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Resumen De Las 9 Esquinas


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2014  •  1.819 Palabras (8 Páginas)  •  414 Visitas

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Para algunos era el lugar de llegada, la meta añorada durante las largas travesías por los polvosos

caminos de la Nueva Galicia. Para otros más constituía el lugar desde donde iniciarían el largo

camino que les llevaría a lugares remotos cargados de mercancías para volver de nuevo, una

práctica que no por ser repetitiva se convertía en rutina.

El ir de aquí para allá y de allá para acá permitía a los arrieros conocer de costumbres ajenas y

llevaban a los poblados que tocaban las noticias y acontecimientos de otros lugares, en una suerte

de actividad de mensajería sui generis.

Sin duda, Las Nueve Esquinas reflejaba la vocación de Guadalajara como centro de atracción

comercial de la región occidental de la Colonia Española. Sandoval Godoy (1992) le describe de

manera destacada:

“Como quien dice, esta era la puerta grande de la ciudad. Las garitas por los otros vientos abrían

salida o controlaban la entrada de diferentes rumbos, pero en este sitio, donde luego habría de

conformarse una plazuela con la denominación de Las Nueve Esquinas, hubo movimiento

mercantil, concentración de arrieros, descarga de recuas de burros, mesones, jácara y liviandades

de todo género, como corresponde al más tumultuoso ingreso que tuvo la ciudad”.

Descargar de su peso a las recuas para alimentarlas y darles de beber era una tarea obligada para

aquellos hombres, después de todo, se trataba de atender al único medio de carga terrestre de la

época. Luego, extender sobre un rincón cualquiera de los infaltables mesones de la zona el

imprescindible petate constituía una recompensa apenas sobrepasada por la obligada visita a las

fondas y cantinas. Tal vez el momento de partir de nuevo vendría pronto y el regreso no siempre

era seguro dadas las condiciones de inseguridad de los caminos neogallegos de la época.

La zona de Las Nueve Esquinas se asentaba entonces a las afueras de la ciudad, algo nada raro

para una ciudad que todavía en las primeras décadas del Siglo XX tenía a la terminal del

Ferrocarril justo atrás de los templos de San Francisco y Aranzazu. Al lugar acudían a surtirse de

granos, sal, frutas, carnes, vegetales y demás artículos del comer cotidiano, la servidumbre de las

casas de peninsulares y criollos, mestizos, indígenas y demás castas neogallegas. Se

comercializaban asimismo los artículos de uso común: reatas, sillas de montar, telas, rebozos,

huaraches, leña, cacharros de cocina y demás. No debieron faltar los utensilios que por su elevado

costo eran asequibles únicamente a las clases sociales pudientes, habitantes de las zonas

cercanas a la catedral tapatía y la plaza mayor.

Ahí mismo se almacenaban la mercaderías que partirían después a lomo de burros y mulas a surtir

las despensas de las cocinas de lugares lejanos. Un interminable proceso de intercambio que

aseguraba el alimento al mismo tiempo que permitía a la capital neogallega consolidar su vocación

como centro comercial por excelencia en la región, el espacio a donde convergían además de las mercaderías de lugares que de tan lejanos escapaban de la demarcación neogallega- luego del

obligado pago de los gravámenes cobrados en las garitas,

Aun cuando existían quienes –los menos- lo hacían por cuenta propia, los arrieros servían a

comerciantes que recibían la mayor parte de las ganancias por la comercialización de lo producido

en las haciendas propiedad de peninsulares y criollos, dado que las propiedades reservadas a los

naturales, además de las pequeñas propiedades de algunos mestizos apenas daban para

sobrevivir a estos grupos.

Las haciendas visitadas por los arrieros eran administradas por personas que gozaban de toda la

confianza de los propietarios, dada la costumbre de los dueños de habitar en Guadalajara como

signo de distinción, tal fue el caso de la Hacienda de San Juan Bautista de Toluquilla, en la Sierra

del Tigre, una vasta propiedad que, dice Patricia Arias (1996):

“Todas esas tierras habían sido conocidas por Hernán Cortés y sus primos Hernando de Saavedra

y Alonso de Ávalos el viejo. Este último, de regreso de <…la fiebre de oro y amazonas… se recluyó

en su provincia donde fue convertido en encomendero, se enriqueció con los tributos de miles de

indios y se rodeó de criados y parientes...> y fue, fue, durante dos décadas, el <personaje

dominante de la Cuenca de Sayula y sus alrededores…>. Al parecer, su primera merced de tierras,

en la mesa de Toluquilla, que constaba de dos sitios de ganado mayor, le fue concedida el 12 de

octubre de 1540 por el virrey don Antonio de Mendoza. Esa fue la base del latifundio de Toluquilla

de Ávalos, donde poco después don Alonso inició la construcción de fincas.”

A fuerza de andar los caminos neogallegos primero y los de Jalisco después, generaciones de

arrieros fueron testigos del surgimiento y caída de numerosas costumbres viajando de las pródigas

tierras

...

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