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Una Didactica Critica

mar_len5 de Agosto de 2011

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UNA DIDÁCTICA CRÍTICA PARA EL CURRÍCULO SOCIOCRÍTICO EN UN MUNDO PARCIALMENTE GLOBALIZADO.

Martín Rodríguez Rojo.

Seminario sobre Educación de Personas Adultas. Cullera. (Valencia).

Julio, 2005.

Me referiré primero a la globalización, característica de nuestro mundo. En segundo lugar, al currículo sociocrítico como respuesta a la situación actual y en tercer lugar, a la Didáctica como método crítico de trabajo o herramienta para adecuarse al currículo y al mundo parcialmente globalizado. De esta manera invertimos el orden de ideas que se apuntan en el título. Primero lo tercero por ser fin, y en último puesto lo primero y lo segundo por ser medios.

1. UN MUNDO PARCIALMENTE GLOBALIZADO.

Desde siempre se ha dicho que la educación debe de tener en cuenta los problemas de la sociedad. La sociedad del momento histórico, coetáneo de la educación. No vale decir que el sistema educativo y sus leyes de educación se acomodan o intentan responder a los problemas ya pasados. No. La educación, su ordenamiento, sus centros escolares, su planteamiento curricular deben dar respuesta a las cuestiones planteadas al y por el colectivo que vive cuando la educación se ejercita y se propone como valor insoslayable.

Eso quiere decir que si deseamos que nuestro sistema educativo formal y no formal sirva y responda a la sociedad del siglo XXI, debemos conocer cuáles son los problemas del siglo XXI, en qué se distingue la época actual de otras épocas, cuáles son los problemas prioritarios por fundamentales y por dónde debemos empezar, hoy.

Pues bien, los economistas, sociólogos, filósofos y científicos en general caracterizan al presente tiempo como un tiempo global. En principio yo estoy de acuerdo. Pero también creo que ningún personaje por muy personaje que sea acierta en todo y pienso que cualquier afirmación debe de ser repensada por aquel que la recibe. Esta actitud crítica me obliga a pensar si eso de la globalidad es verdad, es un error o es una frase que tiene algo de verdad y algo de error. Para poder encarar este cometido, se necesita primero aquilatar de qué hablamos cuando hablamos de globalización.

Nelson Mandela la compara con un pulóver. Así como es necesario reconocer la necesidad de esta pieza para defenderse del frío en pleno invierno, así la humanidad de hoy necesita reconocer que la globalización es una realidad extendida por el planeta.

Fidel Castro, en Ginebra, reconoció que "Gritar !abajo la globalización! equivale a gritar ¡abajo la ley de la gravedad!”.

George Soros (1998, 21) dice que: “A tenor del decisivo papel que el capital financiero internacional desempeña en las fortunas de los distintos países, no está fuera de lugar hablar de un sistema capitalista global”.

Dani Rodrik (1997) señala que el debate sobre la globalización se ha convertido en el “gran debate internacional” y añade también un juicio de valor: a medida que estas discusiones se desarrollan, el problema “se hace más confuso, más parecido en ocasiones a un diálogo de sordos que a una discusión racional”.

La globalización está de moda. Pero el reconocimiento de su importancia no confiere al tema claridad conceptual.

El FMI o Fondo Mundial de Inversiones (1997) lo definió en los siguientes términos:

“La globalización es... la interdependencia económica creciente del conjunto de los países del mundo, provocada por el aumento del volumen y de la variedad de las transacciones trasfronterizas de bienes y servicios, así como de los flujos internacionales de capitales, al mismo tiempo que la difusión acelerada y generalizada de la tecnología”.

Vigil, J. M. (1996) entiende por globalización la “captación de mercados, concentración de la producción, del mercado, del capital... y por tanto, quiebra de las empresas pequeñas, desempleo, marginación de masas enormes que quedan excluidas del sistema”.

J. Estefanía (1996), Ramonet (1998) y A. Touraine (1996, 14) describen a la globalización como un fenómeno injusto, al menos en su forma de ser ejecutado. Dice el último autor citado “proceso nefasto mediante el cual los pueblos han cedido el poder sobre sus economías y sus sociedades a las fuerzas globales y antidemocráticas, tales como los mercados, las agencias de calificación de deuda, etc.”

La globalización se limita a la expansión de los mercados o, mejor, al “fundamentalismo del mercado” en palabras de G. Soros (1998, 22). Un fundamentalismo que ha entregado las riendas del poder al capital financiero y ha metido a los PVD (países en vías de desarrollo) en el negro túnel de la deuda externa.

La globalización del mundo es un fruto de las nuevas tecnologías, de la informática, capaz de traspasar los muros de la distancia en segundos, capaz de dar la vuelta al globo, comunicando a unas culturas con otras y a instituciones de diverso enfoque, al yo con el otro y con lo otro.

Como se ve, existe confusión en el concepto de globalización. Tantos testimonios o no atacan a la esencia de lo definible o se quedan con un aspecto parcial. Describen al elefante según la parte del cuerpo que toquen con sus dedos. No cuesta admitir que la globalización es un fenómeno que existe, que es importante, que navega por los océanos del mundo. Pero no se aquilata de qué globalización se trata. Muchos de los autores anteriormente citados cuando hablan de globalización, se refieren a ella adjuntándole el calificativo de liberal, neoliberal, capitalista.

Quiero entender por mi cuenta y riesgo que globalización viene de globo. En nuestro caso ese globo es el globo terráqueo. Globalización, pues, hace referencia a algo que se extiende por todo el planeta, que abarca a la esfera terrestre, que se difumina por sus entretelas. Que unifica, que se asemeja a la grandeza de la Tierra, que es global, total, que opera en conjunto con otros. Todos cabríamos en ese fenómeno, sea cual sea su naturaleza: económica, cultural, política, social, religiosa, jurídica, etc. Todos nos sentiríamos a gusto con algo que por ser global pertenece a todos. Globalizar sería la acción dirigida a globalizar la vida, el mundo. El trabajo de las personas que se empeñan en redondear la Tierra, en construirla sin aristas, en suavizar sus formas para que nadie se sintiera herido por los salientes o extremidades que dieran origen a escaparse del conjunto, a extralimitarse por los excesos de su comportamiento insolidario.

Esta globalización, a la cual yo en otras ocasiones (Rodríguez Rojo, M., 2002) la he denominado “mundialización” es la que no existe. Aún no se ha conseguido que los habitantes de este globo terráqueo se encuentren englobados en su seno y se sientan felices de pertenecer a él. Aún no somos globales. Cada uno nos guardamos lo nuestro y hacemos rancho aparte. Más que totales somos parciales. Más que integrales, somos fragmentos. Más que integrados, somos separatistas. Más que unificados, disgregados. Más que solidarios, individualistas. Por lo tanto, es mentira que se dé la globalización. Ojalá. La globalización a secas está por llegar. La mundialización es un sueño, un proyecto en todo caso. Pero no una realidad.

¿De qué se habla, entonces, cuando se dice que nuestra tiempo, nuestra humanidad es global? ¿A qué se refieren los economistas y los sociólogos cuando hablan de globalización? En mi opinión, a “una” globalización, pero no a “la” globalización. En ausencia de la sustantivación de lo global, se admite, no sé si como estrategia o cómo insolencia, adjetivar a la globalización. Soros, Touraine, Estefanía, Ramonet se refieren al apellido, más que al nombre. Hacen más hincapié en definir lo liberal de la globalización que la propia globalización. Y no tienen más remedio que hablar de la globalización liberal, neoliberal, capitalista, internacional, occidental, colonizadora, desterritorializada. En definitiva, se oculta el rostro de la verdad global y las definiciones se circunscriben a no definir, sino a dejar el campo al intemperie, abierto a nuevas búsquedas. Porque decir globalización neoliberal es herir la sustancia de la globalización y acudir a una grieta por donde se desangra la universalidad del concepto de lo global. El adjetivo se ha adueñado del sustantivo. Lo accidental se ha erguido sobre la troncalidad y el árbol en su integridad ha sucumbido ante la hojarasca de una sola de las ramas. La economía se ha sublevado, infiriendo un golpe de Estado a la república institucional de los valores universales. El resultado, un economicismo rebelde que se niega a la aceptación de normativa alguna, o, mejor, sólo obedece a una norma, la regla que impone una clase, el ejército de intereses particulares. Se olvida el conjunto, la colectividad, el grupo, el reino de la letras y del sentido común.

Repetidamente se han esbozado a lo largo de la historia, imaginarios sociales que han dibujado un “mundo en paz” (Kant), “una aldea planetaria” (McLuhan), “un país mundial”, “una ciudad universal” (E. Faure), “un hogar feliz”, una “casa común” (Gorvachov), una globalización del todo, de la comunidad y de sus miembros en el grupo (L. Boff). ¿Camina la globalización por estos derroteros? – No. Se lo impiden las partes, los grupúsculos, las familias poderosas, las tribus transnacionales que sólo globalizan las finanzas, los capitales; pero no a la virtud de la justicia, ni a las personas.

Para constatar hasta dónde ha degenerado el verdadero concepto de globalización y hasta dónde hunde sus raíces la adjetivación de la misma, bueno será aludir a los rasgos más sobresalientes

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