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Plan De Once años

Qristal13 de Febrero de 2013

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TEMA: CARACATERÍSTICAS DE LAS POLÍTICAS EDUCATIVAS

Los gobiernos creían que los maestros acataban fielmente sus planes que, a menudo, ni siquiera leían. Entre las razones de Estado, que exponen los funcionarios, y la forma en que muchos de los educadores interpretan tales razones, media un abismo. En 1921 Vasconcelos pugnó por federalizar la enseñanza. En1934 imaginé candorosamente que la firme unidad sindical de los profesores contribuiría a mejorar la federalización ideada por Vasconcelos. Pero en 1958 me daba cuenta de que, desde el punto de vista administrativo, la federalización no era recomendable en los términos concebidos por el autor del monismo estético. Por otra parte, la unificación sindical no parecía favorecer de manera muy positiva a la calidad del trabajo docente de los maestros Habíamos perdido contacto con la realidad de millares de escuelas sostenidas por el gobierno, desde Sonora hasta Chiapas y desde la frontera de Tamaulipas hasta las playas de Yucatán. Nuestros informantes directos eran inspectores que, como socios activos del sindicato, encubrían a tiempo las faltas y las ausencias de los maestros, pues no ignoraban que la gratitud de sus subalternos les sería, a la larga, más provechosa que la estimación de sus superiores.

No siempre podían actuar los líderes en la orientación cultural y moral de los agremiados. En ocasiones, les interesaba, más que otra cosa, ejercer influencia concreta en la política del país. Algunos lograban insertarse en el sector de los próximos candidatos a diputados o a senadores. Vislumbraban, así, la ruta que podría conducirles, con un poco de suerte, a la dirección de un establecimiento oficial o -si obtenían apoyos más sólidos -hasta el palacio de gobierno de algún Estado. Muchos maestros -sin la humilde y viril franqueza de los que traté en 1944- invocaban la respetabilidad de su profesión para exigir aumentos de sueldos y de servicios. Pero olvidaban las obligaciones que esa respetabilidad hubiera debido imponerles en la cátedra y en la vida.

Su táctica más frecuente ya no era la persuasión, sino la amenaza. Cuando los dirigía un hombre cortés como Lozano Bernal, se advertía que la amenaza no era el producto de un interés del líder, sino el efecto de la inquietud que afligía al líder frente a las incontenibles violencias de sus prosélitos. La mañana en que me presentó a los miembros del comité ejecutivo de la sección IX del Sindicato, comprendí que existía entre ellos cierta recóndita hostilidad. Los dirigentes nacionales del magisterio querían iniciar sus labores sin excesivos alardes contra el Gobierno. En cambio, los de la sección IX, que representaban a los maestros capitalinos de educación primaria, tenían propósitos de combate. Se habían percatado de que constituían una considerable fuerza de choque. Distribuidos en las provincias, sus compañeros solían tardar varios meses en concertarse. Ellos, en cambio, coordinaban sus designios en pocas horas. Llamé a varios de los maestros que pertenecían a la que estimaba mi “vieja guardia” Los encontré indecisos, aterrados ante los jóvenes. ¿Qué había ocurrido durante mi ausencia? Ni los programas de 1944 dieron los frutos que supusimos, ni los nuevos egresados de las Normales querían oír hablar de “apostolados” o de “misiones”. Advertían que, en nombre del progreso económico, el país estaba acostumbrándose a desmentir los ideales de la Revolución. Enterados de las fortunas que delataban -o que escondían- muchos hombres públicos, sabían que los verdaderos beneficiarios de la lucha librada por el país a partir de 1910 no eran tanto los campesinos y los obreros, cuanto los industriales, los banqueros, los comerciantes y los políticos. Se habían aliado, más o menos visiblemente, con los descontentos de otras fracciones del gremio trabajador, sobre todo con los ferrocarrileros y los telefonistas. Enarbolaban, cuando les convenía, las banderas de la disidencia sin apreciar muchas veces la distancia que existe entre exigir y cumplir, pues sólo el que cumple bien tiene derecho a exigir que los otros cumplan. e-Educa, Cibercultura para la Educación AC

Fue inútil que me empeñase en exaltar la acción social del educador. Dije -y repetí hasta el cansancio- que, en todas las obras del hombre, nada reemplaza al alma y que de la robustez del alma que diéramos a las nuevas realizaciones de México dependería su persistencia. El maestro no es exclusivamente un profesional de la educación. Es, a lo largo de toda su vida, un ciudadano capacitado para educar. Si como ciudadano aspira a una mayor justicia social, como maestro debe ser justo en el interior de la escuela misma. Si como ciudadano quiere que cumplan todos sus semejantes con sus deberes, ha de empezar por cumplir él mismo, sin alardes ni intemperancias, con su deber.

Plan once años.

En diciembre de 1958 el Presidente envió a la Cámara de Diputados la iniciativa de que ya hablé, destinada a constituir una comisión que formulase un plan de expansión y mejoramiento de la enseñanza primaria en la República.

En el discurso que pronuncié el 9 de febrero, al principiar nuestras labores, incluí esta reflexión: “Una idea ha ido ganando fuerza en mis preocupaciones. Es la siguiente: no me parece posible que, una vez redactado el plan, se deje su aplicación al azar del automatismo. Será preciso recomendar que un pequeño órgano permanente vigile su progreso y se mantenga en contacto con los datos que la realidad mexicana les proporcione, a fin de que sugiera periódicamente las medidas oportunas para corregir los errores de apreciación en que hubiesen podido incurrir los investigadores que nos asistan”. Los diputados y senadores me oyeron con deferencia. Los representantes de Hacienda y del Banco de México guardaron sobrio hermetismo. Pero todos aprobaron los párrafos que leí, al dar término a mi discurso: "Cuando concluya su estudio la Comisión, la República estará disponiéndose a celebrar el sesquicentenario de la proclamación de la Independencia y el cincuentenario de la Revolución de 1910.

Extender a todos los mexicanos la educación primaria a que la ley y la vida les dan derecho, ¿no es ése, acaso, el más grande objetivo que podríamos proponer al país para dar su cabal sentido a esa doble celebración?. La verdadera independencia y la verdadera libertad no se ganan sin esfuerzo. El trabajo suplementario que va a requerir de los mexicanos el plan que elabore esta Comisión anunciará la contribución del México de hoya los ideales que proclamaron sus más ilustres libertadores. Demos a la niñez de nuestro pueblo las aulas y los maestros que necesita. Será la mejor manera de dar un alma -lúcida y vigilante- al progreso de la nación".

La Secretaría de Industria y Comercio aceptó el encargo de calcular, dentro de lo posible, cuántos niños -de seis a catorce años- tenía el país. Tras de varias semanas de hipótesis y de estudios nos comunicó su informe. Eran, en total, 7,633,155.

¿Podríamos confiar en aquella cifra? Nuestro departamento de estadística escolar nos proporcionó un dato más fácil de admitir: el de los niños inscritos en los planteles primarios, públicos o privados. Gracias a los esfuerzos hechos durante los últimos meses de 1958 y a las construcciones efectuadas en 1959, el total ascendía a cuatro millones 436 mil 561. El deficiente escolar podía, por tanto, considerarse en más de tres millones de niños. Sin embargo, no nos sentíamos en aptitud de aceptar ese deficiente. En efecto, una es la duración normal de la educación primaria (de seis años en México) y otra la del periodo en que la ley prescribe que los niños reciban tal enseñanza: desde los seis hasta los catorce de edad. De cada mil alumnos inscritos en el primer año de un plantel de enseñanza primaria, uno solamente lograba obtener, tras de dieciséis años de esfuerzo, algún título superior, universitario o técnico. Novecientos noventa y nueve no podían seguirle en aquel ascenso. En el plano de la enseñanza primaria la proporción resultaba desoladora. De cada cien niños inscritos, en 1946, en el primer grado del sistema escolar urbano, sólo habían llegado al segundo, sesenta y tres; al e-Educa, Cibercultura para la Educación AC tercero, cincuenta y uno;

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