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UN SOLO OCÉANO PARA TIBURÓN

andres18garciaSíntesis26 de Febrero de 2015

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UN SOLO OCÉANO PARA TIBURÓN

Esta es la crónica de Tiburón, un muchacho que fue víctima de la crueldad social que azota los jóvenes de nuestra sociedad que son condenados por el vicio y la violencia, luego rehabilitados pero que nunca se vuelve a saber de su condición…

Todos dormían en casa cuando de pronto se escuchó un grito muy fuerte, don Fernando otra vez borracho y golpeando a su esposa, arrastrándola por todo el piso delante de sus hijos Andrés con tan solo 13 años y Germán de 11, que solo lloraba con rabia de no poder hacer nada. Ella exclamaba a gritos que la dejara quieta que por favor no le pegara, y mirando a sus hijos les decía que ninguno se fuera a meter, ellos seguían sus órdenes, pero Andrés, el mayor, no aguantó más y gritó a su padre, pero en respuesta él solo recuerda puños en su cara y patadas en su estómago provenientes de un padre loco perdido en el alcohol, cuya formación militar era severa y fuerte.

Esta es la manera en que Andrés recuerda haber llegado a las calles de Cali, donde fue más conocido como Tiburón por sus dientes salidos y su peinado con una cresta gigante. Encontraba en la calle momentos extraños de sensación de no tener problemas, como sí lo eran en su casa. Tiburón, consumiendo alucinógenos pasaba el rato con sus amigos, hinchas del América, equipo de fútbol por el cual Andrés moría, pero él dice que nunca llegó a pensar lo que sería capaz de hacer en medio de su alucinación por su equipo. Eran las 5:00 de la tarde, el estadio estaba repleto de rojo y verde, un grandioso clásico Cali vs América. Tiburón estaba loco ese día, había consumido droga desde las 10:00 de la mañana, América perdió y fue cuestión de segundos salir de ese lugar para que Andrés se convirtiera en todo un maniático. Sus amigos lo esperaban afuera, tenían a un hombre del Cali cogido y lo estaban golpeando, Tiburón cruzó el andén y sacó a “María”, como le llama a su cuchillo, y sin reparar en detalles empezó a chuzar el pecho del hombre, el cuchillo entraba y salía constantemente, tanto que algunas veces “me costaba meterlo, solo recuerdo que ese hombre me gritaba mirándome a los ojos y suplicándome que no lo dejara morir y después dijo: “Dios mío no me dejes morir”, pero aún así yo seguía con más ganas, me sentía bien como el rojo de su sangre y del América, que cruzaba por su camisa verde que ya estaba más roja que cuando lo vi”. Todos sus amigos se lanzaron a quitarlo de encima del hombre, le decían que lo dejara ya quieto, pero él insistía en seguir torturando a este caleño. Al final se lo llevaron a la fuerza sus amigos, sus manos estaba repletas de sangre y todos discutiendo en la calle porque lo dejaron hacer eso, nunca se supo si el hombre murió o vivió, la incertidumbre le quedó a Tiburón.

Al otro día, se levantó con las sábanas llenas de sangre y el piso de cemento lleno celulares y billeteras, no tenía idea de dónde había salido eso, estaba donde Gatas un amigo de él que vivía solo en un ranchito en Siloé. Cuando estaba desayudando leche y pan en ese comedor pensaba en lo ocurrido la noche anterior y recordaba su cara, cuando el hombre le suplicaba por su vida, para que no lo dejara morir y cuando pedía a Dios por su misma vida. Fue un silencio amargo y doloroso en ese momento, recuerda Tiburón.

A los pocos meses, ya necesitaba entrar a todos los partidos y su única posibilidad económica era venderle cachos de marihuana a los de la barra el ‘Barón Rojo Sur’. Ese era su diario vivir. Hasta que una tarde al frente de las canchas Panamericanas llegaron dos hombres en una moto, se bajaron y le preguntaron si a él le decían Tiburón. Sospechó algo raro, sabía que la mafia de Puerto Tejada estaba entrando en la zona para controlar las ventas y tenían que sacarlo a él que trabajaba por su cuenta. Los hombres lo atacaron, lo tiraron al suelo, le apuñalaron el pulmón izquierdo y un balazo atravesó su pierna izquierda. Tiburón en medio de su agonía escuchó un grito que le decía “Por aquí no te queremos ver vendiendo esa joda, te volvemos a ver aquí parado y te pelamos”. Un taxista que pasaba por el sector lo vio mal herido y lo llevó al Hospital Departamental. Él tenía en su mochila dinero y con esto pagó lo que le hicieron y se escapó del hospital, pues sabía que más tarde llegaría la policía a hacerle preguntas.

Ese día, después de dos meses de no regresar a su casa, golpeó la puerta. Salió su mamá gritando con lágrimas en sus ojos por la emoción. Entraron a la casa pero su padre no estaba, hacía ya un mes se había ido para la Guajira a combatir con la guerrilla. Su madre estaba sola y triste porque no sabía hasta ese momento nada de Andrés. Al otro día Tiburón aceptó ir a un centro de rehabilitación llamado Fundando Esperanza, tal vez con ello su vida cambiaria y daría un nuevo rumbo a su destino. Pasó ocho meses encerrado en este centro, recibiendo tratamiento y alejado de la droga. Dice que ha sido la experiencia más fuerte de toda su vida: cólicos a las 3 de la mañana, vomitando en el baño, le agregaron a su dosis de medicamento una sustancia llamada Metadona que sirve según él para expulsar la heroína de su cuerpo, a veces una enfermera lo veía tan desesperado que incluso le dejaba un cigarrillo de vez en cuando para que se lo fumara y se calmara un poco. Pasó la tercera noche amarrado en la cama para que no lastimara su propio cuerpo, después de la primera semana ya lo dejaban salir al patio a recibir el sol y a escuchar la palabra de Dios.

Para él eso fue lo que más le ayudó, hablaba con Dios día y noche agradeciéndole de seguir vivo y pidiéndole perdón por haber cometido tantas barbaridades. Al octavo mes, su madre lo esperaba afuera con su hermano Germán, pues su padre seguía en la Guajira. Lo recibieron con un abrazo y el compromiso de asistir los sábados y domingos a la fundación a control, asunto que lo motivó luego a dar charlas sobre su testimonio y la convicción de que sí se puede salir de la droga. Cuando llegó al barrio todo el mundo le decía “El héroe” porque había logrado salir de estas ataduras de la droga. Dos meses después, lo invitaron al estadio algunos amigos de la barra, dado que su pasión por el equipo seguía, así fue que pudo entrar al partido América vs Junior. Realmente la motivación era grande, ya que hacía tiempo no veía su equipo del alma, se encontró con la barra y todos llegaron a saludarlo. Fue precisamente Gatas su amigo quien le dio la mano y cuando se la dio lo volteó a mirar y algo colocó en su mano, cuando se la colocó Gatas se sonrió y le dijo: “papi, nadie sale de esto, la bareta no mata a nadie y le picó el ojo”. Tiburón sonrió, agachó la mirada y el partido siguió.

Ese día salió del estadio, notó un ambiente distinto, se sintió solo. “Se las dan de malos bravos, andan en banda y siempre alzados, gritan, forman bulla por todos lados, cuando están solos caminan cagados”, dice. No había fumado yerba ni nada en ese momento pero las ganas lo consumían, al otro día le contaron que habían matado a el negro Carlos un gran amigo de la barra. Los del Deportivo Cali lo cogieron solo por una de las cuadras del barrio Meléndez, lo mataron con 2 machetazos uno en el cuello y otro en la entrepierna. El hombre, según Tiburón, murió desangrado. Tenía que ir a su entierro. Su madre no lo dejaba salir mucho, de igual forma Andrés asistió al entierro, donde volvió a fumar y a beber para recordarlo siguiendo al resto de amigos, todos llorando y siempre hablando de la venganza. “Pasado mañana están en el parque de las banderas”, dijo Gatas. Andrés recuerda que en ese momento sentía un vacio, quería desquitarse, para él fue injusto lo que le hicieron al negro Carlos.

Ese día era un jueves en la tarde, llovía fuertemente, Andrés habló con su madre dijo que iría a visitar una amiga de él.

Llegó al estadio donde encontró a sus amigos, todos de rojo y trabados, eran unos 70 diablos, algunos con bates, palos y armas blancas. Diez minutos después que Tiburón llegó se dirigieron al parque las banderas, donde se encontraban los hinchas del Cali reunidos como efectivamente lo había afirmado Gatas, ellos eran unos veinte. Todos lo de la barra empezaron a correr tras lo del Cali, uno de ellos gritó “llegaron los chivos” y todos salieron a correr, pero cogieron a uno.

Tiburón se quedó mirando el momento; todos se le tiraron encima, pero unos de ellos lo cogió de la camisa y lo empezó apuñalar, una vez tras otra, mientras le decía: “esta va por El Negro, esta va por Carlitos”, en cinco minutos el sitio estaba vacío, con el hombre tirado en el suelo, mientras tanto Andrés corría por todas las calles en busca de un escondite, sentía emocionante lo que estaba pasando. No regresó a su casa ese día, se quedó con en el ranchito de Gatas, contándole todo lo que vivió en la fundación.

Pasaron cuatro días y Tiburón estaba de nuevo en las calles vendiendo droga. Eso sí no la consumía, solo fumaba marihuana, esta vez estaba en El Caney, al frente del Gato un bar, eran tres: Tiburón, Care Barbe y Pirulo. Se dedicaron a vender a diario: ácidos, creepe, bolsos de perico, heroína.

En una ocasión llegó la policía motorizada, Tiburón sabía que tenía que salir a correr cada que la escuchara, cuando empezó a correr escuchó unos truenos. Los identificaba como disparos que le pasaban por los lados y en el suelo, no quería detenerse, pero cayó en un pastal sentía la espalda caliente como si algo lo quemara, quiso volver a levantarse pero fue imposible su espalda estaba repleta de sangre, lo sintió así volvió a recaer en el campo, Miró al cielo. Los policías pararon y llamaron una ambulancia que

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