Populismo

En la modernidad, los partidos han ejercido de forma problemática y compleja la representación en las democracias (Quiroga, 2011). Estas formaciones tienen una evolución que responden a las relaciones entre el Estado, la sociedad civil y los propios partidos, al mismo tiempo, ha concepciones de la democracia y la política, a saber, se relacionan con estructuras sociales, políticas, institucionales y periodos históricos (Katz & Mair, 2004). Por eso, se considera que las categorías son ideales que pueden reflejar la realidad: “las categorías creadas para caracterizar a los partidos en un punto espacial y temporal concreto pueden ser no adecuadas para diferenciarlas en otros contextos” (Wolinetz, 2007, pág. 128)^[1]. En este ensayo, expondremos los modelos de partido, cómo han impactado en la democracia y el caso de Podemos en España.

El análisis de Katz y Mair (Katz & Mair, 2004) establece cuatro etapas en el desarrollo de las organizaciones partidistas, cada modelo expresa la representación de las distintas innovaciones organizativas, la concepción de democracia/política y las relaciones Estado, partidos y sociedad civil:

El primer modelo es el partido de cuadros o de élites^[2] que refleja estructuras sociales de restricción del electorado, el sufragio y la representación para unos pocos miembros “calidad” con base en las condiciones económicas, de donde obtenían financiación. A pesar de “expresar” el interés nacional, este modelo establecía una relación entre sociedad civil y Estado con base a las conexiones personales, identificando al Estado con “ellos”, los “tutores” (Katz & Mair, 2007, pág. 103).

No obstante, el advenimiento de la industrialización llevo a la consolidación de la clase obrera y la ampliación del electorado, revelando el carácter cerrado y oligárquico. Debido a esto, surge el segundo modelo que es el partido de “masas”, donde hablan los excluidos^[3]. Este modelo tenía una militancia organizada, amplias bases y financiado por las pequeñas contribuciones, una agenda ideológica y la actividad constante para conseguir los objetivos que eran los intereses de un grupo social (Katz & Mair, 2007, pág. 107). De esta forma, amplían el espectro de la democracia, ahora los representantes eran delegados e instrumentos que le exigían al gobierno responsabilidad^[4].

Ante este reto, los partidos tradicionales evolucionan y adoptan la forma de partido catch-all^[5], que rompe el molde de los miembros, atrayéndolos por una afinidad programática -no ideológica- y la diversidad de reclamos. Al mismo tiempo, la difusión de los medios de comunicación masiva hace que los partidos se dirijan directamente al votante, ahora son intermediarios entre Estado y sociedad civil, y la democracia una negociación de intereses.

Empero, el declive y dispersión del electorado tiene costos políticos y económicos. Por ello, los partidos devienen en “anexos” del Estado para gobernar -con “profesionales” y en coaliciones- por sus intereses, por cargos públicos. Esta figura es la forma de partido “cartel” o “profesionales-electorales” que se limitan a satisfacer las preferencias del público, ahora el Estado es prestador de servicios y la democracia deviene en alcanzar la estabilidad.  

Estos modelos no son simplemente superación de las anteriores formas, por el contrario, si bien han evolucionado en sus estructuras y organizaciones, mantienen característica “previas”.^[6] Al mismo tiempo, los ciudadanos se desilusionaron de las instituciones democráticas, una crisis de legitimidad, de allí que exijan mayores espacios de representación (Dalton, 2005)-cercanía con los gobernantes y el Estado- y la satisfacción de demandas nuevas. La inmediatez y el “emotivismo” (Macintyre, 2007), a través de la tecnología, han “mutado” las dinámicas políticas – donde los partidos no han podido adaptarse lo suficiente- y democráticas (Dalton, 2005, pág. 4).

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