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La Modernidad N Mexico


Enviado por   •  28 de Junio de 2014  •  2.515 Palabras (11 Páginas)  •  203 Visitas

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MÉXICO Y SU MODERNIDAD

Héctor Aguilar Camín es autor de La frontera nómada (Siglo XXI, 1977), Saldos de la Revolución (Océano, 1985), La decadencia del dragón (Océano, 1984), Morir en el golfo (Océano, 1985). Una versión ligeramente distinta de este texto fue leída en el ciclo "México: Revolución y modernidad", convocado por el Partido Revolucionario Institucional en la Ciudad de México, agosto de 1987.

La palabra "modernidad" ha invadido el discurso político de México, pero el mayor reto actual de nuestra modernización es el más viejo de todos: la desigualdad. Cerca de 20 millones de mexicanos viven en condiciones de extrema pobreza, todos ellos en el campo, en comunidades no mayores de 2,500 habitantes, verdaderas zonas de refugio de la devastación del México rural a que hemos dedicado los eficientes esfuerzos de dos generaciones. La mitad inferior de estos pobres es en su totalidad de indígenas monolingües. Luego de varias décadas de redención económica y social de los grupos étnicos, su segregación es finalmente un hecho. El racismo estructural que tal exclusión demuestra, ruborizaría al menos escrupuloso encomendero español del siglo XVI novohispano. La mitad superior de esos 20 millones de pobres, los más pobres de México, son campesinos atrapados en el minifundio y el temporal, el ejido de tepetate, la emigración y la jornalería agrícola. Juntos, indios y campesinos forman la zona más oprobiosa y multitudinaria, aunque menos visible, de nuestra desigualdad.

El resto del mapa social, en su mayor parte urbano, aparece en el horizonte de nuestro fin de milenio con los rasgos de una avalancha humana que pide empleo, educación, vivienda, oportunidades. Desde 1985, un millón de jóvenes mexicanos llega cada año a la edad de trabajar. Si se pretende que vivan productivamente deberán crearse, en los siguientes veinte años, 20 millones de empleos: el doble de los que hoy existen. No habrá Estado benefactor o sistema político capaz de paliar los problemas sociales si no hay empleos permanentes. La crisis de los ochentas ha detenido la marcha del país hacia ese objetivo. Es cierto que el empleo no se ha desplomado tanto como se esperaba, pero es cierto también que la recesión ha dejado sin oportunidad de encontrar trabajo a toda la mano de obra que llega por primera vez al mercado laboral. A esta insuficiencia radical, hay que agregar otra: las restricciones financieras del antiguo estado mexicano laxo, subsidiador, paliador de desigualdades- lo hacen vivir en nuestros días el peor de sus momentos. Hemos visto reaparecer cosas que la acción estatal había erradicado -como los brotes de paludismo o tuberculosis recientemente registrados- y se han dilatado índices que parecían bajo control- como el de la mortalidad infantil, que subió en los ochentas de 50 a 55 muertes por millar.

La crisis y su signo indomeñable, la inflación, han tenido también un efecto devastador sobre la distribución de la riqueza: han vaciado en 30 o 40 por ciento el poder adquisitivo del salario y han concentrado la riqueza en el pequeño sector de la población que de por si la concentraba históricamente. En 1970 el salario representaba un poco más del 40 por ciento del producto interno bruto. En 1986, era algo menos del 27 por ciento. Por contra, se ha entregado a los capitalistas mexicanos -en particular a los exbanqueros nacionalizados- el 20 por ciento del mercado financiero del país a través de las casas de bolsa. Los capitales especulativos han sido atraídos a nuestra floreciente economía de casino mediante altas tasas de interés y devaluaciones mayores que el ritmo inflacionario. Entre 1986 y 1987, los exportadores mexicanos han recibido, por la subvaluación agresiva del peso, una prima o ganancia extra que el economista francés Maxime Durand calculó en unos 4 mil millones de dólares (la mitad del servicio de la deuda externa mexicana. El texto de Durand, en este mismo número de Nexos).

¿Quien ha pagado estas transferencias del capital? Los mexicanos todos, por vía de la inflación, que es siempre una forma de enriquecer a quien tiene y empobrecer a quién no. Los efectos sociales de esta regresión concentradores de la riqueza -porque los años setenta fueron de redistribución efectiva del ingreso- apenas pueden exagerarse. Mencionaré dos cifras elocuentes: el consumo de carne en el Distrito Federal descendió 40 por ciento entre 1982 y 1985; los robos denunciados en la misma urbe subieron de 44 mil en 1982 a 72 mil en 1984.

Así las cosas, la urgencia mexicana de los noventas sólo puede resumirse en una palabra: crecimiento. Sin crecimiento no habrá producción y empleos, sin producción y empleos no habrá lo demás. La penuria acumulada en estos años de crecimiento cero, está aún por emerger del fondo de la sociedad castigada y empobrecida. Sin duda pondrá en el centro de sus demandas políticas la necesidad de crecer. Pero la modernidad mexicana dependerá, en lo fundamental, de la forma de ese crecimiento, más que de su intensidad episódica o transitoria. El reto nacional es crear las condiciones para que el crecimiento sea duradero. Dependerá de muchas cosas, pero entre ellas, sobre todo, de las posibilidades de inversión y financiamiento de nuestro desarrollo. La modernidad mexicana en esa materia enfrenta por lo menos cuatro problemas mayores.

En primer lugar, el problema de nuestra eficacia económica internacional. Pasaron los años de la insularidad protegida de nuestra planta productiva, financiada en sus importaciones por los excedentes de la balanza agropecuaria y en sus efectos sociales por la deuda externa del gobierno. El mundo cruza por México, las fronteras comerciales se disuelven, tanto como las políticas y las culturales. Sólo la eficiencia industrial y productiva de una economía capaz de competir en el exterior, será verdadera garantía de modernidad hacia adentro y hacia afuera. La subvaluación agresiva del peso crea hoy la ilusión de una mejoría en esa competitividad. Exportamos más, pero es debido en su mayor parte a la devaluación del peso: una mejoría de precio más que de circuito productivo y calidad del producto. Se trata en realidad, como he sugerido antes, de un subsidio a los exportadores, que los consumidores mexicanos pagan en forma de inflación y contracción de la demanda.

No habrá eficacia productiva si no hay reconversión industrial. Pero no habrá reconversión industrial si no hay actualización tecnológica. Mucho puede hacerse, sin duda, en materia de organización y saneamiento gerencial del sector paraestatal. Pero la reconversión industrial significa algo mucho más amplio que la privatización o desincorporación de las empresas del estado. No es la planta productiva paraestatal la que debe actualizarse, sino la planta productiva en general

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