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La Autoridad En Las Aulas


Enviado por   •  29 de Abril de 2014  •  2.605 Palabras (11 Páginas)  •  218 Visitas

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LA AUTORIDAD EN LAS AULAS

Autoridad en las aulas

Mª Ángeles Llorente Cortés Federación de MRPs País Valencià

Publicado por Otros colaboradores/as | 17 de diciembre de 2009

Este artículo corresponde a la ponencia presentada en el segundo Encuentro de los Proyectos de Intervención en Centros del curso 2009 - 2010 .

La palabra AUTORIDAD, se relaciona a menudo con significados que poco o nada tienen que ver con la misma y se instauran confusiones, en muchos casos interesadas, que distraen a la opinión pública de los temas realmente importantes a nivel educativo o social.

Sin embargo esta distinción no está clara ni en la familia, ni en la escuela, ni en la sociedad, como revelan afirmaciones que a diario escuchamos en todos los ámbitos de socialización y que aparecen reflejadas en los medios de comunicación. Claman las voces que en los últimos años relacionan situaciones de conflicto, de violencia, de deterioro de la convivencia con la “falta de autoridad”, pidiendo por contra que se resuelva esta situación con actos inherentes al poder: más normas, más obediencia, más sanciones y más castigos.

Según se escribe en Wikipendia “ El concepto de autoridad apareció en Roma como opuesto al de poder. El poder es un hecho real que implica que una voluntad se impone a otra por el ejercicio de la fuerza. En cambio la autoridad está unida a legitimidad, dignidad, calidad, excelencia de una institución o de una persona.

Bajo estos parámetros, cabría preguntarse, ¿Es posible educar en la responsabilidad, la participación y la democracia mediante la obediencia ciega, el miedo y la sumisión al orden establecido? ¿Es posible que mediante la reproducción y el adoctrinamiento eduquemos en la creatividad, la crítica constructiva, la emancipación y la libertad? ¿Es posible que sin afecto, confianza complicidad y respeto mejore la convivencia en la familia, en la escuela o en la sociedad? ¿Es posible que negando los conflictos podamos avanzar en su comprensión y resolución?.

Parece evidente que no . Por tanto habremos de profundizar en los conceptos y desde una perspectiva crítica plantearnos si lo que realmente queremos es que nos reconozcan autoridad o tener más poder en función de nuestra edad o cargo sin que pueda cuestionarse nuestra manera actuar. Tendremos que reconocer que el poder no lleva implícita necesariamente la autoridad y que por mucho que se promulguen leyes y decretos que nos den más poder, eso no nos va a garantizar el respeto, el reconocimiento ni la admiración de nuestros alumnos, elementos imprescindibles en los procesos de enseñanza aprendizaje.

La autoridad es esencial en los procesos educativos. Autoridad entendida como aquella relación en la que las personas se confieren un respeto derivado del saber, la coherencia, el buen hacer y el reconocimiento mutuo. En este sentido la autoridad es un valor que otra persona o personas nos otorga y que deja las puertas abiertas para iniciar procesos de aprendizaje compartidos. Así definida, la autoridad va ligada a la construcción de la propia identidad y asociada por tanto a procesos de emancipación y libertad.

A pesar de que son muchos los factores institucionales y sociales que contribuyen a mermar y cercenar la autoridad docente, también es cierto que, a pesar de ello, muchos docentes gozan del reconocimiento de los alumnos y de sus familias, tienen autoridad y la utilizan para educar con respeto y afecto.

Una mirada crítica sobre lo que acontece en los centros educativos nos puede dar ciertas claves de análisis:

No concita la misma autoridad el maestro que concreta su tarea educativa en seguir día tras día las indicaciones de un libro de texto como único material de aprendizaje que aquel otro que junto a sus alumnos y alumnas se replantea qué aprender y utiliza diferentes fuentes documentales para indagar sobre un tema, desarrollando proyectos que supongan una intervención sobre el entorno próximo. Ni es respetada de la misma manera la maestra que utiliza la evaluación para valorar todo el proceso de enseñanza aprendizaje, detectando fallos que le permitan mejorar su práctica docente, que la que se vanagloria de suspender a la mayoría del alumnado, utilizando la evaluación como un mecanismo sancionador y seleccionador, sin reconsiderar jamás su responsabilidad ni su manera de proceder en el aula.

No concita la misma autoridad una profesora que tiene en cuenta la diversidad existente en su aula e intenta dar atención a todos y todas propiciando una organización del aula que favorezca el trabajo cooperativo, que otra profesora que dispone a los alumnos en filas de uno y se pasa toda la hora explicando lo que ella cree esencial para los alumnos/as y expulsando al “aula de convivencia” a los que se despistan o no la siguen. No inspira la misma autoridad una maestra comprometida en la lucha contra las desigualdades que trata de integrar en el aula a todo el alumnado, que otra que trabaja sólo para los mejores y cree que todos los demás sobran en las enseñanzas medias y deberían estar en no se sabe muy bien dónde, ni le importa, deseando tan sólo que salgan de su aula y no le molesten.

No inspira la misma autoridad un maestro que se interesa por sus alumnos, hace tutoría individual con ellos, procurando conocerlos y entenderlos para orientarlos mejor, que aquel otro que siente a los alumnos como enemigos a combatir, que ni tan siquiera sabe sus nombres, que pasa lista mirando fotos y pone notas en los exámenes a números de la clase A o B. Igualmente no concita la misma autoridad el maestro que llama a las familias regularmente, las trata con respeto, sea cual sea su nivel social o su situación, que trata de comprender lo que ocurre, sin juzgar, ni culpabilizar, intentando ayudar en la medida de lo posible, que aquel otro que nunca las llama, que prefiere que no vayan y que si van se limita a relatar todas las imperfecciones y faltas del alumno sin aportar ni una sola medida para que la situación mejore.

No inspira la misma autoridad la maestra que solo falta a clase cuando es necesario, que llega puntualmente a las clases, que instaura un clima de respeto y trabajo en el aula, que otra que llega tarde sistemáticamente y pone retrasos a los alumnos que entran dos minutos después de ella, que saca “el tamagochi” y empieza a poner faltas y amonestaciones a diestro y siniestro en aras de imponer su “autoridad” que por cierto lógicamente no consigue. No inspira la misma autoridad la maestra que promueve actividades elitistas para diez o doce alumnos/as porque los demás no pueden pagarlas que aquella otra que intenta que el máximo

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