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Caso Dora


Enviado por   •  4 de Febrero de 2013  •  10.378 Palabras (42 Páginas)  •  624 Visitas

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INTRODUCCIÓN (A LA EDICIÓN DE 1925 DE «HISTORIALES CLÍNICOS»)

AL disponerme hoy (1925), después de un largo intervalo, a apoyar las afirmaciones por mí sentadas en 1895 y 1896, sobre la patogénesis de los síntomas histéricos y los procesos psíquicos de la histeria, con la exposición detallada de una historia clínica, creo imprescindible iniciar esta labor con un breve preámbulo destinado, en primer lugar, a justificar, desde diversos puntos de vista, mi conducta pretérita y presente en cuanto a la publicación de tales documentos, y en segundo, a reducir a una modesta medida las esperanzas que en aquélla puedan fundarse.

Ya fue, ciertamente, muy espinoso tener que publicar los resultados de mi labor investigadora, que a más de resultar harto sorprendentes y de naturaleza nada grata, no podían ser objeto de comprobación alguna por parte de mis colegas de Facultad. Apenas lo es menos ahora comenzar a ofrecer al juicio general una parte del material del que hube de extraer tales resultados. Si antes se me reprochó no comunicar dato alguno sobre mis enfermos, hoy se me reprochará hacer público algo que el secreto profesional impone silenciar. Espero, sin embargo, que habrán de ser las mismas personas las que de este modo cambien de pretexto para sus reparos, y renuncio por anticipado a desarmar jamás a tales críticos.

De todos modos, aun prescindiendo por completo de semejantes malquerencias incomprensivas, la publicación de las historias clínicas, me plantea graves dificultades, de orden técnico en parte, y en parte derivadas de sus mismas circunstancias intrínsecas. Si es cierto que la causación de las enfermedades histéricas reside en las intimidades de la vida psicosexual de los enfermos y que los síntomas histéricos son la expresión de sus más secretos deseos reprimidos, la aclaración de un caso de histeria no podrá por menos de descubrir tales intimidades y revelar tales secretos. Es indudable que los enfermos habrían silenciado unas y otros a la menor sospecha de que sus confidencias habían de ser científicamente aprovechables, y desde luego, sería inútil solicitar su autorización para publicarlas. En estas circunstancias, las personas de fina sensibilidad y las de escasa resolución, situarían, en primer término, el secreto profesional y renunciarían a todo intento de publicación, lamentando no poder prestar, en este punto, servicio alguno a la ciencia. Mas, por mi parte, opino que la profesión médica no impone sólo deberes para con los enfermos individualmente considerados, sino también para con la ciencia, o lo que es lo mismo, para con el gran núcleo de individuos que padecen igual dolencia o la padecerán en el porvenir.

La publicación de aquello que uno cree saber sobre la causación y la estructura de la histeria se nos impone entonces como un deber, y si podemos cumplirlo evitando todo perjuicio personal y directo al enfermo, sería una cobardía no hacerlo. En lo que a mi respecta, creo haber hecho todo lo posible por evitar tales perjuicios a la paciente cuya historia clínica motiva estas líneas preliminares. He elegido una persona cuyos destinos transcurren lejos de Viena, siendo, por lo tanto, completamente desconocidas sus circunstancias personales en nuestra capital. He guardado desde un principio y tan celosamente el secreto del tratamiento, que sólo uno de mis colegas, digno de máxima confianza, ha podido reconocer en la muchacha de quien se trata, a una antigua paciente mía. Una vez terminado el tratamiento, he detenido aún la publicación del caso durante cuatro años, hasta haber tenido noticia de un importante cambio sobrevenido en la vida de la paciente y que seguramente habría desvanecido su propio interés hacia los sucesos y los procesos anímicos relatados en la historia. Desde luego, no ha quedado en todo el relato un solo nombre que pudiese poner sobre la pista a algún lector ajeno a la clase médica, curiosos indiscretos contra los cuales ya supone una garantía la publicación de la historia en una revista profesional especializada y rigurosamente científica. Naturalmente, no puedo impedir que la paciente misma sufra una impresión desagradable si la casualidad llega a poner algún día en sus manos su propia historia clínica. Pero, en último caso, no habrá de encontrar en ella y acerca de sí misma nada que no sepa ya de sobra, y reconocerá, además, la imposibilidad de que ninguna otra persona sospeche que se trata de ella.

No ignoro que hay muchos médicos -por lo menos en Viena- que esperan con repugnante curiosidad la publicación de alguna de mis historias clínicas, para leerla, no como una contribución a la psicopatología de la neurosis, sino como una novela con clave, destinada a su particular entretenimiento. Desde ahora, quiero asegurar a esta especie de lectores, que todas las historias que haya de publicar aparecerán protegidas contra su maliciosa penetración por análogas garantías del secreto, aunque tal propósito haya de limitar extraordinariamente mi libre disposición del material acumulado en muchos años de labor investigadora.

En la historia clínica a continuación expuesta, única que hasta ahora he podido sustraer a las limitaciones de la discreción médica y a la desfavorable constelación de las circunstancias intrínsecas, se tratan con toda libertad relaciones de carácter sexual, se aplica a los órganos y a las funciones de la vida sexual sus nombres verdaderos, y el lector casto extraerá, desde luego, de su lectura, la convicción de que no me ha intimidado tratar de semejantes cuestiones y en tal lenguaje con una muchacha.

¿Habré de defenderme también de un tal reproche? Me limitaré simplemente a reclamar para mí los derechos que nadie niega al ginecólogo -o más exactamente aún, una parte muy restringida de tales derechos- y a denunciar como un signo de salacidad perversa o singular la sospecha, en alguien posible, de que tales conversaciones sean un buen medio para excitar o satisfacer deseos sexuales. Unas cuantas palabras singularmente acertadas de otro autor acabarán de concretar, mejor que yo pudiera hacerlo, mi juicio sobre esta cuestión:

«Es lamentable tener que hacer lugar en una obra científica a semejantes explicaciones y advertencias. Pero no es a mí a quien ello debe ser reprochado, sino al espíritu contemporáneo, que nos ha llevado hasta el punto de que ningún libro serio posee hoy garantías de vida». Pasaré ahora a exponer en qué forma he vencido en esta historia clínica las dificultades técnicas de su comunicación. Tales dificultades son muy arduas para el médico que lleva adelante, diariamente, cinco o seis tratamientos psicoterápicos de este género y no puede tomar nota alguna durante las sesiones, pues despertaría con ello la desconfianza de los enfermos

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