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Arcángel. Hotel “Queen Andromeda”


Enviado por   •  8 de Septiembre de 2014  •  Reseñas  •  4.400 Palabras (18 Páginas)  •  256 Visitas

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Arcángel

Hotel “Queen Andromeda”

Atenas, Grecia

Aquella noche había una fiesta en el hotel, la zona de la piscina había sido invadida

por hordas de turistas de diversos países, casi todos hombres solteros que buscaban

compañía para aquella noche o para toda la vida, pues la fiesta organizada por los

directivos del hotel era precisamente para individuos de este tipo, en la entrada del hotel

un gran cartel anunciaba el evento, ni siquiera era imprescindible estar hospedado allí.

Sobre las seis de la tarde, el bar del hotel continuaba estando casi vacío, tanto que

resultaba atractivo y acogedor, era el ambiente ideal para desconectar tomándose una

copa o conocer a alguien que no formara parte de aquel rebaño de solteros con pegatinas

con su nombre escrito pegadas en sus trajes que rompió la tranquilidad del bar cuando el

reloj dio las siete.

En la barra tan solo había una mujer, sin contar a la camarera, más joven que ella, la

extranjera le había pedido una cerveza cualquiera, su pelo rojizo caía por su espalda,

sobre una camiseta de tirantes blanca y unos pantalones cortos tipo explorador, botas de

montaña y gafas de sol sobre su cabeza. Hacía poco menos de quince minutos que había

tenido una conversación cuando el bar todavía no había sido invadido y la camarera la

había observado mirando un mapa de la ciudad sobre la barra.

--¿De dónde es usted?—le preguntó en griego.

La mujer levantó despacio la vista.

--De España—dijo también en un griego fluido.

--Yo tuve un novio de allí—comentó la chica.

Se acercó a ella.

--¿Está buscando algo?

--¿Qué lugares me recomienda para visitar?—le preguntó la mujer—Creo que ya lo

he visto todo en esta ciudad.

--¿Ha estado ya en la acrópolis?—le preguntó la camarera.

--Por supuesto—respondió la mujer.

Observó la placa con su nombre en la camisa, un detalle que hasta ese momento

había pasado desapercibido para ella, y leyó el nombre de la camarera, Agatha.

--Si quiere hacer turismo—continuó la joven—Puede ir a los barrios de Plaka o

Monatiraki, pero si quiere ir de comprar y divertirse le recomiendo Gazi, allí conocí a

mi primer novio.

--Gracias, Agatha.

--De nada, eheee, señora…

--Llámame Alejandra.

En ese momento aparecieron los solteros, Alejandra intercambió una mirada

cómplice con la camarera, varios hombres se fijaron en ella y desearon que también

hubiera venido a aquella función de la que esperaban salir acompañados o quizás subir a

un cuarto del hotel del brazo de una mujer.

Alejandra pagó con un billete de diez justicias griegas a Agatha, lo cual supuso una

suculenta propina para ella y se despidió con un “suerte” cómplice, sin duda la mujer

iba a tener una noche movida.

Salió del bar y cruzó por el hall esquivando solteros de ambos sexos y todas las

edades, casi había puesto un pié sobre las escaleras cuando pareció recordar algo y se

volvió hacia el mostrador de recepción.

El tipo de dirección era un hombre alto y con una finísima perilla negra, apuesto y

distinguido, podría resultar atractivo para algunas clientas del hotel, sin duda un

reclamo para el hospedaje.

Había derrochado simpatía con Alejandra desde un primer momento, quizás

demasiada, algo que le hizo sospechar a la mujer que aquel tipo deseaba algo más que

una relación cliente y hotelero con ella.

--¿En qué puedo ayudarla? --le preguntó al verla con una sonrisa que cruzaba su

cara.

--Me gustaría cenar en mi habitación—dijo Alejandra--¿Podría subirme algo de

comer?

--¿No prefiere cenar en el comedor?—le preguntó el tipo.

Alejandra miró a su alrededor haciendo que el hombre adivinara, por la expresión de

su cara, su negativa.

--Creo que no—dijo ella.

--Bien—sonrió de nuevo el tipo—Tenemos una moussaka deliciosa.

--De acuerdo—contestó Alejandra—Con un poco de vino tinto, pero que no sea un

vino malo.

--¿Y de postre?—y no esperó la respuesta de la mujer—Tenemos un estupendo

kataifi, típico de la tierra, le gustará.

--De acuerdo entonces.

--Muy bien, señora Sandoval—dijo el hombre—Si quiere algo más no tiene más que

llamarme, o si quiere que suba a que reponga sus toallas yo mismo lo haré…

--Estaré bien—le interrumpió Alejandra, que temía escuchar algo que no querría oír.

Subió las escaleras sin saber si molestarse por la palabra señora, su habitación

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