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PENSAMIENTO COMPLEJO

KIKO6820 de Febrero de 2013

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Formar competencias reales durante la etapa escolar

general supone una

transformación considerable de la relación de los p

rofesores con el saber, de

sus maneras de «hacer clases» y, a fin de cuentas,

de su identidad y de sus

propias competencias profesionales.

Se puede considerar, con Meirieu [1990 b], que nos

encaminamos hacia

una nueva profesión, en que el desafío es hacer apr

ender más que enseñar.

El enfoque por competencias añade a las exigencias

de la centralización en

el alumno la pedagogía diferenciada y los métodos a

ctivos, ya que éste

también invita firmemente a los profesores a:

- considerar los saberes como recursos para moviliz

ar;

- trabajar regularmente a través de problemas;

- crear o utilizar otros medios de enseñanza;

- negociar y conducir proyectos con los alumnos;

- adoptar una planificación flexible e indicativa,

improvisar;

- establecer y explicitar un nuevo contrato didácti

co;

- practicar una evaluación formadora, en situacione

s de trabajo;

- dirigirse hacia una menor separación disciplinari

a.

Examinemos más de cerca las implicaciones de cada u

no de estos

componentes, analizados aquí según las condiciones

de creación de

competencias verdaderas desde la escuela.

TRATAR LOS SABERES COMO RECURSOS PARA MOVILIZAR

Un «simple erudito», incapaz de movilizar sus conoc

imientos de manera

apropiada será, frente a una situación compleja, qu

e exige una acción

rápida, casi tan inútil como un ignorante. Un enfoq

ue por competencias

precisa el lugar que ocupan los saberes eruditos o

no en la acción: estos

constituyen recursos a menudo determinantes para id

entificar y resolver

problemas, preparar y tomar decisiones. Sólo son vá

lidos si están

disponibles en el momento adecuado y logran «entrar

en fase» con la

situación. No se trata de exponer sabiamente, con t

oda tranquilidad, todo lo

que se habría podido hacer, reflexionando calmadame

nte, recordando de

manera metódica los conocimientos olvidados y consu

ltando gruesos libros,

sino de decidir en las condiciones efectivas de la

acción, con informaciones

incompletas, a veces urgentemente o bajo estrés, te

niendo en cuenta

compañeros poco cooperativos, condiciones poco favo

rables e

incertidumbres de todo tipo.

Cuando los profesores enseñan, actúan de esa manera

. ¿Lo saben? En la

práctica, ¿no dan acaso la preferencia a una acción

reflexiva, dictada por el

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conocimiento y la razón? Cuando se analiza lo no-di

cho, la improvisación,

los trabajos (manualidades), el malabarismo en su a

cción [Perrenoud,

1994, 1996 c], algunos se reconocen, otros se resis

ten fuertemente y

encuentran que esta representación es desvalorizado

ra: «¿Miedo yo?

¡Jamás! Siempre sé lo que hago, preparo mis cursos,

sigo mi plan, no me

dejo desorientar o sobrepasar, contengo las peticio

nes de los alumnos,

domino las situaciones, avanzo como estaba previsto

en mi programa, sin

precipitación ni pánico, evalúo serenamente, capítu

lo por capítulo.»

La comedia del dominio impide a los profesores sabe

r lo que realmente

hacen y construir una imagen realista de sus propia

s competencias

profesionales. Esto los priva de las claves para re

presentarse la naturaleza,

la génesis y el empleo de competencias en los alumn

os. Si los profesores

estiman que actúan, en clases, esencialmente gracia

s a sus saberes ya la

razón, ¿cómo adherirían a la idea de que desarrolla

r competencias no

equivale pura y simplemente a asimilar saberes?

Así mismo, cuando los profesores aceptan la idea de

competencia,

algunos pueden sentirse, primero, responsables de d

ar conocimientos

básicos a sus alumnos, considerando que deben adqui

rirlos antes de

movilizarlos en una situación según una progresión

metódica y organizada

en el «texto del saber». ¿No es ésta la única vía d

e acceso a saberes

coherentes y completos? Los profesores acostumbrado

s a un enfoque

disciplinario no creen, en efecto, poder «transmiti

r su materia a través de

un problema», mientras que toda la tradición pedagó

gica los lleva a dar

autonomía a la exposición de los saberes y a conceb

ir las situaciones de

empleo como simples ejercicios de comprensión o de

memorización de

saberes previamente enseñados en un orden “lógico”.

La formación de competencias exige una pequeña «rev

olución cultural»

para pasar de una lógica de la enseñanza a una lógi

ca de la capacitación

(coaching)

basada en un postulado bastante simple: las compete

ncias se

crean frente a situaciones que son complejas desde

el principio. Es así como

las facultades de medicina al optar por el aprendiz

aje por problemas

prácticamente han renunciado a los cursos ex-cátedr

a. A partir del primer

año, los alumnos se enfrentan a verdaderos problema

s clínicos, que los

obligan a buscar las informaciones y los saberes, p

or lo tanto, a identificar

los recursos

que les faltan ya adquirirlos para volver a tratar

la situación

mejor armados. La tarea de los profesores no es, en

tonces, improvisar

cursos. Esta tiene por objeto la regulación del pro

ceso y, en los niveles

superiores, la creación de problemas de complejidad

creciente. Ahí se

encuentra la mayor inversión: se ve que éste remite

a otra epistemología y

a otra representación de la creación de saberes en

la inteligencia humana.

Hoy, a pesar de más de un siglo de movimientos de e

scuela nueva y de

pedagogías activas, a pesar de varias décadas de en

foques constructivistas,

interaccionistas y sistémicos en ciencias de la edu

cación, los modelos de

transmisión y asociación conservan su legitimidad y

, a menudo, ocupan un

lugar importante.

Hay que entender que no se trata de renunciar a tod

a enseñanza

«organizada». Se puede imaginar muy bien la coexist

encia

armoniosa de dos lógicas, siempre y cuando no se ol

vide que la

lógica de la enseñanza es, por naturaleza, imperial

ista, que ésta

nunca tiene tiempo suficiente para exponer «el míni

mo de lo que es

necesario saber antes de actuar.» Esto lleva a los

cursos clásicos de

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medicina a concentrar tres años de teoría (física,

química, biología,

anatomía, fisiología, farmacología, etc.) antes del

comienzo de la

primera experiencia clínica. Con el fin de que se m

antenga un

equilibrio improbable, es prudente inscribirlo en e

l dispositivo y, de

alguna manera, imponerlo a cada profesor para ayuda

rlo a luchar

contra la tentación de volver a la pedagogía de la

ilustración de la

teoría mediante algunos casos concretos al final de

l recorrido, o a

una pedagogía de la sensibilización inicial mediant

e alguna

demostración atractiva antes de la clase magistral.

Trabajar en el

desarrollo de competencias no se limita a hacerlas

envidiables

proponiendo una imagen convincente de su posible ut

ilización, ni a

enseñar la teoría dejando vislumbrar su puesta en p

ráctica. Se

trata de «aprender a hacer lo que no se sabe hacer,

haciéndolo»,

según la bella fórmula de Philippe Meirieu [1996].

Esto supone importantes cambios de identidad de par

te del profesor.

Recordaré cuatro:

1. No considerar una relación pragmática con el sab

er como una relación

menor: la universidad finge aún creer que la mayor

parte de sus

estudiantes se dedican a la investigación, por lo t

anto, a una profesión

en que la producción y la organización metódica de

los saberes los

llevan a su uso inmediato. De improviso, a partir d

e la investigación

aplicada, el saber universitario parece estar amena

zado por una

degradación irreparable cuando se ve sometido a las

contingencias de

la acción humana. Los profesionales universitarios

deben consentir en

realizar un importante trabajo (del que la formació

n de los profesores

no se encarga) para recorrer el camino inverso, rec

onstruir una

relación con el saber menos encerrada en una jerarq

uía que va del

saber erudito desencarnado a los saberes sin nombre

salidos de la

experiencia, comprender que los saberes siempre se

anclan, en última

...

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