Tesis De Grado
janyi27 de Mayo de 2013
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CAPÍTULO II
MARCO TEÓRICO
Dentro del proceso de elaboración de la investigación, una vez que se ha reducido el problema a términos precisos y explícitos; es decir, restringido y delimitado a unas dimensiones manejables, es necesario situar el marco de referencia teórica que orientará el estudio en todos sus aspectos.
Según Ramírez, T., (2006) el marco teórico se refiere a:
Toda la información necesaria que el investigador reúne y la cual le sirve de gran utilidad para realizar su proyecto. Su extensión es variable y debe partir de una revisión exhaustiva y selectiva de bibliografías existente. El marco teórico amplia la descripción del problema, integra la teoría con la investigación y sus relaciones entre sí por lo tanto conviene relacionar el marco teórico con el problema puesto que no debe existir un marco teórico que no guarde ninguna vinculación con el problema en estudio. (p.60)
ANTECEDENTES DE LA INVESTIGACIÓN
Arias, (2006) indica que: “los antecedentes de la investigación se refieren a los estudios previos y tesis de grado relacionadas con el problema planteado, es decir, investigaciones realizadas anteriormente y que guarden alguna vinculación con el problema de estudio”. (p.39)
Antecedentes Históricos de Enfermedades Obstrucción Pulmonar Crónica
Cuando nos preguntamos acerca de si nuestros antepasados en la Antigüedad padecieron bronconeumopatías obstructivas crónicas similares a
las que hoy por hoy afectan a millones de personas, nos resulta una cuestión muy difícil de responder. Si tenemos en cuenta los principales factores causales, el tabaco y la polución, responsables del aumento de la enfermedad en la segunda mitad de siglo XX, resulta bastante obvio que dichos factores no existían en esas épocas remotas. Sin embargo, si nos adentramos en la historia de la humanidad, encontramos datos de cómo en los pulmones de momias egipcias se han aislado partículas de carbón típicas de la antracosis, atribuidas a la inhalación del humo de las hogueras de leña en chozas primitivas con precaria ventilación. Otros individuos presentan lesiones silicóticas, probablemente secundarias a la inhalación permanente del polvo de arena durante los trabajos de construcción de los monumentos faraónicos, y quizás también por las frecuentes tormentas del desierto.
En los escritos de Hipócrates aparecen referencias sobre determinadas enfermedades respiratorias, por ejemplo, el término enfisema (de emphysao, soplar dentro) que se empleó inicialmente para designar la presencia de aire dentro de los tejidos. Sin embargo, en la literatura médica no se utiliza el término “bronquitis” hasta finales del siglo XVIII.
Al mismo tiempo que haremos un repaso en el tiempo del concepto de la EPOC, veremos como se ha ido avanzando en su tratamiento. De hecho, con Hipócrates se inicia la terapia inhalatoria mediante fumigaciones, como remedio a las distintas afecciones respiratorias. Se empleaba una vasija herméticamente cerrada y tapada en su parte superior por un lienzo, por el que se hacía pasar un tubo que conducía los vapores medicinales hasta la boca abierta del enfermo. Las inhalaciones balsámicas, con un sistema parecido, se practicaban ya en el antiguo Egipto.
El descubrimiento del Nuevo Mundo influiría sin duda alguna en el avance de la medicina. No deja de ser anecdótico hoy en día, observar como en el siglo XVI, a modo de legado de los indios de las Américas, se utilizaba el tabaco como fármaco expectorante en forma de jarabes y emplastos.
No es hasta el siglo XVII y en base a los estudios derivados de autopsias, cuando se conocen las entidades que actualmente denominamos con el término EPOC. Sin embargo, hay que esperar a finales del siglo XVIII, cuando Laennec, ilustre médico francés, establece la diferencia entre bronquitis y enfisema. Se describen también como síntomas típicos de éstos procesos pulmonares la tos, la expectoración y la disnea. Laénnec con todos estos hallazgos, había establecido las bases de la futura especialidad de neumología.
En 1789 Antoine L. Lavoisier descubre y da nombre al oxígeno y se llevan a cabo sus primeras aplicaciones terapéuticas. También introduce el término espirometría (medida del aliento o la respiración).
Posteriormente se desarrolló el método auscultatorio como base para el estudio y diagnóstico de éstas enfermedades. El estetoscopio antecesor del actual fonendoscopio, nació fruto del puritarismo de un joven médico parisino. H. T. Laénnec, y casi por azar. Cuenta la historia que le llamaron una mañana de 1816 para atender a una mujer con problemas respiratorios. La toma del pulso se revelaba insuficiente para realizar un diagnóstico, y Laénnec, de familia religiosa e ideas conservadoras, no se atrevía a auscultar a la paciente. Sin embargo, recordó haber visto a unos niños que jugaban poniendo el oído en el extremo de una viga para escuchar los sonidos que hacía un alfiler que se frotaba desde el otro extremo. Entonces, cogió una hoja de papel, la enrolló y la puso sobre el pecho de la paciente, escuchando claramente los ruidos respiratorios que le facilitaron el diagnóstico de la enfermedad.
El invento del espirómetro se atribuye a Jonh Hutchinson (1811-1861), aunque otros investigadores, antes y después de él, han contribuido al desarrollo de la espirometría.
En 1829, Schneider y Waltz desarrollaron y construyeron el primer aparato pulverizador capaz de generar una “lluvia menuda” o “niebla” de partículas en suspensión.
Sales-Giron, médico del balneario de Perrefonds les Bains, construyó en 1856 un pulverizador de líquidos de tamaño reducido, para la aplicación en domicilio de inhalaciones de infusiones balsámicas y antisépticas, una variante es la cámara de Siegle.
Pocas novedades se aportaron en el conocimiento de la EPOC en la primera mitad del siglo XX, de hecho el protagonismo fundamental lo acaparaba en esa época la tuberculosis; es por ello que los primeros neumólogos se denominaban tisiólogos (tuberculosis: tisis). Sin embargo, poco a poco la bronquitis se convertiría en la enfermedad más frecuente. Sólo unos pocos se percataron de que el tabaco, al que llamaron la “peste azul”, era una causa perjudicial para el aparato respiratorio y por tanto, de nefastas consecuencias para la salud en general.
La oxigenoterapia no se convirtió en medida terapéutica habitual hasta después de la Primera Guerra Mundial, tras los conocimientos adquiridos en los gaseados.
También a principios del siglo XX se avanzaba en el terreno terapéutico y se recomendaban curas en los balnearios y cambio de clima para evitar la aparición de los catarros. Se insistía en la dieta para evitar la obesidad que con frecuencia acompañaba a los pacientes que padecían bronquitis. Los fármacos expectorantes y balsámicos eran la pieza estrella en el tratamiento. P. Ehrlich, inició la aplicación del 606 o salvarsán (arsénico que salva), que fue preconizado como tratamiento de las agudizaciones infecciosas de las bronquitis crónicas. También el yodo se usaba como antimicrobiano. Simultáneamente, por esas fechas, asistimos al desarrollo de la fisioterapia, y se intentaba la curación o mejoría mediante la práctica de ejercicios musculares y masajes.
Concretamente, en 1901, Takamine y Aldrich aislaron la adrenalina de glándulas adrenales, y se usó por primera vez en el tratamiento del asma bronquial, mediante nebulización, en 1929. Con el avance de la industria, poco a poco la terapia inhalatoria fue adquiriendo mayor papel en el tratamiento de la bronconeumopatía crónica. Sin embargo, no es hasta el año 1956, con la comercialización del primer cartucho presurizado para la utilización de epinefrina e isoproterenol, cuando nace y comienza la verdadera expansión de la terapia inhalatoria.
En 1917, Chevalier Jackson contribuye, con el desarrollo de la broncografía, a uno de los mayores avances en el estudio de las enfermedades broncopulmonares. Este método permitía dibujar con total exactitud el árbol traqueobronquial. Hasta la aparición de la Tomografía Axial Computerizada (TAC) en los años 80 ninguna técnica pudo superar las ventajas de la broncografía.
La primera gran llamada de atención sobre la EPOC ocurrió en 1952, cuando una niebla de polución provocó una epidemia de muertes en Londres en el mes de diciembre. Este acontecimiento paralizó la ciudad y produjo unas 4.000 muertes en una semana por asfixia y asma bronquial, sobre todo en personas mayores con bronquitis crónica y cardiopatías. En esa época, se llegó a conocer a la bronquitis crónica como la “enfermedad inglesa”.
En 1955, Dornhorst señaló que podían diferenciarse perfectamente dos entidades dentro de la misma enfermedad que conducía a la insuficiencia respiratoria crónica: el enfisema y la bronquitis crónica. Al paciente con bronquitis crónica lo denominó “blue bloater” (abotargado azul), y sus características eran la cianosis, obnubilación, hematocrito superior al 60%, edemas e hipertrofia cardiaca. Y al paciente con enfisema, caracterizado por pérdida de peso, disnea progresiva, hematocrito menor de 55, le llamó “pink puffer” (o soplador rosado).
Es a mediados del siglo XX, cuando el papel del tabaquismo en el desarrollo de estas enfermedades cobra progresivamente un mayor protagonismo, y ya la relación entre tabaco y EPOC se estableció definitivamente en la década de los sesenta. La primera máquina de fabricar cigarrillos se construyó en 1965, y la moda del cigarrillo se expandió en el período entreguerras.
Laurell y Eriksson, en 1963, describieron
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