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TALLER DE EXPRESION. Pastas y recuerdos


Enviado por   •  6 de Septiembre de 2016  •  Tareas  •  755 Palabras (4 Páginas)  •  102 Visitas

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Grioli Camila, Guerrero María Belén, Giuliani Agostina, Otero Bárbara.

Comisión 10

Laura Di Marzo

Consigna: Escribir la escenificación de la entrevista.

Pastas y recuerdos

Hacía frío afuera ese día. Era julio y el invierno me estaba jugando una mala pasada. Una señora menuda y petisa de unos ochenta años de edad me invitó a pasar a su casa para que me calentara. Pero no era casualidad que estuviera allí. Me quedaba una larga entrevista por hacer. Apenas entré, en el living había olor a naranja que provenía de las cáscaras que estaban quemándose sobre el calefactor, pero un olor a tuco que llegaba con intensidad desde la cocina lo opacaba. Según Pilar, quien se hacía llamar Pocha, se había levantado muy temprano para hacer esa salsa. Propuse quedarnos en el living porque me pareció bastante acogedor y cálido, pero Pocha me invitó a pasar a la cocina porque así lo prefería ella.

 La cocina era bastante grande, con una alacena gigante a la derecha, la cual cargaba sobre ella una colección de mates de diferentes lugares, además de varias botellas de coca-cola de años anteriores. Una ventana en la pared del lado izquierdo estaba cubierta con un postigo blanco, viejo y gastado junto con una cortina floreada color naranja, la cual me pareció muy llamativa en contraste con la antigüedad de la ventanilla. Por encima de ésta, un marco bastante grueso portaba encima de él juguetes del siglo pasado. Los azulejos estaban llenos de figuritas que Pocha dejaba pegar a sus nietos cuando eran pequeños, y también de las calcomanías que venían pegadas en las bananas. Al lado de la heladera había un mueble con vidrios corredizos donde guardaba una colección de tazas que parecía bastante antigua. Arriba de éste me sorprendieron dos tarros gigantes de porcelana que decían, uno “yerba” y el otro “azúcar”; fue raro ver que todavía existe alguien que lo guarda en otra cosa que no sea el propio paquete, sobre todo por la yerba. El centro de la mesa, el cual era de vidrio y color verde, junto con unas servilletas de tela haciendo juego daban una sensación de armonía. No vi servilletas de papel; inclusive para limpiarme la boca después del café me dio una servilleta de tela muy bonita. Lo que no faltó en ningún momento fue la pava encima de la hornalla, aunque no tomamos mate. Pocha la sacaba del fuego cuando el agua hervía, pero al poco tiempo volvía la volvía a poner. Según ella, siempre tenía que tener el agua lista por si alguien llegaba a tomar un café. Algo parecido sucedía dentro de la sala: había cuatro sillas alrededor de la mesa ubicada en una esquina, pero una de ellas sobraba y solo estaba allí en caso de que alguien más se presentara.

Durante la entrevista, Pocha tenía un repasador en la mano y no dejaba de jugar con él. Cuando recordaba algo que le había molestado, lo usaba para golpear la mesa. Fue muy simpática y amable. Los ojos le brillaron todo el tiempo recordando su pasado en el hotel, y se opacaban cuando llegaba algún recuerdo triste. Mientras hablaba cocinaba unos sorrentinos caseros rellenos de 4 quesos; ¡estaban tan ricos! La masa se desasía en la boca al igual que el pollo y la carne del tuco (según ella tiene una receta secreta que no me quiso confiar). Interrumpió la entrevista para preguntarme donde quería comer, si en la cocina o en el living; al final ella eligió la segunda opción, así podríamos ver la televisión. Me mandó a buscar algo para tomar a la heladera y encontré más de 4 botellas de coca-cola cerradas; supuse que tampoco podían faltar. Mientras almorzábamos pensé que la entrevista ya había terminado pero no, tuve que volver a prender el grabador porque ella seguía recordando cosas. El living tenía un sillón bordó muy cómodo con unos almohadones gigantes y una mesa redonda de vidrio con un mantel blanco bordado a mano. A la hora de comer retiró ese mantel porque había sido un regalo y no quería mancharlo, menos con tuco. En frente a la mesa, un televisor y a su lado una caramelera que no cerraba de lo llena que estaba. El teléfono no era inalámbrico, por lo tanto, como no estaba en la cocina, Pocha cada vez que sonaba iba a contestarlo y volvía contando con quien había estado hablando. Pero, por suerte, ella sola se encargaba de retomar el tema de conversación y podíamos continuar con la entrevista fácilmente. ¡No había ni que hacerle preguntas!

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