se levantó y abrió la puerta con sólo darle un pequeño empujón.
Cayó con un golpe seco.
De esos catorce chicos, sólo iba a ser seleccionados aquellos más fuertes. Las pruebas experimentales con ADN para mejorar sus habilidades físicas se volvieron cada vez más frecuentes y duras. Al principio, se esperaba tomar a los catorce como parte del proyecto, pero se desató un comportamiento inesperado en uno de los sujetos. La mutación afectó su sistema central nervioso, provocando una pérdida total del sentido. El sujeto asesinó a los otros siete experimentos antes de ser controlado y encerrado en una celda de alta seguridad.
Los otros siete chicos continuaron con el proyecto, pero se decidió separarlos para evitar el mismo accidente.
Al abrirse la puerta, la criatura se vio iliminada por focos de luces blancas. Y apuntado por más de diez soldados. Frente a él estaba un hombre que parecía tener pinta de capitán, con el porte serio y el rictus imperturbable. Se observaron varios minutos.
— ¡Ya basta, Séptimo! —le dijo, con la voz firme, que retumbó unos minutos. El Séptimo experimento, el más perfecto y el último de todos, avanzó un paso más. Los hombres que sostenían las ametralladoras se paralizaron. —Un paso más y te llenamos la cabeza de plomo.
Como si no hubiera escuchado, Séptimo siguió dando más pasos. Estiró una mano.
— ¡Dispárenle!
La orden fue silenciada por el sonido de todas las detonaciones. Fueron cerca de quince segundos de tiroteo constante. El clic del gatillo indicaba que las balas se habían acabado. Y Séptimo seguía intacto. Avanzó como si nada, dejando estupefactos a todos esos hombres. Uno de ellos trató de agredirlo con su ametralladora vacía. Grave error. Séptimo no hizo nada más que atravesarle el pecho con la mano con la misma facilidad con la que hubiera hundido el puño en un pastel. El cuerpo cayó y en la mano ensangrentada quedó un corazón que tartamudeaba.
Séptimo siguió dando pasos arrastrados, descabezando soldados sin mover ni un músculo. Se detuvo junto al capitán un segundo. Estiró la mano que aún goteaba sangre ajena y, como si no fuera nada, le empujó con suavidad, dejando su huella estampada en el traje del otro. No se detuvo.
El hombre sacó un pequeño radio.
—Se dirige hacia la salida de emergencia. —masculló al pequeño aparatito, que reproducía interferencias. —Bajen la división. Y enciérrenlo.
Séptimo siguió caminando por el pasillo despejado. Las luces blancas titilaban y podía escuchar claramente todo el alboroto. No le había sido sencillo huir. No veía muy bien y sólo se podía fiar de su oído, además de que la máscara de metal pesaba terriblemente. Había tenido que usar toda su concentración para poder romper las cadenas que lo mantenían aprisionado, además de romper el vidrio de su celda y decapitar un par de guardias. Tarareó un poco más, contó los pasos y se detuvo. Seguramente ahí era. Se pegó a una de las paredes de metal, tantenado con las manos hasta encontrar la hendidura. Empleando la poca fuerza que le quedaba, la empujó hasta abrir la puerta lateral que daba directo hacia el acantilado. Hacia su libertad.
— ¿La puerta exterior ha sido abierta? —El capitan corría por los pasillos, precipitado. —
¡No me interesan tus excusas, imbécil! ¡Preparen a un francotirador!
Séptimo sintió el aire frío en la piel y avanzó a ciegas. Si saltaba por aquel acantilado, lo esperaba el agua. No podría hacerse daño, de eso estaba bien seguro. Ya había intentado suicidarse con métodos comunes y nada había funcionado. Lo único que podría destruirlo era un ser igual que él.
—Una sola bala. —murmuró el capitán, aconsejando al hombre arrodillado junto a él. El francotirador fijó en la mirilla la cabeza de Séptimo. —Conociéndolo, no btendrás oportunidad para un segundo disparo.
—Éste es un rifle creado expresamente para atravesar su piel, señor. No podrá repeler la bala.
—Apunta a la nuca.
—Sí, señor.
Volvió a ubicar el blanco, justo debajo de la máscara de hierro. Preparó el gatillo. Cuando lo jaló, Séptimo había volteado, pero fue demasiado tarde.
Sintió frío en la sien y cómo su prisión de metal se rompía en miles de pedazos. Una cascada de cabellos rojos flotó al viento antes de caer como peso muerto por el acantilado. No. No lo habían matado.
Capítulo 1
Cascada Roja
—Casualidad—
—Recuerdo que antes veníamos aquí a recoger conchas. —murmuro, en cuclillas, mirando el mar. La playa ya está deteriorada, no es como la última vez. Steve se para junto a mí, encogiéndos de hombros. —Lástima que a este sitio también se lo haya cargado la mierda, ¿no, Steve? —dejo de mover los dedos sobre la arena cuando él no me responde. —¿Qué te pasa?
—Mira. —señala al frente. Lo observo y después sigo la dirección de su mano.
Las olas pequeñas siguen rompiendo en la orilla, creando el sonido relajante que usaba para dormir cuando era más pequeño. Hay alguien parado frente a nosotros. No lleva nada puesto y el cabello le cubre el rostro.
Jamás he visto cabello así. Rojo, rojo escarlata. Un poco de brisa lo alborota y parece fuego.
— ¿Qué demonios pasa? —Steve da un paso atrás.
— ¿Y yo cómo voy a saberlo?
Nos quedamos paralizados, observando. A juzgar por todo, es un chico. Pálido. Desnudo. Mernudo botellón se ha de haber metido, de eso estoy seguro. Se mira las manos y se las lleva al rostro un momento. Parece que va a llorar. Steve y yo nos miramos, sin saber si correr o acercarnos. Entonces él alza la cabeza.
— ¿Dónde...? —dice, con la voz quebrada. Steve carraspea.
...