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APRENDER A ESCUCHAR


Enviado por   •  22 de Febrero de 2014  •  1.575 Palabras (7 Páginas)  •  929 Visitas

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CRITICA-REFLEXIVA SOBRE “APRENDER A ESCUCHAR”

DE CARLOS LENKERSDORF

Carlos Lenkersdorf, destacado filósofo y lingüista alemán, nos presenta su último libro “Aprender a Escuchar” en el Museo de Antropología, a finales de Septiembre de 2008. Como sabemos, Lenkersdorf llegó a México hace décadas y, deslumbrado por la belleza natural de Chiapas y su gente, decidió hacer de ese paisaje su residencia. Eligió a una comunidad tojolabal; fue ahí donde habría de pasar, junto con su esposa, veinte años de su vida…enseñando y aprendiendo de los indígenas. Con este libro, Carlos Lenkersdorf nos sorprende, a despertar una vez más de nuestra herencia colonial occidental que ha configurado nuestra forma de ver, juzgar y dictaminar a partir de sus propios esquemas y cánones. Silenciosamente, a lo largo de toda su obra, el autor nos muestra cómo, inadvertidamente, el pensamiento de la Modernidad ha ido formando y configurando nuestra mentalidad y visión del mundo.

Con “Aprender a Escuchar” Lenkersdorf se descubre una nueva dimensión, una tercera dimensión del lenguaje hasta ahora ignorada por Occidente: la de la escucha, misma que coloca al lado y a la par de la lengua hablada y escrita. Después de seguir los señalamientos que hace Carlos, nos parece obvio, y al mismo tiempo nos resulta difícil explicar el hecho de que esté tan ausente en nuestro pensamiento y en nuestra práctica comunicativa cotidiana, en las sociedades estratificadas que habitamos y que nos habitan. Así, nos hace ver que, en verdad, nos hemos contentado con el verbo oír, haciendo caso omiso de la distinción entre oír (meros sonidos) y escuchar, que implica la comprensión profunda de lo que se enuncia y pronuncia, teniendo en cuenta quién y desde dónde habla y escucha, incluyendo el bagaje cultural de cada uno y de su historia. De ahí que el diálogo resulte ser otro aspecto primordial de la escucha.

Para entender mejor la cosmovisión tojolabal –así como la de otras comunidades indígenas, como la tzotzil o tzeltal, tomaremos la intersubjetividad como punto de partida. Lenkersdorf nos explica que dicho concepto proviene de la idea que priva en estas culturas originarias, de que todo vive, de que todo tiene vida, incluyendo lo que para los occidentales es inerte o muerto. Así, ellos borran la diferencia radical entre vida y muerte, lo cual señalan con un sufijo desindividualizador, muy ajeno a nuestra estructura gramatical basada en el sujeto-objeto. Además, este mismo hecho de que todo tiene vida, conduce al campo de los valores: a la convicción de que, siendo la vida el valor máximo y primero, ellos concluyen que todo lo que vive se hermana con el resto de los seres vivientes: No sólo entre los humanos, también con la flora y la fauna, el ejemplo emblemático siendo la milpa, el maíz-pero también con los artefactos como el comal y la olla. En una especie de llamado a la humildad, nos recuerdan, que en cuanto a humanos, somos sólo una especie entre muchas otras. Por lo tanto se espera un trato correspondiente con todo lo que nos circunda, en lo que se refiere a la manera de relacionarse entre sí, a través de la conversación, el cuidado, las visitas, las caminatas, en una palabra, la convivencia.

Pensamos que sabemos escuchar, sin embargo, la lengua nos hace excluir este acto casi sin darnos cuenta. Es por ello que cuando expresamos la oración, yo te digo, le decimos al otro lo que se espera de él: que nos escuche y obedezca. No esperamos que nos responda y que iniciemos un diálogo.

Los tojolabales se expresan a través de su lengua, el maya-tojolabal, pues dicen en la frase correspondiente, yo dije, tú escuchaste. El objeto se excluye y en su lugar tenemos otro sujeto, el cual escucha. Los tojolabales tienen, desde las primeras palabras, otra concepción de comunicación: la dialógica. Ésta se realiza a lo menos entre dos personas, por tanto, no es monológica, concepto desde el cual hablan los que pretenden saber. Tal vez por eso los tojolabales tienen dos palabras para lengua, una para la que se habla (k’umal), y otra para la que se escucha (‘ab’al). En español, en cambio pensamos en el hablar y no en el escuchar cuando nos referimos a la lengua, y tenemos buena razón para hacerlo, porque la lengua hace referencia al órgano localizado en la boca con el cual articulamos el habla.

Nosotros, en cambio, preguntamos junto con los griegos antiguos, ¿por qué tenemos dos orejas y una sola boca?, ¿no es para escuchar mejor, y hablar menos? Somos, pues, muy habladores y pobres escuchadores, por eso aprendemos retórica y mercadotecnia, para saber cómo manipular a los demás. ¿Y dónde queda el escuchar?

Una lección se desprende de lo anterior, relacionado con la escucha: a saber, que si nos ocupamos y preocupamos por realmente escuchar al otro, por entender lo que está detrás de sus palabras o gestos (que también hablan) entonces

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