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EL TALLER COMO MODALIDAD OPERATIVA GRUPAL

Manu VenturaTarea12 de Julio de 2017

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Lic. Claudio Robles “EL TALLER COMO MODALIDAD OPERATIVA GRUPAL”:

Acerca del enseñar y aprender:

Desde el nacimiento de la humanidad, hombres y mujeres han venido aprendiendo junto a otros/as.  El primer aprendizaje -definido en términos de “protoaprendizaje”, ocurre en la relación que el recién nacido mantiene con la madre, vínculo que constituirá la génesis de nuevos aprendizajes.  Este primer aprendizaje, sumado a los sucesivos aprendizajes realizados en el mundo exterior (y principalmente a las primeras experiencias infantiles y la incidencia de las instituciones educativas), conformarán lo que se dio en llamar “matrices de aprendizaje”.  De la mayor o menor plasticidad de tales matrices, dependerá, entre otros factores, la capacidad de adaptación activa del sujeto al medio social.

La educación tradicional ha concebido el aprendizaje como un proceso unidireccional, destinado a la transmisión de información y con la finalidad de que el estudiante logre cierto grado de destrezas sobre distintas áreas del conocimiento.  Esta educación bancaria parte del supuesto de que el estudiante no sabe y que el maestro, poseedor del saber, lo guiará en ese proceso de adquisición de información.  Se trata de una relación asimétrica (aunque es preciso reconocer que así se espera que sea), pero suplementaria, regida por un principio de desigualdad.  En dicho marco, el modelo vincular docenteestudiante que las instituciones educativas proponen, promueven y reproducen se asemeja a la relación opresor-oprimido que describe Paulo Freire en su “Pedagogía del Oprimido”.  Dicho esquema vincular incorpora la idea de un otro superior, con quien identificarse para reproducir así una cadena de sometimientos.

En oposición a aquel modelo educativo, la modalidad operativa elegida académicamente para realizar el aprendizaje del rol del trabajador social es el Taller puesto que en él se integran y confluyen varios de los postulados rectores del Trabajo Social: participación, protagonismo activo de los actores sociales, solidaridad, libertad creadora, responsabilidad, creatividad, autodeterminación.  El Taller constituye el recurso por excelencia que permite realizar una articulación entre los saberes aportados por los estudiantes (y que proceden de la totalidad de sus experiencias vitales), aquellos ya recogidos específicamente en su formación universitaria y los transmitidos por el docente de Taller.  Este proceso de enseñanza-aprendizaje adquiere características de unidad complementaria, toda vez que ambos componentes del binomio (estudiante-docente) conforman elementos necesarios para que dicho proceso reúna condiciones de eficacia.  Se requiere de un estudiante que asuma activamente su protagonismo grupal, aportando sus propios saberes y responsabilizándose de su proceso de aprendizaje.  El docente de Taller, en tanto, debe necesariamente estimular la participación, promoviendo la comunicación y la producción de conocimientos, en una relación de horizontalidad y sin olvidar que es el responsable principal del Taller.  Ello supone también suministrar a los estudiantes los insumos teóricos que sirvan de base para el aprendizaje de sus prácticas pre-profesionales.  No obstante, es importante señalar que la principal función del docente de Taller es lograr una articulación teórico-práctica que permita establecer relaciones entre los insumos teóricos recibidos y la observación de la realidad.

Los talleres, en sus orígenes, probablemente no hayan sido la excepción al tipo de educación bancaria al que aludíamos, aunque la estrecha relación que se desarrollaba entre el maestro y el aprendiz puede constituir un dato destacable que dé cuenta de un vínculo más humanizado.  María Teresa Gonzalez Cuberes1 describe que la palabra taller proviene del francés “atelier” y que significa estudio, obrador, oficina.  Agrega que los talleres surgen del medioevo como respuesta a la necesidad del gremio de artesanos de formar nuevos maestros del oficio.  Se trataba de un proceso de formación que se iniciaba en la pubertad y que se extendía durante varios años, período en que maestro y aprendices compartían casa y comida.  Trabajo y aprendizaje se conjugaban en una síntesis que constituirá el signo distintivo de esta modalidad de adquisición de conocimientos y formación.

El taller como modalidad operativa constituye un recurso pedagógico con características propias y cuyo objetivo es promover la activa participación de los estudiantes, verdaderos protagonistas del proceso de “enseñaje” (término acuñado en los grupos operativos -y surgido como un lapsus- para referirse al proceso dialéctico y mutuamente modificante de enseñanza-aprendizaje).  Es desde esta perspectiva que el taller se convierte en un espacio de creatividad y libertad, de unidad entre el pensar, sentir y actuar.  Por tal razón ha sido definido por Dora García como “tiempo-espacio para la vivencia, la reflexión y la conceptualización”2.  Se trata de un espacio que tiende a la mutua transformación entre estudiantes y docente; entre sujeto y objeto de conocimiento y entre el sujeto y la realidad.

En el ámbito educativo, los talleres nacen como lugar para la indagación, la participación activa, la búsqueda de respuestas nuevas, la investigación y exploración de nuevos conocimientos, la integración entre teoría y práctica.  En el taller se parte de la práctica concreta de los estudiantes (práctica entendida en todos sus aspectos, incluyendo experiencias y vivencias personales, laborales, académicas, familiares, etc.) con la finalidad de reflexionar críticamente sobre ella, vincularla a la teoría, conceptualizar, verificar el conocimiento teórico y volver a la práctica en un proceso dialéctico de transformación de la realidad.  Es por ello que el taller es por naturaleza, ámbito de profundización, problematización, cuestionamiento y transformación.

Según González Cuberes3, la didáctica constructivista da sustento teórico a la metodología de taller.  Esta corriente sostiene que la tarea educativa se  organiza de acuerdo con el proceso de desarrollo, centrando su mirada en lo que el sujeto hace y piensa en el presente.  La didáctica constructivista parte del precepto de que el conocimiento social se construye desde el sujeto y que el aprendizaje es un proceso activo y cooperativo, donde se alienta el protagonismo del sujeto y el intercambio entre sujetos, favoreciendo la descentración.  Partiendo de estos supuestos, se sostiene que el estudiante necesita experimentar, probar, preguntar y preguntarse, manipular símbolos y palabras, buscar respuestas, discutir puntos de vista, verificar resultados, descubrir por sí mismo.  La misma autora señala que un docente constructivista partirá de lo que el otro puede, alentándolo; trabajará para la autoafirmación, más que para corregir; ofrece un equilibrio entre estímulo y autoridad; diagnostica permanentemente el estado emocional, el nivel cognoscitivo y los intereses del estudiante; fortalece el razonamiento; garantiza un continuo desafío para que el estudiante, a partir de la desequilibración, construya nuevas estructuras intelectuales.

Según Alicia Fernández4, la persona enseñante es prioritaria ya que más importante que el contenido enseñado es cierto molde relacional que se va imprimiendo sobre la subjetividad del aprendiente.  Aquello que el estudiante necesita es de un enseñante que lo invista de la posibilidad de ser aprendiente y le otorgue el lugar de sujeto pensante.  Desde esta posición, la función principal del docente (podríamos agregar de todo aquel que oriente y/o conduzca un proceso de educación social) no es transmitir información sino propiciar herramientas y un espacio lúdico donde sea posible la construcción del conocimiento, ofreciéndose él mismo como objeto transicional, aceptando que la prueba de que servimos la da el que no se nos necesite más.  Para esta autora, un buen enseñante es un buen aprendiente, que no se obliga a la urgencia de responder con certeza, sino que construya nuevas preguntas a partir de las preguntas de sus estudiantes, lo que implica abandonar el concepto de enseñanza como actividad “oracular” por parte del maestro (que habla), complementaria de la pasividad “auricular” del estudiante. Agrega Fernández que el arte del maestro es saber descubrir y mostrarle a sus estudiantes cuánto piensan ellos, incluso sin darse cuenta, sabiendo que no mostrar que se piensa no es indicativo de que no se piensa.

El Taller en la práctica pre-profesional de Trabajo Social:

Desde el Trabajo Social, la inclusión del taller como nueva pedagogía para conocer e insertarse en la realidad, surge en los países de América Latina en el marco de la reconceptualización, en los años ‘70.  De este modo se buscaba modificar el modo en que se desarrollaban las prácticas de los estudiantes, integrándolos en un proceso de conocimiento progresivo de la realidad.  Natalio Kisnerman define los talleres como”unidades productivas de conocimientos a partir de una realidad concreta, para ser transferidos a esa realidad a fin de transformarla, donde los participantes trabajan haciendo converger teoría-práctica”5.

Se trata de un ámbito de acción-reflexión permanente, de un “hacer reflexivo” que busca el aprendizaje y la transformación a partir de ese hacer.  La acción desprovista de reflexión lleva al activismo, al espontaneismo acientífico, a la práctica asistencialista, carente de objetivos.  La reflexión llevada a su extremo conduce a la intelectualización, a la teorización desconectada de la práctica transformadora.  Ambas, son derivaciones de lo que debe ser considerado como una unidad inseparable entre hacer, pensar y sentir.  Aquello que se busca es que el sujeto del aprendizaje PIENSE LO QUE SIENTE, SIENTA LO QUE HACE Y HAGA LO QUE PIENSA.

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