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The backup plan (2005)

lizzyylaraTesis5 de Marzo de 2014

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Entre dos hermanos

Sherry Woods

1º Charleston

Entre dos hermanos (2006)

Título Original: The backup plan (2005)

Serie: 1º Charleston

Editorial: Harlequin Ibérica

Sello / Colección: Mira 161

Género: Contemporáneo

Protagonistas: Cordell "Cord" Beaufort y Dinah Davis

Argumento:

Después de siete años como corresponsal en el extranjero, la periodista Dinah Davis decidió volver a casa y volver a intentarlo con el hombre serio y formal que, hacía ya algún tiempo, le había prometido amor eterno. Pero en lugar de encontrar la seguridad que buscaba, acabó en los brazos de la oveja negra de la familia, el hermano de su ex. Cordell Beaufort creía que Dinah era una mujer difícil, pero cuando la recién llegada bajó la guardia y se dejó conocer, Cord empezó a preguntarse si no la habría juzgado injustamente. Quizá fuera por eso por lo que le resultaba tan difícil imaginarla ante el altar con su hermano…

Cord era el último hombre que Dinah elegiría.

Capítulo 1

Su productor estaba tratando de ignorar las malas noticias. Dinah se lo notaba en los ojos y en la voz. Después de una década trabajando en el periodismo televisivo con prácticamente el mismo equipo, ella había aprendido a interpretar los gestos de cada uno de ellos.

Ray Mitchell era un fantástico productor, pero no solía ser muy sutil en su modo de comunicarse. Más bien, ladraba las órdenes que le daba al equipo. Pertenecía a otra era, a la de los periodistas siempre acompañados por el alcohol y el humo de los puros, a la de los corresponsales de guerra que habían dado una nueva perspectiva a las noticias de los campos de batalla a través de hábiles directos. Ver cómo Ray trataba de ocultar tímidamente lo que tuviera en mente resultaba doloroso.

—¿Qué es lo que te estás esforzando tanto por no decirme? —le preguntó ella por fin—. ¿Tiene algo de malo el reportaje que te acabo de entregar? Creo que fue una entrevista genial.

Al escuchar aquellas palabras, Ray pareció aún más incómodo.

—Para otra persona, tal vez —dijo, con la familiar brusquedad que Dinah siempre había respetado—, pero no para ti.

En cierto modo, Dinah había estado esperando aquel comentario, pero, a pesar de todo, lo miró muy sorprendida. No estaba acostumbrada a recibir ningún tipo de crítica por su trabajo, ni siquiera las más amables. Durante sus muchos años de trabajo, sólo había recibido alabanzas de sus compañeros y sus jefes.

—¿Qué estás tratando de decirme, Ray? Escúpelo.

Hacía mucho calor en la improvisada redacción, pero Dinah sabía que aquélla no era la razón de que Ray necesitara secarse el sudor del rostro con un pañuelo. Estaba tan nervioso que resultaba patético.

—Muy bien —dijo por fin—. Quieres saber la verdad, pues aquí está. Has perdido fuerza, Dinah. Es comprensible, dado que te ocurrió tan sólo hace unos pocos meses, pero…

Dinah se desconectó de lo que le estaba diciendo su compañero. Nadie mencionaba lo ocurrido delante de ella. No poder hablar de lo ocurrido siempre le había resultado muy difícil a Dinah. Cuando hablaba de aquella trágica pesadilla, los ojos de los presentes se llenaban de pena. Entonces, comenzaban a murmurar palabras tranquilizadoras y, por último, impedían que se siguiera hablando del tema.

En parte, eso se debía a que, durante semanas después de lo ocurrido, Dinah había escuchado con los ojos secos los comentarios compasivos de la gente o había realizado la clase de comentarios cáusticos que todos los reporteros realizan para mantener a raya sus miedos y penas. Al ver su actitud, todos habían tomado nota de ella y habían dejado de hablar de ello. En aquellos momentos, cuando Dinah por fin se sentía con ganas de hablar, la compasión de los demás se había esfumado, como si no quisieran que se les recordara que sólo por la gracia de Dios no habían sido ellos los que estaban en aquella mortal cuneta. Ya no quería enfrentarse a su propia mortalidad ni considerar los riesgos inherentes a aquel destino infernal.

Los corresponsales de guerra eran una clase de periodistas muy especial. El índice de reporteros que se quemaban en aquel campo era muy alto para los que favorecían la ambición por encima de la supervivencia.

—En Nueva York están haciendo preguntas — continuó Ray.

Aquel comentario captó la atención de Dinah.

—¿Qué clase de preguntas?

—Quieren saber si deberías tomarte un descanso, ya sabes, hasta que hayas tenido tiempo de superar lo ocurrido. De todos modos, te mereces unas vacaciones. Nadie se acuerda de la última vez que te las tomaste.

Dinah sintió que el alma se le caía a los pies. Lo último que necesitaba en aquellos momentos eran unas vacaciones. El trabajo la definía, la motivaba para levantarse por las mañanas. El hecho de haber entregado una entrevista algo floja después de años realizando reportajes merecedores de premio y de ganarse el respeto de todos, no se merecía aquel trato.

—No necesito vacaciones —replicó—, sino seguir trabajando.

—¿Qué te parece entonces cambiar de destino? — Sugirió Ray—. Irte a la redacción de Londres durante un tiempo. O a París o incluso a Miami. Eso sí que estaría bien. Sol, palmeras, playa…

Aquella imagen no impresionaba a Dinah. En los días después de lo que ella aún recordaba como el «incidente», había considerado dejarlo todo. Sin embargo, entonces había comprendido que aquél era el único trabajo que deseaba hacer. Si le resultaba más duro, si la asustaba, estaba dispuesta a superarlo día a día. Consideraba sus acciones diarias como un tributo personal a la valentía de todos los corresponsales de guerra que habían muerto mientras realizaban su trabajo.

—Venga ya, Ray. Yo estaría desperdiciada en Londres o en París. En cuanto a lo de Miami, olvídate. Soy corresponsal de guerra y realizo mi trabajo mucho mejor que el noventa por ciento del resto de los reporteros.

—Hasta hace muy poco, eras la mejor —comentó él, mirándola con preocupación.

—Y volveré a serlo. Sólo necesito un poco de tiempo para…

¿Para qué? ¿Para ajustarse? Imposible. ¿Para seguir adelante? Tal vez. Aquello era lo único que deseaba. Poder ir superando el día a día.

—¿No sería mejor que te tomaras ese tiempo en otra parte? —insistió él—. Te lo mereces, Dinah. Se te debía un descanso mucho antes de que todo esto ocurriera. Ya hablamos de ello, ¿te acuerdas? Yo creía que estabas pensando regresar a casa para ver a los tuyos. ¿Por qué no lo haces ahora? La gente se turna para trabajar aquí porque nadie puede vivir así sin perder un tornillo. Tú no eres una Superman. ¿Por qué ibas tú a ser diferente? Yo siempre hubiera creído que deseabas la oportunidad de ir a ver a tu familia, de hacer algo normal durante un tiempo. ¿No estabas deseando hacerlo?

Así había sido, pero ya no. Las cosas habían cambiado demasiado drásticamente. Dinah necesitaba trabajar si quería permanecer cuerda y retener su autoestima. No creía que quisiera volver a casa hasta que todo el mundo se hubiera olvidado de lo que hubieran oído sobre ella. Aún no quería enfrentarse a todas las preguntas que la esperaban en casa.

—¡Ahora no, maldita sea! —le espetó, con más brusquedad de la que hubiera deseado en un principio—. ¡Olvídalo, Ray! No pienso ir a ninguna parte.

La alarma se reflejó en los ojos de Ray.

—De esto precisamente es de lo que te estoy hablando. Nunca tratabas así a la gente, por muy tensas que se pusieran las cosas. Has dejado de ser tú, Dinah y eso me preocupa. No quiero que te pongas así en directo uno de estos días.

Dinah lo miró fijamente. De repente, lo había comprendido todo.

—Por eso he hecho tan pocas conexiones en directo últimamente, ¿verdad? Tienes miedo de que vaya a perder el control.

—Prefiero no correr el riesgo —admitió él con cierta incomodidad—. Por tu bien, no por el de la cadena. Me importa un comino lo que piensen.

Dinah sospechaba que era cierto. Ray siempre había defendido a su equipo con uñas y dientes y trataba a todos sus componentes como si fueran hijos suyos. Como tenía fe en los motivos de Ray, Dinah se obligó a tranquilizarse antes de responder.

—Te preocupas demasiado por mí —dijo—. Estoy bien. Si eso cambia, si creo que ya no puedo seguir realizando mi trabajo, te juro que serás el primero en saberlo, Ray.

—Tú jamás has conocido tus límites porque jamás te los has tenido que poner. Hacías lo que hiciera falta hacer.

—Y aún lo hago —repuso Dinah, segura de que eso al menos era verdad. Simplemente le costaba más—. Vamos, Ray, dame tiempo.

—De eso se trata precisamente. Te he estado dando demasiado tiempo.

Las palabras de Ray la dejaron muy asombrada. Se sintió humillada.

—¿De qué estás hablando? ¿Estás diciendo que no estoy haciendo mi trabajo?

Ray la miró con incomodidad.

—Muy bien. Te voy a decir la pura y cruda verdad. Y escúchame, porque necesitas oír lo que tengo que decirte. Se nos han pasado algunas historias, Dinah, cosas sobre las que jamás deberíamos haber dejado de informar. Los peces gordos lo han estado pasando por alto por las circunstancias, pero se están poniendo algo impacientes. Llevan así varios meses ya. No voy a poder seguir conteniéndolos mucho tiempo más. La decisión de si te quedas o te vas podría dejar de ser mía… o tuya.

En silencio, Dinah tuvo que admitir que lo que Ray había

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