Arcángel. Hotel “Queen Andromeda”
auustin0723Reseña8 de Septiembre de 2014
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Arcángel
Hotel “Queen Andromeda”
Atenas, Grecia
Aquella noche había una fiesta en el hotel, la zona de la piscina había sido invadida
por hordas de turistas de diversos países, casi todos hombres solteros que buscaban
compañía para aquella noche o para toda la vida, pues la fiesta organizada por los
directivos del hotel era precisamente para individuos de este tipo, en la entrada del hotel
un gran cartel anunciaba el evento, ni siquiera era imprescindible estar hospedado allí.
Sobre las seis de la tarde, el bar del hotel continuaba estando casi vacío, tanto que
resultaba atractivo y acogedor, era el ambiente ideal para desconectar tomándose una
copa o conocer a alguien que no formara parte de aquel rebaño de solteros con pegatinas
con su nombre escrito pegadas en sus trajes que rompió la tranquilidad del bar cuando el
reloj dio las siete.
En la barra tan solo había una mujer, sin contar a la camarera, más joven que ella, la
extranjera le había pedido una cerveza cualquiera, su pelo rojizo caía por su espalda,
sobre una camiseta de tirantes blanca y unos pantalones cortos tipo explorador, botas de
montaña y gafas de sol sobre su cabeza. Hacía poco menos de quince minutos que había
tenido una conversación cuando el bar todavía no había sido invadido y la camarera la
había observado mirando un mapa de la ciudad sobre la barra.
--¿De dónde es usted?—le preguntó en griego.
La mujer levantó despacio la vista.
--De España—dijo también en un griego fluido.
--Yo tuve un novio de allí—comentó la chica.
Se acercó a ella.
--¿Está buscando algo?
--¿Qué lugares me recomienda para visitar?—le preguntó la mujer—Creo que ya lo
he visto todo en esta ciudad.
--¿Ha estado ya en la acrópolis?—le preguntó la camarera.
--Por supuesto—respondió la mujer.
Observó la placa con su nombre en la camisa, un detalle que hasta ese momento
había pasado desapercibido para ella, y leyó el nombre de la camarera, Agatha.
--Si quiere hacer turismo—continuó la joven—Puede ir a los barrios de Plaka o
Monatiraki, pero si quiere ir de comprar y divertirse le recomiendo Gazi, allí conocí a
mi primer novio.
--Gracias, Agatha.
--De nada, eheee, señora…
--Llámame Alejandra.
En ese momento aparecieron los solteros, Alejandra intercambió una mirada
cómplice con la camarera, varios hombres se fijaron en ella y desearon que también
hubiera venido a aquella función de la que esperaban salir acompañados o quizás subir a
un cuarto del hotel del brazo de una mujer.
Alejandra pagó con un billete de diez justicias griegas a Agatha, lo cual supuso una
suculenta propina para ella y se despidió con un “suerte” cómplice, sin duda la mujer
iba a tener una noche movida.
Salió del bar y cruzó por el hall esquivando solteros de ambos sexos y todas las
edades, casi había puesto un pié sobre las escaleras cuando pareció recordar algo y se
volvió hacia el mostrador de recepción.
El tipo de dirección era un hombre alto y con una finísima perilla negra, apuesto y
distinguido, podría resultar atractivo para algunas clientas del hotel, sin duda un
reclamo para el hospedaje.
Había derrochado simpatía con Alejandra desde un primer momento, quizás
demasiada, algo que le hizo sospechar a la mujer que aquel tipo deseaba algo más que
una relación cliente y hotelero con ella.
--¿En qué puedo ayudarla? --le preguntó al verla con una sonrisa que cruzaba su
cara.
--Me gustaría cenar en mi habitación—dijo Alejandra--¿Podría subirme algo de
comer?
--¿No prefiere cenar en el comedor?—le preguntó el tipo.
Alejandra miró a su alrededor haciendo que el hombre adivinara, por la expresión de
su cara, su negativa.
--Creo que no—dijo ella.
--Bien—sonrió de nuevo el tipo—Tenemos una moussaka deliciosa.
--De acuerdo—contestó Alejandra—Con un poco de vino tinto, pero que no sea un
vino malo.
--¿Y de postre?—y no esperó la respuesta de la mujer—Tenemos un estupendo
kataifi, típico de la tierra, le gustará.
--De acuerdo entonces.
--Muy bien, señora Sandoval—dijo el hombre—Si quiere algo más no tiene más que
llamarme, o si quiere que suba a que reponga sus toallas yo mismo lo haré…
--Estaré bien—le interrumpió Alejandra, que temía escuchar algo que no querría oír.
Subió las escaleras sin saber si molestarse por la palabra señora, su habitación estaba
en el primer piso, con una cama, televisión y baño, muy limpia y acogedora, cuando
llegó al pasillo escuchó el sonido de una puerta abriéndose y vio como una niña salía
casi corriendo tras ella.
La vio pasar por su lado, con un vestido de flores y una diadema en el cuello, supuso
que no tendría más de cinco años.
--Buenos días—vio que le decía.
--Muy buenos días—le sonrió Alejandra, y la niña le devolvió al sonrisa.
Llegó a la puerta de su habitación y abrió.
No tardaron en traerle la cena, y fue el mismo recepcionista que lo hizo, tras
despedirse de ella salió y Alejandra cenó mientras observaba las noticias en el televisor
de su dormitorio, no había nada que le interesara y miró si mucho afán un debate donde
discutían la asignación de Mario Fabricio, antiguo presidente del mundo y actual
presidente de España, de los presidentes de cada país, y si había sido la más acertada,
barajaban posibilidades como si fueran tahúres de turno, Victoria Bombal parecía una
mujer algo violenta y temperamental para ser presidenta de Chile e Himiko Murasaki
tenía fama de promiscua.
Cuando había terminado de cenar apagó el televisor y se desnudó por completo, fue
al baño y llenó la bañera hasta arriba, mientras el grifo hacía su trabajo se miró en el
espejo, como si repasara las cicatrices de su cuerpo, eran el recuerdo grabado a fuego de
una vida que ya había dejado atrás, muchas de ellas fruto de la tortura que sufrió por
haber amado a alguien incondicionalmente, a pesar de que estaba prohibido.
Pero ella nunca miraba hacia atrás, o casi nunca solía a hacerlo, después de todo
aquella vida ya no volvería.
¿O quizás si?
Avivó la espuma con sales minerales y jabón y se metió en la bañera y dejó la mente
en blanco, por la pequeña ventana podía escucharse la fiesta en la piscina, atestada de
solteros y solteras en busca de posiblemente una última oportunidad para dejar de
estarlo. Pero no le molestaba el ruido.
Después de casi una hora salió de la bañera más relajada que nunca y se puso un
albornoz blanco con el sello del hotel.
Las voces hicieron que girase la cabeza extrañada, venían por el pasillo hacia ella, al
principio pensó que se trataba de un borracho que había conseguido a una mujer y
habían pedido una habitación para pasar la noche, pero, además de que una de las voces
le era curiosamente familiar, esta pedía ayuda a gritos.
--¡Socorro!—escuchó la voz de Agatha, la camarera--¡Que alguien me ayude!
Corrió hacia la puerta y la abrió de par en par, saliendo al pasillo.
Primero vio a la niña de antes, que corría hacia su dirección, tras ella, la camarera de
abajo hacía lo mismo, un hombre vestido con traje negro apareció tras ella, no corría,
caminaba sin prisa, como si supiera que al final las alcanzaría, y en parte así era.
El sonido de la puerta del ascensor, entre Alejandra y las mujeres, dejó paso a otro
tipo vestido con traje, la puerta de enfrente de Alejandra se abrió y un tipo gordo, con
gafas y vestido con pijama, se asomó también curioso por el ruido.
La niña de cinco años consiguió esquivar al tipo del ascensor, gracias en parte a su
tamaño y algo de agilidad, la camarera sintió un golpe de pánico y se detuvo,
posiblemente paralizada al verse rodeada por los dos hombres, su perseguidor la agarró
con fuerza por detrás y la joven intentó forcejear, en ese momento Alejandra supo que
estaba en problemas. Problemas muy serios.
--¡Agatha!—la llamó
Todo ocurrió como un baile perfectamente sincronizado, un baile de muerte, el tipo
que tenía a Agatha agarró la cabeza de la mujer y, con un movimiento brusco, partió el
cuello de la muchacha, apagando su grito como si se apagara de repente una canción, el
otro individuo se volvió hacia la niña con su mano dentro de su chaqueta.
La niña se detuvo ante la puerta de donde Alejandra la había visto salir pero no pudo
abrirla, el tipo sacó su arma, un arma grande y brillante, y disparó dos veces, ambas
balas dieron de lleno en la niña, que cayó muerta al suelo.
Alejandra se tapó la boca para no gritar, su vecino de enfrente observaba la escena
paralizado, sin saber qué hacer.
--¡Métase dentro!—le gritó Alejandra.
El disparo hizo que las gafas del hombre se rompieran, perfectamente partidas por la
montura, la bala atravesó la cabeza y dio en el marco de la puerta dejando un abanico de
sangre
...