Sintesis Del Pecado
mipe21 de Noviembre de 2012
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EL PECADO
Estudiante: Pedro Armando Acosta Arzamendia.
Profesor: Venancio Villalba Portillo
1 - La noción de pecado
El pecado se presenta como un abuso de la libertad humana, por la que el hombre se levanta contra Dios y pretende alcanzar su propio fin al margen de Dios. El pecado rebaja al hombre, impidiéndole su propia plenitud. (Cf. GS 13.) (Rom 1,21-25)
El Catecismo de la Iglesia Católica define el pecado en los siguientes términos:
“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como ‘una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” .
“El pecado es una ofensa a Dios: ‘Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí’ (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de El nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse como dioses, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así ‘amor de sí hasta el desprecio de Dios’ (S. Agustín, civ. 1,14, 28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf. Flp 2, 6-9)” .
Clemente de Alejandría, con una visión antropológica, define el pecado como aquello que va contra la recta razón.
Para San Agustín pecado es hacer, decir o desear algo contra la ley eterna de Dios (pecado como trasgresión de la ley eterna). El pecado no se sitúa en el ámbito de la extrañeza social del comportamiento, sino en su enfrentamiento con el fundamento ontológico del ser humano, con su intima verdad.
Desde una perspectiva más teológica, Agustín presenta el pecado como “la aversión, deliberadamente ejecutada, al bien inmutable y la conversión a los bienes mudables”.
San Agustín, al reflexionar sobre el sujeto del pecado, escribe:
“…no pecamos ya por el mal deseo, sino por nuestro consentimiento. De la voluntad procede tanto el pecado como la vida eterna. La mala voluntad ya es pecado por sí misma, aun cuando no se llegue a la acción, es decir, cuando alguien no puede ejecutarla. Es la voluntad libre la que peca, absolutizando lo relativo y relativizando lo absoluto.
Para Santo Tomás:
“El pecado es un acto humano malo. Un acto es humano en cuanto voluntario… Y es malo por carecer de la medida obligada, que siempre se toma en orden a una regla; separarse de ella es pecado. Pero la regla de la voluntad humana es doble: una próxima y homogénea, la razón, y otra lejana y primera, es decir, la ley eterna, que es como la razón del mismo Dios”: SANTO TOMÁS, Suma teológica, I-II, q. 71, a. 6.
2- Pecado como acto y pecado como actitud. Opción fundamental
Los “actos humanos”, en cuanto categoría moral fundamental, están en estrecha vinculación con el tema del pecado y de la opción fundamental (cf. VS. 65-83). Juan Pablo II, en la VS 78 manifiesta: El acto humano depende de su objeto, o sea si éste es o no es “ordenable” a Dios, a Aquel que “sólo es bueno”, y así realiza la perfección de la persona. Por tanto, el acto es bueno si su objeto es conforme con el bien de la persona en el respeto de los bienes moralmente relevantes para ella.
El acto es una acción concreta, cada acto malo en ese sentido es un pecado; pero hay que entender que no es lo mismo un acto humano que acto del hombre. Todas las acciones que realiza el hombre son actos humanos, pero no todas las acciones son conscientes, libres y voluntarias (acompañadas de una intensión), por lo que no llegan a ser actos morales.
Serán fundamentalmente el objeto y el fin lo que determinen la moralidad del acto humano. Las circunstancias pueden constituirse en un atenuante que limite la responsabilidad personal o un agravante de la misma (incluso puede determinar que sea mala una acción que, en sí misma, sea indiferente).
El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto elegido especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal, atestiguado por la conciencia .
La intención es un movimiento de la voluntad hacia un fin; mira al término del obrar. Apunta al bien esperado de la acción emprendida.
No se limita a la dirección de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin último. Por ejemplo, un servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar al prójimo, pero puede estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como fin último de todas nuestras acciones. Una misma acción puede, pues, estar inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para obtener un favor o para satisfacer la vanidad .
Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El fin no justifica los medios .
La reflexión moral posconciliar privilegia las categorías de “opción fundamental” a la de potencia, y de “actitud” frente a la de acto, todo ello en el contexto del paso de una moral racionalista, legalista y heterónoma, a otra más personalista que insiste en la “importancia de la intencionalidad y el discernimiento de los valores internalizados por el sujeto”, haciendo de los mismos, y no sólo de los actos, el criterio determinante para valorar el conjunto de la vida moral de la persona.
Las circunstancias, comprendidas en ellas las consecuencias, son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden de suyo modificar la calidad moral de los actos; no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala .
En el contexto de la reflexión moral posconciliar se privilegia las categorías de opción fundamental a la de potencia y de actitud frente a la de acto, todo ello en el contexto del paso de una moral racionalista, legalista y heterónoma (conocimiento racional objetivo; insistencia en el cumplimiento de la norma concreta) a otra más personalista. Los tres niveles son:
La opción fundamental viene configurada por el sentido último que la persona da a su existencia; es la que marca la orientación fundamental de todas sus actuaciones. (Es una opción, decisión que compromete a la persona en su totalidad. VS 69). (Compromete la libertad a nivel radical ante Dios. Se trata de la elección de la fe, de la obediencia de la fe (Rm.16, 26) por la que el hombre se entrega en entera y libremente a Dios, y le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad. (VS: 66)
La actitud es el conjunto de disposiciones adquiridas por el sujeto que le mueven a reaccionar de una determinada manera frente a una situación; es una postura permanente ante la vida. Hace referencia a diferentes ámbitos de la vida personal y es vivida a nivel consciente, suponiendo lo aprendido, las motivaciones, las metas y aspiraciones del sujeto.
El acto es la explicitación de la opción fundamental y de la actitud del sujeto en un momento puntual. El acto ético es aquel por el que la persona es dueña de esa actuación (realizado con conocimiento y libertad).
La opción fundamental se concreta en las actitudes vitales y se expresa por medio de las actuaciones (actos) concretas del sujeto. No se puede establecer un divorcio entre ninguna de estas dimensiones.
Distinción entre pecados graves y leves
Marciano Vidal, desde una perspectiva personalista, propone la siguiente categorización de las diversas formas de responsabilidad en la conciencia del cristiano:
Pecado como opción. La opción constituye la estructura fundamental de la vida moral; de ahí que el pecado-opción sea el pecado en su dimensión más profunda.
Pecado como actitud. Es una forma de pecado que se manifiesta en forma de “tendencia a...” en alguno de los sectores de la existencia cristiana. Es un pecado que podríamos llamar “sectorial”.
Pecado como acto. Es el pecado singularizado, que no comporta todo el compromiso de la persona pero que expresa la opción y las actitudes en la precariedad del “aquí y ahora” de la vida.
Marciano Vidal, con esta clasificación, intenta superar tanto las distinciones “mortal-venial” como “venial - grave”. En el trasfondo de estas distinciones se encuentra el intento de superar una moral de actos, dar mayor relevancia al papel de la opción fundamental, y ubicar la noción de pecado mortal más cerca de las categorías auténticamente evangélicas, frente a una concepción más juridicista. La exhortación apostólica Reconciliación y Penitencia, sin excluir esta posible interpretación, introduce algunas matizaciones a la misma.
“Durante la asamblea sinodal algunos Padres propusieron una triple distinción de los pecados, que podrían calificare de veniales, graves y mortales. Esta triple distinción podría poner de relieve el hecho de que existe una gradación en los pecados graves. Pero queda siempre firme el principio de que la distinción esencial
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