SOUAD QUEMADA VIVA EL PRIMER TESTIMONIO DE UNA VÍCTIMA DE UN CRIMEN DE HONOR
vitoben40Resumen28 de Junio de 2017
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SOUAD
QUEMADA VIVA
EL PRIMER TESTIMONIO DE UNA VÍCTIMA
DE UN CRIMEN DE HONOR
Quemada viva : el primer testimonio de una víctima de un crimen de honor / Souad ; con la colaboración de Marie-Thérèse Cuny ; [traducción, Mar Vidal]. -- 1ª ed. -- Madrid : Martínez Roca, 2003. -- 229 p. ; 24 cm. -- (MR ahora)
Traducción de: Brûlée vive
DL M 43296-2003. -- ISBN 84-270-2984-5
1. Souad. 2. Mujeres-Cisjordania-Situación social. 3. Mujeres-Malos tratos-Cisjordania. I. Cuny, Marie-Thérèse. II. Título. III. Serie
929 Souad
305-055.2(569.4-076)
343.615-055.2(569.4-076
ÍNDICE
EL FUEGO ENCIMA DE MÍ 4
MEMORIA 6
EL TOMATE VERDE 18
LA SANGRE DE LA NOVIA 26
ASAD 32
EL SECRETO 37
ULTIMA CITA 45
EL FUEGO 52
MORIR 54
JACQUELINE 59
SOUAD SE VA A MORIR 67
SUIZA 76
MAROUAN 81
TODO LO QUE ME FALTA 89
TESTIGO SUPERVIVIENTE 96
JACQUELINE 100
MI HIJO 102
CONSTRUIR UNA CASA 108
EL FUEGO ENCIMA DE MÍ
Soy una niña y una niña ha de caminar rápido, con la cabeza agachada, como si contara los pasos que da. No debe levantar la mirada, ni desviarse a derecha o izquierda del camino, puesto que ni sus ojos se encontraran con los de un hombre todo el pueblo la llamaría charmuta.
Si una vecina ya casada, una anciana o quien sea la viera sola por la calle, sin su madre o su hermana mayor, sin ovejas, ni gavilla de heno ni un cargamento de higos, también la llamarían charmuta.
Una muchacha tiene que casarse para poder mirar derecho hacia delante, para entrar en una tienda, depilarse y llevar joyas.
Cuando una niña no se ha casado a la edad de catorce años, como mi madre, en el pueblo empiezan a burlarse de ella. Pero, para poder casarse, una niña tiene que esperar a que le llegue el turno en la familia. Primero le toca a la mayor, luego a las siguientes.
En casa de mi padre somos demasiadas mujeres. Cuatro, todas en edad de casarnos. Hay también dos medio hermanas, nacidas de la segunda mujer de mi padre. Son todavía niñas. El único varón de la familia, el hijo adorado por todos, nuestro hermano Asad, nació gloriosamente entre todas estas mujeres, en cuarto lugar. Yo ocupo el tercero.
Mi padre, Adnan, está disgustado con mi madre, Leila, que le ha dado todas estas hijas. Está también disgustado con su otra esposa, Aicha, que sólo le ha dado niñas.
Noura, la hermana mayor, se casó tarde, cuando yo tenía unos quince años. Kainat, la segunda, no ha sido pedida en matrimonio por nadie. Oí decir que un hombre la había hablado de mí a mi padre, pero tenía que esperar a la boda de Kainat antes de poder soñar con la mía. Pero quizás Kainat no sea lo bastante bella, o quizás sea un poco demasiado lenta trabajando... Ignoro el motivo por el que nadie la ha pedido en matrimonio, pero si se queda solterona va a ser objeto de las burlas de todo el pueblo, y yo también.
No conocí ni juegos ni placeres desde que mi cerebro es capaz de recordar. En mi pueblo, nacer niña es una maldición. El único sueño de libertad es el matrimonio. Cambiar la casa del padre por la del marido y no regresar nunca más, aunque te maltraten. Que una mujer casada regrese a la casa del padre es una vergüenza. No debe pedir protección fuera de su casa, devolverla a su hogar es el deber de la familia.
Mi hermana fue golpeada por su marido y nos trajo la vergüenza porque regresó a quejarse.
Tiene suerte de tener un marido, yo sueño con ello.
Desde que escuché decir que un hombre había hablado de mí con mi padre, la impaciencia y la curiosidad me devoran. Sé que el muchacho vive a tres o cuatro pasos de nuestra casa. A veces puedo verlo desde el terrado donde tiendo la ropa. Sé que tiene coche, va vestido con traje, lleva siempre un maletín, y debe de trabajar en la ciudad, en un buen trabajo, puesto que no va vestido como un obrero, siempre va impecable. Me gustaría ver su cara más de cerca pero siempre tengo miedo de que mi familia me sorprenda espiándolo. Entonces, mientras voy a buscar heno para un cordero enfermo en el establo, camino rápido por el sendero con la esperanza de verlo de cerca. Pero aparca el coche demasiado lejos. A fuerza de observarlo, ya sé más o menos a qué hora sale de casa para irse a trabajar. A las siete de la mañana hago ver que doblo la ropa en el terrado, o que busco un higo maduro, o que sacudo las alfombras para verle ni siquiera un minuto cómo se marcha en su coche. Tengo que actuar rápido para que no me vea.
Subo las escaleras, cruzo las habitaciones para acceder al terrado, sacudo con fuerza una alfombra y miro por encima de la pared de cemento, con la mirada ligeramente desviada hacia la derecha. Así, si alguien me observa de lejos no podrá darse cuenta de que miro hacia la calle.
A veces tengo tiempo de verlo. ¡Estoy enamorada de este hombre y de su coche! En mi terraza me imagino un sinfín de cosas: me veo casada con él y observando, como hoy, su coche alejarse hasta que desaparece, pero volverá de su trabajo al ponerse el sol. Entonces le quitaré los zapatos y de rodillas le lavaré los pies como mi madre le hace a mi padre. Le llevaré su té, lo miraré mientras se fuma su larga pipa, sentado como un rey frente a la puerta de su casa. ¡Seré mujer con marido!
E incluso podré maquillarme, salir para ir a la tienda, subir en ese coche con mi marido y hasta ir a la ciudad. ¡Soportaría lo peor a cambio de la simple libertad, tantas son las ganas que tengo de cruzar sola esta puerta e ir a comprar el pan!
Pero no seré nunca charmuta. No miraré a los otros hombres, seguiré caminando con la vista al frente, derecha y orgullosa pero sin contar los pasos, con la mirada baja, y en el pueblo no podrán decir nada malo de mí porque estaré casada.
Es aquí, arriba en este terrado, donde empezó mi terrible historia. Ya era más vieja que mi hermana mayor el día de su boda, y esperaba y desesperaba.
Debía tener unos dieciocho años, o quizás más, no lo sé.
Mi memoria se alejó como el humo el mismo día que el fuego cayó sobre mí.
MEMORIA
Nací en una aldea minúscula. Me han dicho que estaba situada en algún lugar parte de un territorio jordano, y luego trasjordano, y luego cisjordano, pero como no he frecuentado nunca el colegio no sé nada de la historia de mi país. También me han dicho que nací allí en 1958, o en 1957... Por lo tanto, ahora tengo cuarenta y cinco años. Hace veinticinco años sólo sabía hablar árabe, no me había alejado nunca más que a escasos kilómetros de la última casa de mi pueblo, sabía que había pueblos más lejos sin haberlos visto. No sabía si la Tierra era redonda o plana, ¡no tenía ni idea del propio mundo! Sabía que había que odiar a los judíos que se habían apoderado de la tierra, mi padre los llamaba “cerdos”. No había que acercarse a ellos, ni hablarles ni tocarlos, porque corríamos el riesgo de convertirnos en cerdos como ellos. Tenía la obligación de rezar mis plegarias al menos dos veces al día, las recitaba como mi madre y mis hermanas, pero no me enteré de la existencia del Corán hasta muchos años más tarde, en Europa. Mi único hermano, el rey de la casa, iba al colegio, pero las niñas no. Nacer niña en mi país es una maldición. Una esposa debe primero tener un hijo, al menos uno, y si sólo tiene hijas se burla de ella. Hacen falta dos o tres hijas como máximo para hacer las labores de la casa, de la tierra y del ganado. Si llegan más niñas son recibidas como una gran desgracia que hay que eliminar lo antes posible. Así viví hasta que tuve más o menos diecisiete años, sin saber nada más que, como era niña, valía menos que un animal.
Ésa fue mi primera vida, la vida de una mujer árabe en Cisjordania. Duró veinte años, y allí morí. Morí físicamente, socialmente, para siempre.
Mi segunda vida empieza en Europa a finales de los años setenta, en un aeropuerto internacional. Soy un desecho humano que sufre sobre una camilla. Huelo tanto a muerte que los pasajeros del avión que me llevó hasta allí llegan a protestar. Incluso disimulada tras una cortina, mi presencia resultó insoportable. Me dicen que voy a vivir, pero yo sé bien que no, y espero la muerte. Incluso le suplico que me lleve. La muerte es preferible al sufrimiento y la humillación. Si ya no queda nada de mi cuerpo, ¿por qué querrán hacerme vivir si yo deseo dejar de existir en cuerpo y alma?
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