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Pena De Muerte


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2014  •  2.578 Palabras (11 Páginas)  •  324 Visitas

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Pena DE MUERTE

A favor de la pena de muerte

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Desde los primeros sistemas penales conocidos, como la Ley del Talión (recogida en el Código de Hammurabi, Mesopotamia, siglo XVII a.C), hasta las modernas legislaciones de aquellos países que conservan vigente la pena de muerte, permanece la ancestral dinámica de la venganza como respuesta a la ofensa o perjuicio recibidos. La Ley del Talión, y los sucesivos códigos de leyes que incluyen la pena de muerte, se apropian, en nombre de la justicia, de la administración de la venganza.

En el Antiguo Testamento, Dios protege a Caín a pesar de que ha matado a su hermano Abel. El quinto de los Diez Mandamientos dice "no matarás". Pero al mismo tiempo, a lo largo del Pentateuco (los primeros cinco libros de la Biblia), la pena de muerte está a la orden del día: en distintos episodios se aplica por asesinato, adulterio, hechicería, paganismo, homosexualidad, zoofilia, blasfemia, violación, rebelión, apostasía...

A lo largo de los siglos, filósofos y pensadores justificaron su utilización. Por ejemplo, Platón y Aristóteles en Grecia. Y más tarde, en Roma, Séneca (acusado de conspirar contra Nerón, el mismo fue condenado a muerte, obligado a suicidarse como Sócrates anteriormente en Grecia).

Santo Tomás de Aquino (1225-1274) era también partidario de la pena capital:

"Otros aseguraron que con este mandamiento el matar a un hombre quedaba prohibido de manera absoluta. Y afirman que son homicidas los jueces que, de conformidad con las leyes, pronuncian sentencia de muerte. (...) pueden lícitamente matar quienes lo hacen por mandato de Dios, porque entonces es Dios el que lo hace."

Escritos de catequesis. Santo Tomás de Aquino. >> fragmento ampliado

Rousseau (1712-1778), en su obra El Contrato Social, exponía:

"Todo malhechor, atacando el derecho social, conviértese en rebelde y traidor a la patria (...) La conservación del Estado es entonces incompatible con la suya; es preciso que uno de los dos perezca."

A partir del siglo XVIII, serán también partidarios de la pena de muerte, entre otros, los filósofos Montesquieu (1689-1755), Emmanuel Kant (1724-1804), Hegel(1770-1831) y Jaime Balmes (1810-1848).

Durante el siglo XX, entre los intelectuales, los defensores de la pena de muerte han sido minoría. Pero también han tenido sus portavoces mediáticos: Alexandr Soljenitsin, encarcelado durante muchos años en Siberia a causa de sus críticas al sistema represivo soviético, defendía también la aplicación de la pena capital, mientras que por otro lado, en su obra Archipiélago Gulag, denunciaba los millares de personas que la padecieron durante el estalinismo.

La lucha contra la pena de muerte dista mucho de haber concluido. Al margen de los países que siguen aplicándola, hay que tener en cuenta la reclamación de su reimplantación por parte de sectores de la sociedad en países en los que ha sido abolida. Unas reclamaciones relacionadas normalmente con un aumento de la inseguridad ciudadana a causa de la aparición de delincuentes especialmente violentos, o relacionadas con las actividades terroristas.

"Si la pena de muerte dependiera de la voluntad de la calle, Rusia la restablecería hoy. Eso quedó claro la semana pasada a raíz de una resolución del Parlamento ruso, que el viernes solicitó al presidente Vladimir Putin el restablecimiento de la pena capital."

La sociedad rusa presiona para que restablezca la pena de muerte. Rafael Poch. La Vanguardia 18-2-02 >> noticia completa

En España, uno de los defensores de la pena capital es el filósofo Gustavo Bueno:

"Un individuo que mata a navajazos a cinco personas y luego hace picadillo a su mujer ¿qué puedes hacer con él? ¿Reinsertarle? Sólo existen dos soluciones: o que se suicide, o bien aplicarle la pena capital, que es una manera educada y elegante de invitarle a suicidarse. Es, diríamos, una atención que tiene la sociedad con el criminal."

El filósofo Gustavo Bueno revisa las falsas certezas de la democracia occidental. T. García Yebra. El Norte de Castilla, 24-1-2004

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En contra de la pena de muerte

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Hasta el siglo XVIII, la potestad de la sociedad de aplicar la pena de muerte en determinados casos a uno de sus individuos, no se discutía. En las distintas culturas variaban las formas de ejecución, los delitos merecedores de la pena capital, la discriminación entre ciudadanos libres y esclavos en cuanto a su aplicación, los atenuantes o agravantes contemplados, etc., pero la pena de muerte en sí no se cuestionaba, y el discurso favorable a su aplicación apenas sufrió alteraciones a lo largo de los siglos.

La primera referencia documentada contraria a su aplicación se circunscribe a un suceso puntual. En el año 427 a.c., Diodoto, argumentando que esta pena no tenía valor disuasorio, convenció a la Asamblea de Atenas de que revocara su decisión de ejecutar a todos los varones adultos de la ciudad rebelde de Mitilene. Tucídides relata este hecho excepcional en la "Historia de las Guerras del Peloponeso".

Por su parte, Jayawardene, en "La pena de muerte en Ceilán", explica que en el primer siglo después de Cristo, Amandagamani, rey budista de Landa (Sri Lanka) abolió la pena de muerte durante su reinado, y que lo mismo hicieron varios de sus sucesores. Al parecer, a principios del siglo IX de nuestra era, el emperador Saga de Japón también suprimió la pena de muerte.

Tomás Moro (1478-1535), víctima él mismo de la pena de muerte (acusado de alta traición por no reconocer la legalidad del divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón), en su obra Utopía (Libro Primero) se manifestó también en contra de la pena de muerte:

"Dios prohíbe matar. ¿Y vamos a matar nosotros porque alguien ha robado unas monedas? Y no vale decir que dicho mandamiento del Señor haya que entenderlo en el sentido de que nadie puede matar, mientras no lo establezca la ley humana. Por ese camino no hay obstáculos para permitir el estupro, el adulterio y el perjurio. Dios nos ha negado el derecho de disponer de nuestras vidas y de la vida de nuestros semejantes. ¿Podrían, por tanto, los hombres, de mutuo acuerdo, determinar las condiciones

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