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Bosquejo De Una Teoria De Las Emociones

RojasR1114 de Enero de 2013

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Bosquejo de una teoría de las emociones

Jean-Paul Sartre

Introducción

Psicología, fenomenología y psicología fenomenológica

La psicología es una disciplina que pretende ser positiva, o sea, extraer sus recursos exclusivamente de la experiencia. Cierto es que no nos hallamos en la época de los asociacionistas, y que los psicólogos contemporáneos no se niegan a interrogar y a interpretar. Sin embargo, pretenden situarse ante su objeto como un físico ante el suyo. Ahora bien, al hablar de la psicología contemporánea es preciso delimitar este concepto de experiencia, pues, en definitiva, puede haber una infinidad de experiencias distintas; por ejemplo, puede ser necesario tener que decidir si existe o no una experiencia de las esencias o de los valores, o una experiencia religiosa. El psicólogo se propone utilizar tan sólo dos clases de experiencia perfectamente definidas: la que proporciona la percepción espacio-temporal de los cuerpos organizados y la que suministra ese conocimiento intuitivo de nosotros mismos llamado experiencia reflexiva. Cuando surgen, entre psicólogos, discusiones sobre métodos a seguir, éstas se refieren casi exclusivamente al siguiente problema: ¿son complementarios estos dos tipos de información?, ¿debe subordinarse uno a otro? ¿o debe descartarse decididamente uno de ellos? Sin embargo, todos están de acuerdo en un principio esencial su investigación ha de arrancar ante todo de los hechos. Si nos preguntamos qué es un hecho, vemos que su definición reside en que, por una parte, debe hallarse en el transcurso de una investigación y que, por otra, se presenta siempre como un enriquecimiento inesperado y una novedad en relación con los hechos anteriores. No debe, pues, contarse con que los hechos se organicen por sí mismos en una totalidad sintética que revele por sí misma su significado; O sea, que si se da el nombre de antropología a una disciplina que se proponga definir la esencia del hombre y la condición humana, la psicología – incluso la psicología del hombre – no es, y nunca podrá ser, una antropología. No se propone definir y limitar a priori el objeto de su investigación. La noción de hombre aceptada por la psicología es totalmente empírica: existen en el mundo unos cuantos individuos que ofrecen a la experiencia caracteres análogos. Además, algunas otras ciencias, como la sociología y la fisiología, nos enseñan que existen ciertos lazos objetivos entre estos individuos. Ello basta para que el psicólogo acepte – con prudencia y como hipótesis de trabajo – el limitar provisionalmente sus investigaciones a este grupo de individuos. En efecto, los medios de información de que disponemos acerca de ellos son más fácilmente accesibles, ya que viven en sociedad, poseen un lenguaje y dejan testimonio de sí mismos. Pero el psicólogo no se compromete: ignora si la noción de hombre es arbitraria o no. Puede ser demasiado amplia: no hay nada que demuestre que el hombre primitivo australiano pueda incluirse en la misma clase psicológica que el obrero norteamericano del año 1939. Puede ser demasiado estrecha: no hay nada que demuestre que haya un abismo entre los monos superiores y un hombre. Sea como fuere, el psicólogo se niega absolutamente a considerar a los hombres que le rodean como sus semejantes. Esta noción de similitud, a partir de la cual podría tal vez edificarse una antropología, le parece irrisoria y peligrosa. Sí admitirá – con las salvedades más arriba mencionadas – que él es un hombre, es decir, que forma parte de la categoría provisionalmente aislada. Pero estimará que este carácter de hombre ha de serle conferido a posteriori y que él no puede, como miembro de esta categoría, constituir un objeto de estudio privilegiado, a no ser para mayor comodidad de los experimentos. Se enterará pues por los demás de que es un hombre, y su naturaleza de hombre no le será revelada de modo especial con el pretexto de que él mismo es el objeto de su estudio. La introspección sólo proporciona en este caso, al igual que en !a experimentación «objetiva», unos hechos. Si ha de aparecer en el futuro un concepto riguroso de hombre – lo cual también resulta problemático – este concepto sólo podrá constituir el colofón de una ciencia ya hecha; o sea, su aparición queda aplazada indefinidamente, Y aún así, sólo seria una hipótesis unificadora inventada para coordinar y jerarquizar la infinita serie de hechos puestos ya de manifiesto. Es decir, que si alguna vez llega a cobrar un significado positivo la idea de hombre, ésta s61o podrá ser una conjetura tendente a restablecer unas conexiones entre unos datos dispares, y su verosimilitud sólo será una consecuencia de su éxito. Pierce definía la hipótesis como la suma de los resultados experimentales que permite prever. Así pues, la idea de hambre no podrá ser sino la suma de los hechos averiguados que aquélla permita unir entre sí. Sin embargo, si algunos psicólogos utilizaran determinado concepto del hom bre antes de que tal síntesis fuera posible, sólo podrían hacerlo a título rigurosamente personal y como guía o, mejor, como idea en el sentido kantiano de la palabra;

y su primer deber sería no perder nunca de vista que se trata tan sólo de un concepto regulador.

El resultado de tantas precauciones es que la psicología, en la medida en que pretende ser una ciencia, sólo puede proporcionar una serie de hechos heteróclitos, la mayoría de los cuales no guardan relación alguna entre sí. ¿Hay algo más distinto, por ejemplo, que el estudio de la ilusión estroboscópica y el del complejo de inferioridad? Este desorden no es casual sino que procede de los mismos principios de la ciencia psicológica. Esperar el hecho es, por definición, esperar lo aislado; es preferir, por positivismo, lo accidental a lo esencial, lo contingente a lo necesario, el desorden al orden; es rechazar, por principio, lo esencial hacia el porvenir: «será para más adelante, cuando hayamos reunido bastantes hechos». Los psicólogos no se dan cuenta, en efecto, de que resulta tan imposible alcanzar la esencia acumulando accidentes como llegar a la unidad añadiendo indefinidamente números a la derecha de 0,99. Si su única meta consiste en acumular conocimientos fragmentarios, nada hay que objetar; sólo que no vemos el interés de esta labor de coleccionista. Pero si, en su modestia, les anima a los psicólogos la esperanza loable en sí, de que más adelante, basándose en sus monografías, llevarán a cabo una síntesis antropológica, se hallan en total contradicción consigo mismos. Pueden objetarnos que ése es precisamente el método y la aspiración de las ciencias de la naturaleza. Contestaremos que las ciencias de la naturaleza no se proponen conocer el mundo sino las condiciones de posibilidad de ciertos fenómenos generales. Hace tiempo que esta noción de mundo se ha esfumado bajo la crítica de los metodólogos precisamente porque no cabe aplicar los métodos de las ciencias positivas y esperar a la vez que éstos nos permitan un día descubrir el sentido de esa totalidad sintética llamada mundo. Ahora bien, el hombre es un ser del mismo tipo que el mundo; puede incluso, como cree. Heidegger, que las nociones de mundo y de «realidad-humana» (Dasein) sean inseparables. Este es precisamente el motivo por el que la psicología ha de resignarse a no alcanzar la realidad humana, si es que ésta existe.

¿Qué resultado darán los principios y los métodos del psicólogo aplicados a un ejemplo particular, como el estudio de las emociones, por ejemplo? En primer lugar, nuestro conocimiento de la emoción se sumará desde fuera a los demás conocimientos acerca del ser psíquico, La emoción se presentará como una novedad irreductible con respecto a los fenómenos de atención, memoria, percepción, etcétera. Por mucho que, en efecto, examinemos estos fenómenos y la noción empírica que nos formamos de ellos según los psicólogos, por más que les demos vuelta una y otra vez a nuestro antojo, no descubriremos en ellos el menor lazo esencial con la emoción. El psicólogo admite, sin embargo, que el hombre tiene emociones porque la experiencia se lo enseña. Así pues, la emoción es, ante todo, y por principio, un accidente. Los tratados de psicología suelen dedicarle un capitulo que sigue a otros capítulos, como el calcio en los tratados de química sigue al hidrógeno o al azufre. Al psicólogo le parecería inútil y absurdo estudiar las condiciones de posibilidad de una emoción, o sea, preguntarse si la misma estructura de la realidad humana hace posibles las emociones y cómo las hace posibles: ¿de qué sirve preguntarse acerca de la posibilidad de la emoción, si precisamente es? El psicólogo recurrirá también a la experiencia para establecer los limites de los fenómenos emotivos y su definición. A decir verdad, llegado este punto, podría darse cuenta de que ya tiene una idea de la emoción puesto que, tras un examen de los hechos, trazará una línea divisoria entre los hechos de emoción y los que no lo son: ¿Cómo podría, en efecto, la experiencia proporcionarle un principio de división si no lo tuviera ya desde antes? Pero el psicólogo prefiere atenerse a la creencia de que los hechos se han agrupado por sí mismos ante su mirada. De lo que se trata ahora es simplemente de estudiar estas emociones que acaban de ser aisladas. Para ello, se decidirá crear situaciones emocionantes o dirigirse a esos sujetos particularmente emotivos que nos ofrece la patología. Nos dedicaremos entonces a determinar los factores de este complejo estado, aislaremos las reacciones corporales – que podremos, por cierto, establecer con la máxima precisión –, las conductas y el estado de conciencia propiamente dichos. A partir de ahí, podremos formular nuestras leyes

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