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POPULISMO

DaliaVs5 de Septiembre de 2013

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Populismo en Latinoamerica

El populismo es un concepto cuya historia está signada por las dificultades que se hacen presentes en todo intento de dar de él una definición relativamente precisa. En nuestro caso, como un modo de recortar la amplitud de los procesos que la noción señala, nos centraremos sólo en el populismo latinoamericano.

En los distintos autores que abordaron la problemática[1][1], la complejidad del concepto se puede advertir por el hecho de que éste remite a una heterogeneidad tal que abarca una expresión o forma política, movimientos, partidos, gobiernos y regímenes, también rasgos tales como liderazgo carismático, nacionalismo, desarrollismo, reformismo, movimiento de masas, partidos políticos policlasistas e incluso a ideologías, actitudes discursivas o modos de interpelación.

Pero a la par de los obstáculos que el concepto suscita por su extensión y vaguedad, es sin duda su carácter polifónico el que aporta la riqueza y el que permite entender su insistencia como categoría inevitable de análisis en los procesos histórico-sociales de América Latina. Y ahora, cuando parecía que su alcance quedaba restringido, si no sepultado, luego de la hegemonía de los gobiernos neoliberales de las últimas décadas, la palabra populismo comenzó a sonar de nuevo, en los modos de lo que se ha llamado neopopulismo de mercado, al calor de Hugo Chávez en Venezuela, la asunción de Lula o simplemente como una dimensión que califica comportamientos en campañas políticas y en instituciones y organizaciones (como, por ejemplo, y es una hipótesis a debatir, la CTA).

Para Eduardo Rinesi vuelve a aparecer una preocupación por el populismo en la teoría, en algunos autores, “después del cierre o del agotamiento del ciclo teórico y político de lo que se dio en llamar la transición democrática en América Latina, en los años ‘80 e incluso a principios de los ‘90, donde más bien la reflexión política estuvo asociada a un paradigma básicamente liberal de constitución de formas de ciudadanía, porque este pensamiento de matriz liberal de la transición democrática, de la constitución de ciudadanos entendidos como individuos que internalizan un sistema de reglas de juego, reveló límites grandes para pensar la política efectiva”. Y ante ese agotamiento, agrega Rinesi, “la discusión en relación con el populismo entra en escena cuando uno se pone a pensar que el populismo no es un pecado de autoritarismo de los que no han comprendido la necesidad de suscribir formas adecuadas de ciudadanía sino que es un rasgo fundante de las identidades políticas latinoamericanas”.

Para desentrañar, aunque sea en parte, la madeja de significaciones del término populismo, según Juan Carlos Korol se pueden distinguir dos usos centrales: uno que lo ubica en tiempo y espacio y otro que lo acerca a cierto estilo político. “Las versiones que tienden a anclarlo en un momento y en un lugar en general reconocen al populismo como una expresión política que está muy ligada al momento de industrialización sustitutiva, al período posterior a los años ‘30 en América Latina y hasta los años ‘60. En general el populismo adoptó una política económica más bien redistributiva, y en términos de ideología, construía un antagonista que tenía que ver con las oligarquías o el imperialismo. Ésta es una visión acotada que suele ser útil en términos de precisión de la categoría. La otra concepción resalta ciertas características, básicamente el tipo de liderazgo que es más bien paternalista, a veces carismático, el tipo de alianza social que lo apoya, que suele ser heterogénea, y lo que podríamos llamar el estilo político, con lo cual uno puede encontrar rasgos del populismo antes del populismo clásico y sobre todo después”.

En sintonía con la primera manera de entender el término, José Vazeilles da cuenta de la heterogeneidad que abarca y su ambigüedad: “el populismo no es una forma orgánica sino que es una designación teórica utilizada para describir fenómenos que no cuadran en regímenes previos más definidos en América Latina, como pueden ser las dictaduras militares, los regímenes conservadores oligárquicos o el único caso de socialismo”.

En este sentido, en la bibliografía que se refiere al populismo –y sólo de los procesos históricos de América Latina– podemos notar la amplitud del término por el hecho de que, no sin discusiones y vacilaciones, se caracteriza como populistas, entre otros, los siguientes gobiernos: Yrigoyen y Perón en Argentina, Calles y Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, José María Velasco Ibarra en Ecuador, Paz Estensoro y Siles Zuazo en Bolivia, Víctor Raúl Haya de la Torre (por la fundación de APRA, aunque nunca llegó al poder), Belaúnde Terry, Velasco Alvarado y Manuel A. Odría en Perú, Fidel Castro en Cuba (“antes de la transición al socialismo” en palabras de Ianni), Batlle en Uruguay, Jorge Eliécer Gaitán en Colombia, Pérez Jiménez en Venezuela, Marin en Puerto Rico, Arbenz en Guatemala e Ibáñez en Chile.

Volviendo ahora a los usos del término, podemos decir que el populismo remite tanto a experiencias históricas definidas como el peronismo, el varguismo o el cardenismo, es decir, se lo entiende como un modo específico de hacer política, por un lado, y remite, por otro, a una dimensión presente en distintas prácticas políticas, por ejemplo, en sindicatos, organizaciones territoriales, partidos políticos, el movimiento piquetero, etc.

Señalemos por último que en contraste con la amplitud y riqueza de matices que el término populismo encuentra en sus usos académicos, se lo utiliza monótonamente muchas veces en la prensa actual como una manera de deslegitimar a algunos líderes de América Latina. Con este sentido peyorativo se hace referencia frecuentemente al supuesto de que las políticas económicas del populismo implican básicamente un aumento del gasto del Estado, que este aumento, por lo excesivo de su magnitud, genera un déficit en el presupuesto, y que este déficit origina una rueda de trastornos y desajustes económicos.

La política económica y social

Entre las características más destacadas de los populismos clásicos, en referencia particular a la esfera económica y social, se pueden mencionar procesos de industrialización por sustitución de importaciones y de urbanización.

El Estado, por su parte, interviene en las actividades económicas a partir de regulaciones y de empresas propias, controla los servicios públicos, emprende políticas redistributivas y asume tareas asistencialistas.

Según Juan Carlos Korol, “el populismo clásico implicaba una cierta alianza de sectores trabajadores, obreros, en algunos casos campesinos como es el caso de México, y políticas tendientes a la redistribución, a veces implicaba también el aumento del déficit de las cuentas del Estado y finalmente la industrialización sustitutiva”. Agrega, por otra parte, en relación con la constitución de la ciudadanía, que “en el populismo clásico se dio la incorporación al sistema político no de sectores excluidos sino no incluidos”.

Si bien el populismo adquirió en todos los casos una política distribucionista, hay que aclarar que en ningún momento persiguió una transformación socialista de las estructuras.

Para José Vazeilles los rasgos del populismo serían “proponer excepciones al régimen de propiedad para poder distribuir mejor el ingreso, o dar curso a una política laboral y entregarle al Estado el papel de contrapeso de los monopolios externos, para lo cual con mucha frecuencia tuvo que hacer emprendimientos estatales”.

Otro de los rasgos que suele caracterizar al populismo es el clientelismo. Se puede decir por ello que en el interior del populismo se entretejieron por lo general prácticas clientelísticas. Vazeilles, por su parte, radicaliza un poco más la afirmación porque remarca a este rasgo como una característica central de los más estudiados populismos latinoamericanos y extiende, a su vez, a partir de ella, el populismo como un rasgo también presente en la política de los EE.UU.: “El populismo no es un fenómeno sólo de América Latina –señala– sino en general de América, porque el gran partido populista es el Partido Demócrata de los EE.UU. que tiene un sistema muy parecido al radicalismo, al varguismo o al peronismo, es decir, una gran máquina fundamentalmente clientelística donde el aparato político se arma sobre una red de favores que permite el poder político”.

Para señalar ahora algunas medidas, prácticas o políticas específicas, tomaremos al peronismo como nuestra referencia histórica particular. Luis Alberto Romero comenta en su Breve Historia Contemporánea de la Argentina[2][2] que, durante la gestión de Perón al frente de la Secretaría de Trabajo: “además de dirimir conflictos específicos, por la vía de contratos colectivos, que supervisaba la Secretaría, se extendió el régimen de jubilaciones, de vacaciones pagas, de accidentes de trabajo, se ajustaron las categorías ocupacionales y en general se equilibraron las relaciones

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