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Presentación de la realidad colombiana


Enviado por   •  20 de Mayo de 2019  •  Tutoriales  •  1.831 Palabras (8 Páginas)  •  88 Visitas

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Un esbozo de intento de critica a la lectura : El estado de las democracias en América Latina a casi cuatro décadas del inicio de la Tercera Ola Democrática de Daniel Zovatto Garetto.

Me quiero referir a” la Encuesta Mundial de Valores, crece en todo el mundo el consenso sobre la importancia de las libertades individuales y la igualdad de género, así como la intolerancia frente al autoritarismo y la corrupción. La insatisfacción con los sistemas políticos y las instituciones de gobierno, así como el malestar y la desconfianza con las élites no solo es global, sino también regional.”

Dentro de las restricciones para el avance y la consolidación de la democracia el pensador turco-greco-francés, Cornelius Castoriadis ha definido la democracia como el régimen en el cual se pueden hacer todas las preguntas. Si convenimos en la validez y profundidad de ese aserto del pensador, convendríamos asimismo que el Estado colombiano, pese al preámbulo de la Carta Política, dista mucho de ser una democracia. Y no sólo el Estado colombiano, sino los estados latinoamericanos y los mismos estados de Europa meridional.

Ha sido muy difícil para la oposición en Colombia y para muchos de los vecinos obtener reconocimiento y estatus político respetable. Parece ser que, para el establecimiento, las élites latinoamericanas, la única oposición válida y respetable es la oposición que no se oponga, que confiera su asentimiento a la magnifica labor de gobierno y que se pinche los ojos como Edipo para no ver la realidad y no contribuir a que el resto de ciudadanos la vean.

En un país como Colombia la oposición siempre estará justificada, porque hay muchas preguntas por hacer, porque hay muchas respuestas por entregar, porque existen agujeros negros que exigen ser iluminados, porque hay fallas innegables en el Gobierno y porque la gente del común, que no se atreve a preguntar, que no sabe a dónde ir para hallar la verdad, necesita ser “representada” por personas valientes que se atrevan a hacer todas las preguntas.

Lo que en el fondo y en esencia distingue a la democracia de la dictadura, en sus diversos rangos de dureza y durabilidad, es la posibilidad o no de hacer todas las preguntas, desde las más simples hasta las más elevadas; desde una simple indagación acerca de por qué subió la gasolina o se gravan las papas, los huevos o los medicamentos, hasta por qué tenemos bases militares norteamericanas en el suelo patrio.

Por eso el derecho a preguntar es el derecho esencial en una democracia, acompañado, aunque no necesariamente, del derecho a que no se nos nieguen o disfracen las respuestas. Por lo general (digamos, por principio), la voluntad de saber se opone a la voluntad de poder, de dominio. El niño que indaga, y que incomoda al indagar, ha quebrado dentro de sí la perversa voluntad de dominio, y sólo se complace en el saber y en saber. Porque el saber es desinteresado. Por ello reaccionan tan mal los padres, profesores y gobernantes autoritarios ante las preguntas de hijos, estudiantes o gobernados. Saben, o peor aún, sospechan, que toda pregunta es un acto de libertad, de reafirmación personal, de insatisfacción con las respuestas hasta ahora dadas.

En Colombia y en América Latina hemos tenido gobernantes de un cerrado autoritarismo, que se han creído pequeños cesares. Pero ha habido ese tipo ambiguo y, por lo miso, más peligroso, que aquí llamaremos el “tolerante intolerante”, en oposición al “intolerante intolerante”. El tolerante intolerante o intolerante tolerante aparenta aceptar las preguntas, y en casos de extrema indulgencia, “todas” las preguntas. Pero se da mañas para postergar indefinidamente las respuestas. De tal manera, que termina su mandato sin satisfacer las cuestiones esenciales formuladas por el pueblo y pasa a la historia con la fama, hábilmente lograda, de pulcro y veraz.

El poder tiene algo mefistofélico: nadie sale de él indemne y sin mancha.

En la coyuntura actual del país, y quizá del mundo, la demanda esencial sigue siendo la democracia, entendida sintética y modestamente con el “el régimen en el cual se pueden todas las preguntas”. Cuando podamos hacer todas las preguntas, es decir, “todas” estaremos muy ceca de derrotar el silencio impuesto y auto-impuesto, y aún más: de derrotar el miedo. Los gobiernos, como los dioses o los padres o los profesores, no deben infundir miedo, ni siquiera respeto. Porque preguntar es estar muy cerca del irrespeto, de ese irrespeto sano que conduce a una mejor valoración del gobernante, del dios, del padre o del maestro. Preguntar es, en cierto modo, sacudirse la tutela, adquirir una promisoria mayoría de edad, asumir con todos los riesgos ese imperativo kantiano tantas veces repetido y de tan difícil actualización.

Todo acto de rebeldía, afirma Albert Camus, comienza por un no. El rebelde tiene la certidumbre confusa que “tiene derecho a…” Derecho a oponerse, a decir que no, a trazar limites, a decir: “Hasta aquí permito que lleguen”, a “pararse en la raya”.

Los rebeldes en Colombia y en América Latina, y los ha habido magníficos, nos enseñaron a decir que no, y al mismo tiempo a decir que sí, es decir, a darnos una afirmación, a proponernos un camino.

Infortunadamente, el error más grande de nuestros rebeldes fue, con excesiva ingenuidad y premura, trazarnos una meta. Y por ello y por ella, ha fracasado en parte la rebeldía. Lo importante es aprender a negar y afirmar en un mismo movimiento de rebeldía, sin que seamos esclavos de una meta , pues la historia se hace y se deshace ante nuestros ojos y nada puede de antemano preverse y estipularse como

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