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Esclavitud En Colombia


Enviado por   •  6 de Julio de 2012  •  1.739 Palabras (7 Páginas)  •  683 Visitas

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El proceso

La historia de josef k que vive en una pensión donde un dia después de llegar de trabajar en el banco en la pensión se le impua de un delito desconocido para el, en el cual le coloca una cita en un jusgado el dia domingo para que asi no tuviera la escusa del trabajo.

Se dirige a un suburbio pobre de la ciudad y, no sin esfuerzo, localiza finalmente la dirección que busca. Una vez dentro se da cuenta de estar en una vivienda, llena de gentes del más variado aspecto. Es invitado a entrar por “una joven de ojos negros, que lavaba ropa blanca de niños”.

La rumorosa asamblea, integrada por personas vestidas en su mayoría de negro, con largas levitas, está presidida por un hombre pequeño, sentado detrás de una mesita. El juez de instrucción hace algunas preguntas, a las que José K responde altaneramente, censurando los procedimientos judiciales y tratando de conquistar así la aprobación de su extraño público.

Tras presenciar un incidente protagonizado por la lavandera y un hombre que la abrazaba en un rincón de la sala, espectáculo que entretuvo a los presentes, K decide abandonar el lugar, increpando a los funcionarios judiciales y recriminándoles de nuevo su actitud.

al domingo siguiente k va al jusgado sin ser solicitado Tras observar los viejos y sucios libros, con algunas ilustraciones obscenas, que usan los funcionarios públicos, José K dedica su atención a la mujer, que ha comenzado a relatarle sus confidencias, y se siente atraído por ella. En ese momento, aparece el estudiante de derecho que la había abrazado en la primera sesión, personaje al que la mujer se prodigaba, pensando en la futura influencia que alcanzaría. El joven la conduce por la fuerza al juez de instrucción, que solicitaba también sus favores. Tanto ella como su marido toleran la situación, puesto que su supervivencia depende de este asentimiento. Poco después, el ujier conduce a K a la sala de espera, donde aguardan los acusados “como mendigos en la esquina de una calle”. Finalmente, después de haber soportado en una de las oficinas un ambiente pesado y enrarecido, que le causa no poco malestar, José K decide irse.

Hace su aparición en la historia el tío de K, que, enterado del proceso contra su sobrino, viene a visitarlo con la intención de prestarle ayuda. Con ese fin, le propone ir a ver al abogado Huld, antiguo condiscípulo suyo, profesional de renombre y buen defensor de causas justas. Al llegar a su casa, son atendidos por Leni, la enfermera que cuida al abogado, ya que éste se encuentra en cama, aquejado de un problema cardíaco. Huld, enterado ya del proceso, decide asumir la defensa del acusado. A medida que el protagonista se va sumergiendo en su misterioso proceso, va perdiendo más y más interés por el trabajo del Banco. Un industrial que lo visita le proporciona una nueva pista: ha oído hablar de su juicio a un pintor que está en buenas relaciones con los jueces. Usa el seudónimo de Tintorelli. Le recomienda conversar con él, pues podría indicarle el modo de aproximarse a los magistrados. Picado por la curiosidad, José K resuelve hacer una visita al pintor. Se encamina a un barrio aún más pobre que el del tribunal y, guiado por una niña de trece años, algo jorobada y totalmente corrupta, localiza al hombre en un miserable y lóbrego cuartucho. Tintorelli se gana la vida retratando a los jueces, y ello le brinda la ocasión de intimar un poco con ellos. Para evitar a José K el encuentro con las pilluelas que espían desde fuera, Tintorelli le hace salir de la habitación por una puerta situada detrás de la cama, que conduce a las sombrías oficinas de la justicia, instaladas en un granero. K estaba menos asustado de haber encontrado en ese lugar los archivos de la justicia que de constatar su ignorancia en todo lo referente al tribunal. Le parecía que la regla de oro para un acusado debía ser la de estar siempre dispuesto a todo, no dejarse jamás sorprender; no mirar nunca a la derecha cuando su juez se encontraba a la izquierda, y era precisamente contra esta regla fundamental contra la que él volvía una y otra vez a pecar. Preocupado por la lentitud de su proceso, José K decide prescindir de los servicios del abogado Huld. En el despacho de éste se encuentra con el comerciante Block, procesado desde hace ya cinco años, quien le confía que tiene, además de Huld, otros cuatro abogados trabajando en su problema. Block solía instalarse de vez en cuando en casa del abogado, ocupando el cuarto de la criada, en la que Leni lo encerraba mientras aguardaba que lo recibiera su defensor. Tenía también relaciones con Leni, pues ésta amaba a todos los acusados.

Block estaba totalmente esclavizado; el abogado Huld lo trataba con desprecio: siempre: “Block trabaja con mucho celo en su proceso (...) tiene maneras muy villanas, además es sucio; pero desde el punto de vista procesal, es verdaderamente impecable”.

En el penúltimo capítulo, José K debe acompañar a un cliente del Banco durante su estancia en la ciudad. Le propone una visita a la catedral y quedan en encontrarse allí. Mientras espera la llegada del cliente, K decide entrar a la iglesia y sentarse. Percibe entonces la presencia de un sacerdote que se dirige hacia el púlpito y, desde allí, le hace señas para que se acerque.

El sacerdote le comunica que conoce su proceso, dado que es el capellán de la prisión. Comienzan a dialogar y el abate le hace entender que su proceso terminará mal, pues se le considera culpable. Le recrimina por buscar demasiado la ayuda de otros, y sobre todo la de las mujeres.

El sacerdote pasa a contarle luego la historia de un centinela que vigila la entrada de la ley, y se entabla un diálogo entre ellos sobre la justicia y la ley, que no llega a ninguna conclusión.

Se describe en él la llegada de dos enviados de la justicia, cuya visita hace presagiar el fin inminente del proceso. Sumisamente, K se deja conducir por los dos insólitos funcionarios hasta una cantera en las afueras de la ciudad, y una vez allí, totalmente vencido, no ofrece ninguna resistencia

uno de los caballeros acababa de sujetarlo por el cuello. El otro, le hundió el cuchillo en el corazón y lo repitió

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