Epilogo Dora
vasty7 de Febrero de 2013
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EPÍLOGO
AUNQUE anticipé que este trabajo integraba un fragmento de análisis, algunos lo hallarán incompleto. En verdad, faltan resultados del análisis. Unos, porque al tiempo de la cesación del tratamiento no aparecía garantizada su exactitud. Otros, porque hubieran precisado ser continuados hasta una conclusión de carácter general. En algunas ocasiones he indicado la continuación probable de ciertas soluciones. Por otro lado, he omitido también toda referencia a la técnica mediante la cual extraemos el contenido de ideas inconscientes integrado en la masa total de asociaciones espontáneas de los enfermos, omisión que trae consigo el inconveniente de impedir al lector apreciar la corrección de mis procedimientos en este proceso expositivo. Pero juzgaba totalmente irrealizable tratar simultáneamente de la técnica de un análisis y de la estructura interna de un caso de histeria. Ni yo hubiera podido desarrollar con claridad suficiente una tal exposición ni el lector hubiera podido orientarse en ella. La técnica requiere una exposición por separado, ilustrada con numerosos ejemplos tomados de los casos más diversos e independiente del resultado final de cada uno. Tampoco he intentado justificar ni fundamentar las premisas psicológicas que se traslucen en mis descripciones de fenómenos psíquicos. Una fundamentación incompleta y superficial no sería de utilidad alguna y la tentativa de desarrollarla con la debida minuciosidad constituiría por sí sola una extensa labor. Puedo tan sólo asegurar, que al emprender el estudio le los fenómenos que nos revela la observación de los psiconeuróticos no me hallaba influído por ningún sistema psicológico y que he ido formando y modificando mis opiniones hasta que me parecieron adaptarse perfectamente a lo observado. No tengo a orgullo haber evitado la especulación, pero sí quiero hacer constar que el material en que se basan mis hipótesis ha sido producto de una prolongada y laboriosa observación. Habrá de extrañar especialmente mi resuelta actitud en la cuestión de lo inconsciente, actitud que me lleva a operar con los impulsos, ideas y representaciones inconscientes cual si fuesen objeto tan indudable de la psicología como todo lo consciente. Pero estoy seguro de que todo aquel que emprenda con igual método la investigación de tales fenómenos acabará por compartir mi actitud a pesar de todas las advertencias de los filósofos.
Aquellos de mis colegas que consideran puramente psicológica mi teoría de la histeria, declarándola así, a priori, incapaz de resolver un problema patológico, verán en el presente trabajo cómo su reproche transfiere injustificadamente a la teoría un carácter de la técnica.
Sólo la técnica terapéutica es puramente psicológica. La teoría no omite señalar la base orgánica de la neurosis, aunque no la busque en una alteración anátomopatológica y sustituya la supuesta alteración química, inaprehensible aún, por la interinidad de la función orgánica. No creo que nadie intente negar carácter de factor orgánico a la función sexual, en la que vemos la base tanto de la histeria como de las psiconeurosis. Ninguna teoría sexual puede prescindir, a mi juicio, de la hipótesis de la existencia de ciertas materias sexuales de acción excitante. Los fenómenos de intoxicación y abstinencia provocados por el uso de ciertos venenos crónicos se aproximan al cuadro patológico de las psiconeurosis genuinas mucho más que a ningún otro.
No he incluído tampoco en este trabajo lo que hoy puede decirse sobre la colaboración somática, los gérmenes infantiles de perversión, las zonas erógenas y la disposición a la bisexualidad, limitándome a señalar aquellos puntos en los que el análisis tropieza con estos fundamentos de los síntomas. No era posible hacer más en la exposición de un caso aislado. Tan incompleta publicación tiende, sin embargo, a conseguir dos fines. En primer lugar, y como complemento a mi libro sobre la interpretación de los sueños, a demostrar cómo el arte onirocrítico puede ser utilizado para descubrir los elementos ocultos y reprimidos de la vida anímica. En el análisis de los dos sueños aquí comunicados se ha tenido también en cuenta la técnica de la interpretación onírica, análoga a la psicoanalítica. En segundo, quería despertar el interés de mis lectores hacia toda una serie de circunstancias desconocidas aún hoy en día para la ciencia, puesto que sólo se hacen visibles en la aplicación de este procedimiento especial. Nadie hasta ahora ha podido formarse una idea exacta de la complicación de los procesos psíquicos en la histeria, de la yuxtaposición de los impulsos más diversos, de la mutua conexión de las antítesis, de las represiones y los desplazamientos, etcétera. La teoría de Janet de la «idea fija» que se convierte en síntoma no es más que una esquematización, insuficiente a todas luces. No podemos sustraernos además a la sospecha de que las excitaciones basadas en representaciones carentes de capacidad de consciencia actúan distintamente, siguen un curso diferente y conducen a manifestaciones distintas que aquellas otras a las que denominamos «normales» y cuyo contenido ideológico se nos hace consciente. Admitido esto, nada se opone ya a la comprensión de una terapia que suprima los síntomas neuróticos al transformar aquellas primeras representaciones en representaciones normales.
Me interesaba también demostrar que la sexualidad no interviene como un deus ex machina emergente una sola vez en el curso de los procesos característicos de la histeria, sino que constituye la fuerza impulsora de cada uno de los síntomas y de cada una de las manifestaciones de los mismos. Los fenómenos patológicos constituyen la actividad sexual de los enfermos. Un solo caso no podrá jamás demostrar un principio tan general, pero toda mi experiencia en la materia me fuerza a repetir que la sexualidad es la clave del problema de las psiconeurosis y neurosis. Nadie que no lo reconozca así llegará jamás a solucionarlo. Aún espero las investigaciones que hayan de moverme a abandonar o restringir tal principio. Lo que hasta ahora he oído en contra del mismo han sido tan sólo manifestaciones de desagrado o incredulidad, puramente personales, a las cuales basta oponer la frase de Charcot: «Ca n´empêche pas d´exister».
El caso de cuya historia publicamos aquí un fragmento no es tampoco nada apropiado para darnos una idea exacta del valor de la terapia psicoanalítica. No sólo la escasa duración del tratamiento -apenas tres meses- sino también un cierto factor intrínseco del caso impidieron que la cura terminase con un alivio reconocido tanto por el enfermo como por sus familiares y más o menos próximo a la curación total. Tales resultados satisfactorios se consiguen siempre que los fenómenos patológicos son mantenidos exclusivamente por el conflicto interno entre los impulsos de orden sexual. En estos casos vemos mejorar a los enfermos en la misma exacta medida en que vamos contribuyendo a la solución de sus conflictos psíquicos por medio de la traducción del material patógeno en material normal. En cambio, aquellos otros casos en que los síntomas han entrado al servicio de motivos exteriores de la vida, como el de Dora durante los dos últimos años, siguen muy distinto curso. En ellos extraña y puede incluso inducir en error ver que el estado del enfermo no presenta modificación alguna visible, aun estando ya muy avanzado el análisis. Pero en realidad no es tan negativo el resultado del mismo. Los síntomas no desaparecen durante el desarrollo de la labor analítica, pero sí una vez terminada ésta y disueltas las relaciones del paciente con el médico. El retraso de la curación o del alivio tiene, efectivamente, su causa en la propia persona del médico.
Para explicar esta circunstancia hemos de partir de muy atrás.
Durante una cura psicoanalítica queda regularmente interrumpida la producción de nuevos síntomas. Pero la productividad de la neurosis, no se extingue con ello, sino que actúa en la creación de un orden especial de productos mentales inconscientes en su mayor parte, a los que podemos dar el nombre de «transferencias». ¿Qué son las transferencias? Reediciones o productos ulteriores de los impulsos y fantasías que han de ser despertados y hechos conscientes durante el desarrollo del análisis y que entrañan como singularidad característica de su especie, la sustitución de una persona anterior por la persona del médico. O para decirlo de otro modo: toda una serie de sucesos psíquicos anteriores cobra de nuevo vida, pero no ya como pasado, sino como relación actual con la persona del médico. Algunas de estas transferencias se distinguen tan sólo de su modelo en la sustitución de persona. Son, pues, insistiendo en nuestra comparación anterior, simples reproducciones o reediciones invariadas. Otras muestran un mayor artificio; han experimentado una modificación de su contenido, una sublimación según nuestro término técnico, y pueden incluso hacerse conscientes apoyándose en alguna singularidad real, hábilmente aprovechada, de la persona ó las circunstancias del médico. Estas transferencias serán ya reediciones corregidas y no meras reproducciones.
Penetrando en la teoría de la técnica analítica hallamos que la transferencia es un factor imprescindible y necesario. Prácticamente se convence uno, por lo menos de que no hay medio hábil de eludirla, haciéndose necesario combatir esta última creación de la enfermedad como todas las anteriores. Y esta faceta de la labor analítica es, con mucho, la más difícil. La interpretación de los sueños, la extracción de las ideas y los recuerdos inconscientes integrados en el material de asociaciones espontáneas del enfermo, y otras artes
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